Antenas y alarma social
Es sorprendente la torpeza del Ministerio de Ciencia y Tecnología y, por extensión, del Gobierno entero. Para tranquilizar a los posibles perjudicados por los efectos de las antenas de telefonía móvil, no se les ocurre mejor idea que aprobar una orden ministerial según la cual esas antenas, cuando estén a menos de cien metros de colegios, parques, hospitales y residencias de ancianos, deberán emitir en su potencia más baja. Posiblemente esta disposición sirva para disminuir la inquietud de algunas personas. Pero, ¿qué debemos pensar ahora quienes tenemos en nuestra casa niños en edad escolar o familiares enfermos o ancianos (o las tres cosas al mismo tiempo, como es mi caso), y disfrutemos de la vista, ante nuestras ventanas y a menos de cien metros, de una o varias de esas antenas? Dando por hecho que, estadísticamente, se pasa más tiempo en casa que en los lugares protegidos por la orden ministerial, ¿deberíamos, para estar tranquilos, mandar a los niños a dormir a su colegio o al parque, internar a los enfermos en un hospital y solicitar para los ancianos una plaza en una residencia? Si lo que pretendían nuestras inteligentes autoridades es eliminar la alarma social, han logrado exactamente lo contrario. Por una parte, nos han dado pruebas sobradas para sospechar que, cuando el río suena, agua lleva. Por otra, nos hacen víctimas de un agravio que, si alguien no arregla pronto el desaguisado, sólo podremos remediar llevando el caso a los tribunales. Es difícil ser más torpe.
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