El compromiso histórico argentino
FERNANDO ABRIL MARTORELL decía de los Pactos de la Moncloa que daba igual lo que se firmase: lo importante era la mística de la unidad de acción de los partidos contra la crisis económica. Felipe González afirmaba la semana pasada que esos pactos no eran otra cosa que un cambio en el estilo de la relación entre las fuerzas políticas en función de los problemas del país, y que lo único que consiguieron fue negociar los salarios por la inflación prevista, y no por la inflación pasada.
Siendo todo eso, los Pactos de la Moncloa fueron mucho más: un compromiso histórico en el camino correcto para superar las dificultades económicas y así apuntalar definitivamente el sistema democrático, todavía cogido con alfileres. Este año, en que se cumplen 25 desde que fueron firmados (el 25 de octubre de 1977), servirá para recordarlos. Pero además hay otra circunstancia: la apelación a los mismos en la actual coyuntura argentina. La necesidad de ese país para conseguir su propio compromiso histórico y superar la gravísima crisis institucional que padece.
Los Pactos de la Moncloa tenían dos ideas fuerza: solicitar de cada grupo social la asunción de sus responsabilidades y el reconocimiento de que ningún partido tenía respuestas suficientes para imponerlas al resto
Para argumentar su implantación en España, uno de sus principales hacedores, el profesor Enrique Fuentes Quintana, que fue vicepresidente económico con Adolfo Suárez, se preguntaba: '¿Cómo legitimar un régimen y asentar una democracia estable que toleraba una inflación que superaba en los meses centrales de 1977 el 42%, inflación que erosionaba los ingresos de las familias, despertaba la expectativas alcistas y extendía la rígida y estéril indicación de todas las rentas...? ¿Cómo asentar una democracia estable si ésta carecía de recursos para mantener sus intercambios con el exterior...? ¿Cómo afianzar la vida económica de una sociedad que había ignorado la pavorosa crisis que había cambiado hábitos y comportamientos en todos los países occidentales menos en el nuestro? ¿Cómo construir una convivencia estable sobre una estructura productiva heredada del pasado e irremediablemente dañada en muchos de sus sectores industriales por la crisis y que habría que reconvertir? ¿Cómo edificar, en fin, una sociedad democrática avanzada con un sistema económico que poco tenía que ver con la economía social de mercado que regía en todos los países occidentales?'. Eliminados los aspectos coyunturales, la mayoría de estos interrogantes se pueden hacer hoy en Argentina.
Los Pactos de la Moncloa tuvieron una orientación política basada en dos ejes centrales: solicitar de cada grupo social sus responsabilidades frente a la crisis, lo que significaba que los ciudadanos debían cumplir sus deberes al mismo tiempo que exigían sus derechos, y pactar los sacrificios para distribuirlos con equidad; en segundo lugar, el convencimiento de que ninguna ideología contaba con fuerzas y respuestas suficientes para imponerlas al resto de la sociedad y superar la crisis. El tratamiento de la crisis exigía una política de Estado, y no de partido. Se reconocía que el principal problema político español era entonces económico y que la principal solución a esos problemas económicos estaba en el consenso y en el pacto político.
Firmados por los principales partidos, los Pactos de la Moncloa incorporaban medidas de choque relacionadas con la coyuntura (políticas monetarias y presupuestarias restrictivas, un tipo de cambio realista para la peseta y una política de rentas que limitase el crecimiento de la inflación), pero también reformas muy sugerentes: una reforma fiscal para que los ciudadanos pagasen los impuestos que necesita la financiación de un Estado del bienestar digno; la disciplina del gasto público; la reforma del sistema financiero, hasta entonces intervencionista y autárquico, y también la reforma del marco de actuación de la empresa pública.
Los Pactos de la Moncloa inauguraban una época de compromisos sociales que asentaron la democracia en España.
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