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Sobre Israel y Palestina

Mientras escribo este artículo estoy absorbiendo mi dosis diaria de información sobre la demencia política en Oriente Próximo. El Irán 'reformista' y 'democratizador' ha enviado todo un cargamento de armas para los terroristas palestinos, que ha sido capturado por la Armada israelí en el mar Rojo. Un pelotón de terroristas de Hamás ha asesinado a cuatro soldados árabes israelíes e Israel ha respondido demoliendo las casas de varios cientos de refugiados palestinos que no tenían ninguna conexión conocida con yihad alguna. Pero no es mi intención comentar en este artículo la serie de ataques y represalias asesinas que se producen casi diariamente y cuyo propósito es impedir la firma de una tregua estable y la reanudación de cualquier negociación de paz racional y constructiva entre las comunidades de Israel y Palestina.

Quiero centrarme más bien en factores a largo plazo, porque, en mi opinión, es realmente imposible entender la ciega ferocidad y la extrema locura de la escalada de los ataques terroristas palestinos; la represión masiva israelí, igualmente demente, de toda la población palestina; y la paranoia perfectamente comprensible de las poblaciones civiles tanto de la Palestina ocupada como de Israel, sin tener en mente los factores concretos que han hecho que el conflicto entre Israel y Palestina sea más enconado e insoluble que prácticamente cualquier otra batalla política en el mundo contemporáneo. Permítanme que primero enumere esos factores especiales y, luego, confío en poder plantear en líneas generales la única solución de sentido común que se me ocurre y que no es nueva en absoluto.

Desde la I Guerra Mundial, dos pueblos pequeños y apátridas han luchado por la Palestina histórica: los judíos, que durante 1.000 años habían tenido que sobrevivir entre la rivalidad y los prejuicios de pueblos mucho más poderosos y numerosos de Occidente, cristiano en su mayoría; y los palestinos, que habían tenido que hacer más o menos lo mismo en el mundo predominantemente islámico tras la caída del Imperio Otomano. Una de las paradojas más trágicas del conflicto entre Israel y Palestina es que ambos pueblos, en proporción a su número, han destacado especialmente en los ámbitos científico, intelectual y comercial de su entorno: los judíos en el Occidente moderno y los palestinos en Oriente Próximo y el norte de África durante el siglo XX.

En la Palestina geográfica, el conflicto se ha visto constantemente exacerbado por dos factores importantes: las promesas parcialmente incompatibles hechas por los británicos a los líderes judíos y árabes para ganarse su apoyo contra Turquía y Alemania durante la guerra de 1914-1918; y la simple, pero fundamental diferencia religiosa, con las fuerzas políticas árabes apoyando y explotando al mismo tiempo a los palestinos, y los judíos recibiendo intermitentemente los favores de la que era entonces la nación cristiana occidental más poderosa. En 1917, en la Declaración de Balfour (secreta al principio, pero pronto conocida en todas partes), Gran Bretaña ofreció a los judíos un 'hogar nacional' en Palestina, con la condición de que dicho 'hogar' (la palabra Estado nunca fue utilizada) no infringiera los derechos de los habitantes ya presentes. Al mismo tiempo, Gran Bretaña estaba alentando a varias familias de príncipes árabes a creer que apoyaría su soberanía en la creación de nuevos reinos en lo que había sido el Imperio Otomano. Es muy posible que los británicos pensaran que esa misma forma pausada y pragmática de 'salir del paso' que tan buenos acuerdos había conseguido en la política insular (aunque no en la irlandesa) daría también resultado en Oriente Próximo. Pero, ya desde el principio del mandato de la Liga de Naciones en 1922, fue absolutamente evidente que las fuerzas políticas dominantes en Palestina se oponían fuertemente a la inmigración judía, y que los líderes judíos intentaban entender en su sentido más amplio todos los significados posibles de la palabra 'patria'.

Y en lo que a la diferencia religiosa se refiere, en el mundo moderno, próspero y laico de los Estados democráticos que disfrutan de libertad de prensa y de expresión, Occidente ha dejado atrás los siglos de guerras entre católicos y protestantes, ha dejado de ejecutar a brujas y herejes y, tras los horrores nazis, ha reducido en gran medida sus prejuicios históricos contra los judíos. Pero en buena parte del mundo de Oriente Próximo, como hemos visto de forma dramática desde el 11 de septiembre, existe un resentimiento muy fuerte contra la secularización, el capitalismo, la igualdad de sexos y la eficacia administrativa y militar de Occidente que, por las razones que sea, no se han desarrollado en estos países. La prensa de Oriente Próximo repite también periódicamente las mentiras, desenmascaradas hace ya mucho tiempo, de los Protocolos de Sión, el panfleto de comienzos del siglo XX, y las también falsas alegaciones del antisemitismo nazi. Si sumamos a todo esto el recuerdo de las Cruzadas, mucho más fuertes en los territorios donde tuvieron lugar las luchas y las atrocidades que en Occidente, se puede valorar la intensidad del resentimiento musulmán contra el Estado judío y los cristianos que le apoyan. Aunque aquí también se da una paradoja trágica, porque entre los palestinos hay un alto número de cristianos, de alto nivel cultural y amantes de la paz, de forma que, si no fuera por la lucha mortal por la tierra, las emociones religiosas desempeñarían probablemente un papel mucho menos importante del que tienen en las circunstancias actuales.

Y ahora, los elementos de la solución, que por el momento hay que reconocer que son utópicos dado el ambiente de locas pasiones, pero que en principio son también equitativos y, en tiempos más tranquilos, perfectamente alcanzables.

1. El fin del terrorismo palestino y de las represalias incontroladas israelíes.

2. La retirada de los asentamientos establecidos ilegalmente por Israel en Cisjordania desde los acuerdos de Oslo, o si no, la cesión a Palestina de territorios de igual valor a los ocupados desde Oslo.

3. Carreteras y todo tipo de comunicaciones electrónicas libres y bajo control civil en el Estado palestino de Gaza y Cisjordania.

4. Regulación internacional, lógicamente por parte de Naciones Unidas, de los lugares religiosos específicos de Jerusalén, sagrados para cristianos, musulmanes y judíos. Debemos recordar que estos lugares constituyen de hecho una proporción minúscula de la ciudad contemporánea de Jerusalén.

5. Una parte convenida de Jerusalén este como capital de Palestina, y de Jerusalén oeste como capital de Israel, con un reconocimiento pleno y sin ambigüedades del derecho del otro a existir como Estado soberano. Lo que es posible en Bruselas entre las comunidades flamenca y valona, a pesar de todas sus diferencias culturales, debería ser posible entre Israel y Palestina una vez que ambos pueblos tengan ocasión de darse cuenta de cuántas necesidades y problemas comparten.

6. Y hablando de necesidades compartidas, comisiones binacionales para repartir los derechos sobre el agua, las instalaciones portuarias y las líneas costeras.

7. Compensación mediante acuerdo en bienes, servicios y/o dinero por el literalmente imposible 'derecho de retorno' de los refugiados palestinos a zonas que han sido completamente transformadas desde la guerra de 1948.

Probablemente serán necesarias varias décadas de garantía internacional militar y diplomática de un tratado de paz de este tipo hasta que los odios cultivados deliberadamente en el pasado siglo hayan dado paso a una buena disposición hacia la coexistencia civilizada, si no hacia una amistad auténtica. Pero todo aquel que piense que tal coexistencia pacífica es imposible debería recordar el hecho asombroso de que, a pesar de las cuatro guerras y de todas las demás formas de lucha física que se han dado desde los años veinte, los palestinos han cuadruplicado con creces su población desde 1920 (de 700.000 a 3.000.000). Durante los años del mandato hubo una constante emigración árabe hacia lo que más tarde se convertiría en Israel, debido a las oportunidades económicas ofrecidas tanto por la economía capitalista judía como por el desarrollo británico de las obras públicas, y a causa de la mayor libertad personal en comparación con las condiciones de los países árabes vecinos. Las economías israelí y palestina de tiempos de paz combinadas podrán mantener perfectamente a las poblaciones presentes y futuras.

Gabriel Jackson es historiador estadounidense.

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