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LA CRÓNICA
Columna
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¿Llueve en Barcelona?

He quedado con Vicenç Forner en su taller de la Barceloneta, junto al Port Vell. Llueve. Me saluda en cuanto me ve llegar y me suelta con una sonrisa: 'Hay que ver cómo está lloviendo aquí. ¿Llueve también en Barcelona?'. Vicenç Forner lo deja claro de entrada: para él, Barcelona y la Barceloneta son dos mundos distintos. Para la mayoría de los barceloneses, la Barceloneta es un barrio marinero de Barcelona, pero para él y para sus amigos es un mundo aparte, un mundo que vive de cara al mar desde hace siglos.

'Mi bisabuela llegó a la Barceloneta en el año 1900 y conmigo ya van cinco generaciones viviendo aquí', explica con un orgullo sin maquillar. 'Mi vida está aquí, en la Barceloneta; a Barcelona voy muy raramente. En cierta ocasión estuve dos años sin salir del barrio, y ni me di cuenta hasta que me puse a calcularlo. ¿Para qué ir a Barcelona si aquí hay de todo? Recuerdo que cuando me fui a la mili, lo único que echaba de menos era la Barceloneta. Ni la familia, ni los amigos, ni Barcelona, ni nada: sólo la Barceloneta, el olor a mar, la playa, el puerto, la vida en la calle, la ropa tendida'.

'En cierta ocasión estuve dos años sin salir de la Barceloneta, y ni me di cuenta hasta que me puse a calcularlo', explica Vicenç Forner

A estas alturas de la crónica, no hace falta decir que de existir una Medalla de Oro de la Barceloneta, Vicenç Forner merecería llevarla colgada del pecho. O, mejor aún, tatuada en el hombro, que es algo que encaja más con el ambiente portuario. Y es que para él la Barceloneta es mucho más que un barrio: es un estilo de vida. Quizá por eso se muestra entusiasmado ante la posibilidad de instalar una de sus esculturas en el barrio. Me muestra una maqueta con un enorme nudo marinero, de 12 metros de largo por 4 de alto, que él ha bautizado con el nombre de Lligam amb el mar para simbolizar la unión de la Barceloneta con el mar. Sueña por un momento, suelta amarras e imagina la escultura varada junto a esta playa que -se queja- ya no huele a mar como solía hacerlo años atrás. 'Más que un proyecto es un sueño', comenta ilusionado, y añade: 'Me gustan los sueños porque se realizan; los proyectos, en cambio, se ejecutan, y esto no va conmigo'.

'En la Barceloneta estamos luchando por no perder nuestra identidad', explica pasando a un tono más reivindicativo. 'Antes éste era un barrio volcado hacia el mar en el que había pescadores, estibadores, astilleros, almacenes, barracones, baños públicos, chiringuitos..., pero todo se ha ido perdiendo. Es una lástima. Desde que a Barcelona le dio por descubrir el mar, nosotros lo hemos ido perdiendo. Antes en la Barceloneta había vida en la calle las 24 horas del día; ahora, en cambio, todos los chiringuitos y los baños públicos han sido derribados: los de Sant Sebastià, los de Sant Miquel, los Orientales, los de los Astilleros... Cada vez hay más bares y restaurantes, pero se va perdiendo la vida en la calle. Si hasta nos han cortado el acceso al rompeolas, que era muy nuestro... Cuando hace unos meses viajé a La Habana, me emocioné porque me recordó mucho la Barceloneta de antes, esa Barceloneta que se está perdiendo poco a poco'.

La vida de Vicenç Forner se desarrolla casi por entero en la Barceloneta. Vive en el barrio, en primera línea de mar, tiene el taller junto al Port Vell y da clases de forja y soldadura en la Escuela del Far. 'Si doy clases es porque no quiero que se pierda el oficio', puntualiza. 'Ahora hay algunos yuppies que se dedican a la forja y que lo hacen pasar por un arte, pero antes que nada es un oficio, y aquí en la Barceloneta sabemos mucho de esto porque era necesario para los astilleros'. De la forja, precisamente, han nacido sus esculturas, unas obras de arte en las que abundan los nudos de referencias marineras.

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Dicen los libros de historia que la Barceloneta es un barrio ganado al mar que nació en el siglo XVIII a partir de un proyecto del ingeniero militar Próspero Verboom. Se construyó entonces una serie de casas a lo largo de 15 calles cruzadas por otras 9. Las casas podían tener sólo dos plantas para no interferir en la trayectoria de los proyectiles lanzados desde la fortaleza de la Ciutadella. Al desaparecer la fortaleza, se construyeron nuevas plantas. Pese a los cambios, sin embargo, el barrio sigue teniendo un trazado que recuerda su origen militar y una vida muy viva que de algún modo se sigue reflejando en la ropa que ondea tendida en las ventanas. 'Hasta esto se está perdiendo', se queja Vicenç Forner. 'Antes, la ropa tendida tenía todo un código secreto. La gente se fijaba en si había ropa interior interesante o si una determinada vecina lavaba sólo de vez en cuando, o si... Qué más da. Todo se pierde...'.

Probablemente, es la ropa tendida, la vida en la calle y la proximidad del mar y del puerto lo que da a la Barceloneta ese aspecto de Nápoles de bolsillo, como si todo el barrio fuera un pedazo de Italia trasplantado junto al puerto. Hasta la verborrea y los gestos de algunos de sus habitantes remiten a Nápoles. Por si faltara algo, Vicenç Forner se pone a recordar su infancia y evoca aquellos tiempos lejanos en los que jugaba entre las ruinas de las casas destruidas por la guerra en la calle de Almirante Cervera. Como si el Nápoles de la posguerra estuviera ahí mismo, a la vuelta de la esquina...

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