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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El mensaje de Bush

Hace poco más de un año, George W. Bush parecía a casi todos un presidente accidental, cuestionado por una victoria electoral dudosa, de improbable capacidad de liderazgo y cabalgando sobre un Parlamento ejemplarmente dividido. El corto pero trascendental lapso de tiempo transcurrido ha cambiado esa perspectiva y permitido al líder estadounidense pronunciar ayer su primer discurso sobre el estado de la Unión afianzado por una popularidad en los sondeos (alrededor del 80%) conocida por muy pocos presidentes en ejercicio. El Bush unilateral, el que se retiró de Kioto o del Tratado ABM, se ha dirigido a su país y al Congreso desde una envidiable posición, con un capital político acumulado tras el 11 de septiembre que le otorga un holgado margen de maniobra, incluso en año de elecciones legislativas parciales, que la oposición demócrata aspira a ganar.

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El mensaje central de su discurso, con bien pocas novedades sobre lo previsto, ha sido precisamente la determinación de Washington de proseguir y ampliar su combate planetario contra el terrorismo. Objetivo al que acompañan como satélites la reactivación de una economía maltrecha (a pesar del cambio de signo que revela la evolución del PIB en el último trimestre de 2001) y el reforzamiento de la seguridad interior (bioterrorismo, aeropuertos, fronteras). En el protagonismo indiscutible de la seguridad, en cualquiera de sus acepciones, hay que inscribir los 40.000 millones de dólares suplementarios, el mayor incremento en veinte años, pedidos por Bush al Congreso para gastos militares, en la certeza de su concesión en un clima de tambores de guerra.

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El presidente estadounidense no ha citado una sola vez a Osama Bin Laden, pero ha avisado sobre miles de fanáticos de su cuerda dispersos por el mundo y dispuestos a actuar con la connivencia de regímenes facinerosos. Y ha mencionado por su nombre a tres Gobiernos, Irak, Irán y Corea del Norte, a los que describe como un 'eje maligno' al que EE UU no permitirá desarrollar armas químicas, biológicas o nucleares. Esta inquietante advertencia de Bush, formulada en un contexto de creciente apoyo del establishment republicano a la idea de nuevas intervenciones, ha sido apuntalada inmediatamente por el líder de la mayoría demócrata del Senado. Aunque Tom Daschle avanzara ayer su convicción de que el Parlamento apoyaría eventuales acciones bélicas contra aquellos países, cabe esperar de los legisladores estadounidenses el buen sentido de calibrar las implicaciones de semejante decisión. Una cosa es atacar los dominios de un aislado régimen feudal dinamitero y otra partir en cruzada preventiva contra Estados articulados, que cuentan con ejércitos modernos y presencia internacional.

Los acontecimientos iniciales de su mandato han hecho a George Bush mucho más vulnerable en el frente doméstico que en el exterior. Por eso ha pasado casi de puntillas en su mensaje por el escándalo Enron (aunque la oficina de Contabilidad del Congreso va a exigir judicialmente a la Casa Blanca que haga públicas las entrevistas de sus responsables con directivos de empresas energéticas) o los programas sociales que preocupan a sus conciudadanos (privatización de la Seguridad Social o ayudas a los mayores para medicamentos), mientras reiteraba, eso sí, su decisión de mantener los formidables recortes fiscales para los más favorecidos, aprobados en marzo, y utilizaba la fórmula más empleo como vago talismán de la recuperación estadounidense.

Pero la cosa no ha hecho más que comenzar, y en este su primer año triunfal Bush hijo debería tomar buena nota de cómo los abultados éxitos exteriores de Bush padre (Kuwait, 1991) resultaron insuficientes para mantenerle un año después en la presidencia de un país en dificultades económicas. A la postre, la puntuación final del actual inquilino de la Casa Blanca, dentro y fuera de sus fronteras, dependerá no sólo de la eficacia demostrada ante los atroces acontecimientos del 11 de septiembre, sino de su capacidad para afrontar los serios problemas de EE UU, garantizar su prosperidad y acabar de la mejor manera la cruzada global comenzada en Afganistán.

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