La tortura
La tortura sale de la clandestinidad, se exhibe, se difunde: nuestra civilización somete a ella a unos afganos de los que no se sabe ni el nombre. Probablemente fueron también torturadores ellos porque en su forma de civilización formaba parte de un derecho celestial, como entre nosotros hace poco. El trato que les damos es infame: los sobrepasamos. El plural en que escribo es porque me corresponde, porque formo parte de esta civilización, y prefiero estar en ella, tan cruel, que en la otra; no sin mi esfuerzo de persona por hacer trascender una cultura distinta y porque se me ha estado diciendo por los que mandan y por los sabios que estos sucesos de cuatro meses pertenecen a un choque de civilizaciones. Y a tres dioses. El tercero es el Dios de Israel, donde Sharon tortura al pueblo palestino, le diezma, le anula, le ocupa. Casi parece que todo este gran proceso de barbaries está hecho para eso.
Los ingleses, que no sólo participan de esa civilización más que nosotros, por puros sajones y protestantes blancos, se escandalizan y cuentan: los afganos no saben en qué punto del mundo están. Trasladados con capuchas, cadenas y mordazas, han pasado en 15 horas de avión a unas jaulas de un lugar ignoto, que ni siquiera pueden ver ni sentir. Visto, gusto, olfato, les están negados: son cárceles corporales. Y esto se muestra al mundo.
Ya sé que la tortura no ha dejado de existir nunca, salvo en textos y declaraciones. Nuestra civilización sobrepasa a la suya en la mentira de los documentos. Torturas de calabozo, de cárcel, de calle; conyugales. paternofiliales, raciales, laborales. Y crímenes impunes. Un zulo es peor que una cárcel de afganos. O no, yo qué sé: es lo mismo: una infamia. Los informes de Amnistía Internacional, aún incompletos, no ahorran ningún país: ni el nuestro. Seguimos manteniendo la tortura en los imperios coloniales que luego abandonamos a los torturadores nativos. Parecía cosa de ellos, de esas razas. Lo que asombra de esta tortura que sale de su armario es la publicidad: la defensa por el ministro de Defensa de EE UU, en nombre de su Gobierno. Como si se hubiera legalizado de pronto, y hubiera lugar para ella contra seres a los que se declara animalescos. Y es que un hombre, efectivamente, deja de serlo en cuanto no se le trata como tal. Es así de fácil.
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