Ocupemos nuestros lugares
La deshonestidad de la clase política argentina, globalmente considerada, ha quedado puesta de manifiesto, al igual que el pacífico rechazo que la ciudadanía siente por sus integrantes.
Nuestros políticos son incapaces de comprender los mensajes que día a día, los diferentes actores sociales les hacen llegar a través de distintos canales de expresión. Esos actores sociales ya han señalado lo que no quieren. Es imposible no compartir sus protestas.
Tampoco es posible efectuar generalizaciones absolutas y mucho menos aceptar y/o fomentar, a través de Internet y los medios de comunicación, la anarquía que surge con claridad meridiana de la reunión de 300 o 400 vecinos por barrio de la ciudad de Buenos Aires, cuya buena voluntad debo descontar aunque no la he comprobado, que a su vez escogen semanalmente a dos delegados para una reunión interbarrial, que se concreta en el parque Centenario.
En esa reunión exponen propuestas tan amplias que en mucho se asemejan a consignas: 'Queremos nuestros ahorros en dólares'. 'Queremos que se vaya la Corte Suprema corrupta'. 'Queremos que los políticos dejen de robar'. Eso lo queremos todos. ¿De qué forma?
De una forma que nada tenga que ver con la anarquía que rápidamente se expande a todo el país. Ninguno puede arrogarse la representación de los 3.500.000 habitantes de la ciudad de Buenos Aires. Ninguno acredita capacidad y honestidad. Sí demuestran una cierta ingenua osadía. Por favor, que regresen a sus casas y ejerzan su muy legítimo derecho a protestar.
Gobernar el país es otra cosa. Dadas las falencias de nuestra clase política, aquellos que están capacitados y no han querido sumarse a las sucesivas gestiones gubernamentales a las que, en la mayoría de los casos, ni siquiera han sido invitados, los hombres y mujeres del pensamiento, de la cultura, de las ciencias, deben asumir la responsabilidad a que su formación y experiencia los obliga, comenzando por detener esta buena fe anárquica que no aportará ninguna solución a la gravísima crisis argentina.
Todos somos responsables. Todos debemos respetar la Constitución Nacional. Los ciudadanos comunes, rechazando la inmoralidad y la incapacidad manifiestas, mediante los métodos creativos y no violentos que tanto efecto han producido, y comprendiendo que no están capacitados ni han sido elegidos para decidir por todos. Los ciudadanos más capacitados y experimentados, asumiendo el rol de conductores a que sus condiciones los obligan, de un pueblo que, del legítimo reclamo ha pasado a la más peligrosa forma de convivencia humana: la anarquía.
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