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Columna
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Los persas

Vicente Molina Foix

El mes pasado me sorprendí a mí mismo viendo en el curso de seis días tres películas provenientes de Corea del Norte, Irán y la república transcaucásica de Azerbaiyán. Soy un espectador asiduo de las salas de exhibición, y cada vez mi gusto se inclina más hacia cines y cineastas excéntricos; el centro que durante décadas ocupó Hollywood, cuando producía muchas de las más bellas obras de la historia del cine, hoy a mí me resulta un extremo centro-derecha generalmente hueco y desalmado. México, Taiwán, Finlandia, India, España, Francia, suelen generar las películas que al cabo del año son mis favoritas. Es decir, que entre mis carencias creo no tener el pecado del etnocentrismo cultural. Pero por el cine iraní no paso.

Desde que el lunáticamente sobrevalorado Abbas Kiarostami, uno de los directores más farragosos de la historia, fue elevado a los altares por los programadores, la crítica y las revistas especializadas, no hay festival, filmoteca, panel calificador o lista de galardones donde él y sus igualmente anodinos y estéticamente indigentes discípulos no ocupen la primacía. Aún recuerdo con sonrojo la frase de un crítico senior muy respetado en nuestro país anunciando 'que en el próximo festival internacional de XX no podrá faltar en el concurso alguna película de Irán'. El modelo iraní del chador es hoy la estrella de los desfiles de temporada en que los festivales de cine tienden a convertirse, ante el frotar de manos de los cazatalentos occidentales que lo pusieron de moda y lo mantendrán en la pasarela hasta que el prêt-à-porter birmano o senegalés produzca los dividendos de la novedad.

He visto en los últimos meses varias películas realizadas en la antigua Persia: El círculo, El voto es secreto, Kandahar, y quizá olvido otros títulos, pues la oferta crece, y uno, si quiere estar al día, no da abasto. Es en su abrumadora mayoría (doy mi opinión) un cine árido, raquítico, anticuadamente neorrealista, elementalmente documental, que nunca cuenta historias, sino que trata asuntos. Cada película iraní pretende denunciar una situación injusta de su país, por mucho que buena parte de esas obras no lleguen nunca -por la censura de los ayatolás- al público al que podrían servir, el propio. Son los europeos, a quienes tales injusticias exóticas no les producen ni siquiera un efecto colateral, los que las ven, las aplauden, las premian y las financian.

Es también -al contrario que las estupendas películas portuguesas, argentinas o japonesas que aparecen en nuestras carteleras- un cine cateto (cateto digo, no autóctono, cosa muy distinta), estrecho, cerradamente autorreferencial. Releo, por ejemplo, las declaraciones de Jafar Panahi, director de tres cintas iraníes (El globo blanco, El espejo, la ya citada El círculo) que he visto en pantallas españolas, entre el estupor y la cabezada, al periodista de El Mundo Rubén Amón, quien, en el marco del Festival de Venecia de 2000, le preguntaba por los colegas en competición (Oliveira, Altman, Frears, entre otros): 'No veo películas, casi no sigo el cine, porque no quiero recibir ninguna influencia exterior o ajena. Tengo la necesidad de preservarme de los influjos exteriores'. A eso lo llamo yo integrismo artístico.

Naturalmente que el arte admite como una de sus funciones la compasión, la capacidad de búsqueda humanista, que podrá llevar a cabo entre desheredados de las favelas o príncipes de Wall Street. Y habíamos quedado en que el cine es arte, ¿o no? El grado cero de artisticidad de las celebradas películas de Kiarostami y compañía sería rechazado frontalmente o incluso ridiculizado por críticos y especialistas si se tratase, por ejemplo, de novelas. ¿A santo de qué hemos de tragarnos y recompensar esos bienintencionados pero indigestos mamotretos iraníes adecuados como mucho para un buen Informe semanal o similar espacio de documentalismo televisivo? La intencionalidad a secas no basta, como tampoco tendría que engañar a nadie el pobrismo sistemático de dichas películas. Que no le engañe a usted, lector de estas líneas que, por algún milagro de la fortuna, esté en la ignorancia de esa escuela cinematográfica: es un cine de Irán, y no volverán.

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