Dimensión regional de Europa
Se habla mucho últimamente de constitución (en el sentido genérico, incluso neutro, del término). Por descontado, este fin de semana, de 'patriotismo constitucional' (aunque luego se cuele lo de 'lealtad a la España constitucional', donde el sustantivo está donde está, y no, por ejemplo, 'lealtad a la Constitución española', siempre reformable, etc., devaluando una idea útil del acervo político anglosajón retomado en la Alemania de la posguerra). También se habla de modificaciones constituyentes (no constitucionales) en las relaciones Estado-Iglesia, mal resueltas en el Concordato. El debate de una posible reforma constitucional en relación con la organización territorial del Estado y sobre el papel del Senado son casi la comidilla en secciones como ésta. Pero, más allá, a nadie se le oculta que Europa vive un proceso constituyente que habrá de dar como resultado una carta de uno u otro signo.
De modo que vivimos una coyuntura histórica constituyente: porque muchas voces reclaman cambios en la que nos dimos en 1978, y, especialmente, porque Europa se constituye, afectando a todas sus instancias territoriales (de la Unión a la ciudad). En ese contexto se produce el debate sobre la participación de las autonomías en las instituciones europeas, exacerbado -hasta hacerlas fracasar- en las negociaciones del Concierto Económico.
Y con estas dos tasas (fase constituyente europea y participación vasca en la Unión) escribía en este periódico (26 de enero) el secretario general de Acción Exterior del Gobierno vasco, Iñaki Aguirre. Y lo hace de modo muy razonado y razonable. De hecho, si nos detuviéramos a observar el artículo 23 de la Ley Fundamental alemana (reformado en diciembre de 1992; las constituciones se reforman en sus propios términos: la americana ha tenido veintiséis enmiendas desde su promulgación), veríamos que de su aplicación podrían derivarse las fórmulas jurídico-políticas que propone Aguirre en su artículo.
Uno estaría por sumarse a ese planteamiento si no fuera porque el gobierno que representa manifiesta otro tipo de filosofía. Tanto el lehendakari ('ámbito vasco de decisión', es decir, desagregación de España al unirse a Europa, plena soberanía constitutiva) como su vice (haciendo depender los Conciertos de este tema, de un debate no resuelto), tienden a desautorizar un planteamiento así, leal y razonable. Puede que un bosquejo federalizante como el alemán (al que recurre Aguirre) no pueda prosperar sin quebrantos en una zona con nacionalismos culturalistas, que, además de una distribución competencial, reclaman cierto reconocimiento simbólico e identitario, cuando no directamente político de soberanía. Puede.
Pero, apreciando ese esfuerzo que los segundos niveles del Gobierno vasco hacen por racionalizar el debate, sigamos en ese tono. De entrada, un razonamiento así exige para cualquier territorio, para toda Europa o una parte de ella, aplicar aquella máxima de Goethe: 'Alemania, en sí, no es nada. Pero cada alemán es mucho por sí mismo'. Entiéndase: el sujeto de derecho ha de ser el ciudadano y no un territorio o un pueblo. En segundo lugar, reconocer que, en efecto, los problemas de la Unión son 'cuestiones internas' de la Unión, no internacionales a los que se aplican términos como soberanía, autodeterminación, etc; que el objetivo de Europa es que ese mosaico de tierras y culturas, logre la integración desde la diversidad. En tercer lugar, aplicar una política práctica y coordinada (como la hecha a través de la Declaración Política de Baviera, Cataluña, Escocia, Renania-Westfalia, Salzburgo y Flandes; nótense los ausentes) que apuesta ya por la participación de las regiones en el debate europeo, por el principio de subsidiariedad y por la dimensión regional en las estructuras de la Unión. Y, finalmente, apreciar que las ciudades y el ámbito municipal deben también ser consideradas en este reparto competencial.
Esto, que pudiera desprenderse de la posición de Iñaki Aguirre, debiera informar a las altas instancias de Gobierno vasco. Y no debilitar a la sociedad con debates estériles y negociaciones fracasadas.
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