Venganza
Llevo toda la semana obsesionada por las fotos de los prisioneros de Guantánamo, por esos hombres acurrucados en el suelo mostrando las pruebas flagrantes de la tortura psíquica, sin poder ver ni oír ni hablar ni orientarse. Ahora, tras el escándalo organizado, nos dicen que esas fotos corresponden al primer momento del traslado y que ya no están así. Ahora sólo se cuecen bajo el sol tropical en el interior de unas jaulas para gallinas, sin posibilidad alguna de intimidad o de sombra, sin asistencia jurídica, en la indefensión legal más absoluta. Toda una mejora.
Pero lo más angustioso del asunto es que las fotos de Guantánamo no las robó un periodista intrépido, sino que son instantáneas oficiales difundidas tranquilamente por el Pentágono. Esto es, la cúpula política y militar de Estados Unidos quería que el mundo entero viese a los presos afganos humillados, animalizados, deshechos. El violento exhibicionismo de esos cuerpos vencidos es un mensaje de amenaza. Es una táctica que puede considerarse terrorista, porque el terrorismo consiste precisamente en eso, en imponer las propias ideas por medio del miedo irrefrenable. Esas fotos son un alarde de poder y de venganza.
Detesto el antiamericanismo visceral y hay muchas cosas de EE UU que admiro y respeto. Pero justamente por eso me espantan sus abusos. Y uno de los defectos más nefastos de la sociedad norteamericana es su idea calvinista de la venganza. El primitivo ojo por ojo de la ley de la frontera, la intolerancia moral. Este sentimiento elemental y bárbaro es la base de la infame vigencia de la pena de muerte. En los últimos 25 años, desde que se reinstauró el castigo capital, en EE UU han sido ejecutados 750 presos, 600 desde 1990. Decenas de ellos eran retrasados mentales o tenían graves problemas psíquicos; 18 cometieron el delito siendo menores; y en otros 25 casos, la culpabilidad de los ajusticiados sigue siendo dudosa. Aunque en realidad la culpa es lo de menos: lo inadmisible es que una democracia asesine legalmente. Una ignominia que se repite en Guantánamo: da lo mismo que, como argumentan sus captores, los presos afganos sean unos malvados. Lo que los demócratas no podemos hacer es parecernos a ellos.
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