'No soy violento, sino intenso y apasionado'
Peter Mullan creció en un ambiente de violencia que le llevó, con 14 años, a intentar asesinar a su padre. Fracasó; pero, de paso, comprendió el significado de la opresión y aprendió a frenar con una mirada a matones y abusadores. Hace tiempo que dejó las explosiones de cólera para los escenarios dramáticos y, con 41 años y tres hijos, el galardonado actor y realizador escocés asegura que nunca se vendería a la industria de Hollywood. Todo lo contrario del personaje que interpreta en El perdón a las órdenes de Michael Winterbotton.
Pregunta. ¿Cómo juzga al protagonista de El perdón, Daniel Dillon, un tipo que vende a su mujer e hija por una mina de oro?
Respuesta. Es una persona sin escrúpulos, inmoral, cegado por la avaricia y también por la desesperación, a quien no se puede juzgar según los valores actuales. Las condiciones en el siglo XIX eran mucho más duras y, de no aceptar la transacción, se enfrentaría a una muerte lenta por inanición. Se extrae una moraleja del filme: los Estados Unidos nacieron como una oportunidad de progreso para la gente pobre, pero el sueño americano pronto se convirtió en una pesadilla en la que el dinero es la única cuestión relevante.
P. ¿El rodaje en las Montañas Rocosas fue tan duro como el estilo de vida que recrean en el filme?
R. Sufrí una hipotermia grave. Se debió a un error del director, que me tuvo tumbado en la nieve, a temperaturas de 30 grados bajo cero, durante ocho horas. Me sentí mareado, desorientado, y perdí el sentido. La temperatura de mi cuerpo bajó hasta los 32 grados, uno más y hubiera entrado en coma. Me dieron glucosa, botellas de agua caliente y me trasladaron desde la montaña al hospital.
P. ¿Es necesario tanto sacrificio por el arte?
R. No acostumbro a arriesgar mi salud, ni pensé que era peligroso pasar tantas horas en la nieve, pero cuando un director busca algo, yo me esfuerzo al máximo por ofrecérselo. Fue estúpido y debía haber rodado la escena con dos o tres especialistas. Pero así funciona esta industria. Al tiempo que se disculparon y sugirieron que estuviera en cama hasta recuperarme, me recordaron que mi jornada comenzaba a las 6.30 de la mañana del día siguiente. Acudí, pese a que seguía helado, como si tuviera un bloque de hielo dentro del cuerpo.
P. Domina los registros violentos y Ken Loach, con quien trabajó en Mi nombre es Joe y Riff Raff, ha comentado que usted tiene una especie de muelle en su interior preparado para explotar genuinamente de ira. ¿Comparte su opinión?
R. No soy violento, sino intenso y apasionado. Nunca he pegado a nadie, incluso cuando veo que están deliberadamente haciendo daño o humillando a otra persona. Mi padre solía golpear y yo lo odiaba. He crecido en una cultura propensa a explotar violentamente, pero mi interpretación se basa en la observación. Por suerte, no necesito recurrir a los puños porque he aprendido a asustar a la gente con la mirada.
P. ¿Es cierto que intentó asesinar a su padre?
R. Sí, con 14 años a punto estuvo de conocer prematuramente a su creador. Fue una estupidez por mi parte a una edad en la que todo se vive desde el prisma melodramático. Mi padre era un hombre desagradable, torturado, incapaz de expresar amor o afección, que maltrató psicológicamente a mi madre y hermanos. Aprendí con él que la opresión es sutil y flota permanentemente en el aire.
P. ¿Cómo pensaba matarlo?
R. Puse veneno para ratas en su café. Le acerqué la taza y sonrió. Nunca antes le había hecho un café y de inmediato sospechó lo que yo tramaba. Le pareció divertido, lo que demuestra el grado de su locura. Si yo pensara que uno de mis tres hijos desea matarme, quedaría desolado para el resto de mi vida.
P. ¿En Orphans, su primer largometraje como realizador, regresa a su familia a través del funeral de una madre?
R. Trato de mi propia historia, de mi propio dolor. Me alegro de haberlo hecho porque me proporcionó los medios para examinar en qué consiste esa pena que sentimos cuando muere un ser querido. La locura del dolor, las ganas de revancha, la ira interna y, más importante, lo absurdo y cómico que es la condolencia.
P. 1998 fue para usted un año de galardones gracias a Mi nombre es Joe [mejor actor en Cannes] y Orphans. ¿Ha querido dosificar la repercusión del éxito trabajando desde entonces en pocas películas?
R. Escribí el guión y preparé la financiación de mi segundo filme, Magdalene, que estoy terminando de montar. Me ofrecieron más guiones y papeles principales en La señorita Julia, de Mike Figgins, o, por ejemplo, en El perdón. Pero no me gustan muchos guiones que leo, la mayoría por cuestiones dramáticas y otros por su postura política. Nunca aceptaría un proyecto que no esté de acuerdo con mis convicciones.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.