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Columna
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Happy new year

Donostia, día de Santo Tomás. En el batzoki de debajo de mi casa, corre la voz de la dimisión de Nicolás Redondo y estalla el júbilo. Las mujeres abandonan la fritanga, alzan los brazos y bailan. Las emakumes, esas bacantes de la raza, manifiestan de esa manera su alegría por la caída del díscolo. No saben muy bien de qué se alegran, pero se alegran. Quizá no puedan distinguir entre la nación y la txistorra; sin embargo, no ignoran que la patria es cosa de madres y que lo importante es la retaguardia. No existe comunidad de hijos sin comunidad de madres, y eso sí que lo saben, y lo practican. Ellas saben lo que es y lo que debe ser, carecen de mácula, son madres. Y su inocencia garantiza la inocencia de su causa. Lo que ellas amparan es bueno, porque son madres, ese pilar sagrado e intocable, y son la ley. Su mirada puede más que la justicia de Dios o la de los hombres.

En la historia en blanco y negro que se nos avecina, el PSE rompía ese escenario dual de patrias en litigio

La comunidad de madres redime a la comunidad de hijos de todos sus delitos. Sólo ellas pueden hacerlo. Pero algo hace falta para que esa comunidad se constituya. Hace falta un horizonte de redención y un paréntesis en la voz de la justicia, divina y humana. En ese silencio de Dios y de los hombres, estalla el estruendo de las madres, y es ahí donde se deja oír la Patria pura y virginal, la matria en marcha: un futuro tan ñoño como un campo florido bajo un cielo azul, del que habrán desaparecido todos los cadáveres. Estos habrán pasado a engrosar el campo de los antepasados, de los padres, el 'debes' que nos señala. Hablan por boca de las madres, pero la Patria siempre es cosa de difuntos.

Y ese día de Santo Tomás, las emakumes bailaban por la dimisión de Nicolás Redondo. No es uno de sus hijos; tampoco lo será quien lo sustituya, si alguien lo sustituye, al frente del PSE-EE. Pero era un obstáculo incómodo en la tarea de la redención, así les habían hecho saber, y así lo proclamaban ellas. En el reino de la promesa sólo caben sus hijos y los que no les hacen sombra: los héroes y los invisibles. Las líneas divisorias son así de claras, y Nicolás Redondo era demasiado visible y había arrastrado a su partido, el PSE-EE, hacia el otro lado de la luz, al reino de lo oscuro, allí donde no manan, ni manarán, leche y miel. Sin embargo, ¿no aportaba algo de luz el PSE-EE a ese reino tenebroso? Sí, y ahí residía el delito de Nicolás. Porque al PSE le podrán reprochar algunas manchas, pequeños o grandes delitos, pero en la historia en blanco y negro que se nos avecina, el PSE en la oposición rompía ese escenario dual de patrias en litigio, de demócratas vascos contra filofascistas españoles, o de demócratas españoles contra filofascistas vascos, según desde dónde se contemple la batalla. La historia del PSE avalaba su pedigrí y éste desenfocaba la foto.

Sea quien sea el próximo secretario general del PSE-EE no lo va a tener nada fácil. Se juega convertir el partido en una fuerza clave o en un partido testimonial, casi un grupúsculo. El punto de partida actual ya es problemático, dado que el PSE ha perdido su puesto privilegiado de segunda fuerza política, incluso la primera en ocasiones, lugar que ha venido a ocupar el PP.

El relevo se fue produciendo durante los años de participación de los socialistas en los gobiernos de coalición con los nacionalistas, en los que fue paulatinamente perdiendo su perfil y adquiriendo otro de fuerza vicaria. No olvidemos que en esos años pasó de tener 19 diputados a tener 12. No pretendo juzgar su labor de aquellos años, pero el resultado es el que es y hoy el panorama político vasco parece cosa de dos, interesadamente de dos. A los nacionalistas les conviene ampliar su campo de juego y reducir la oposición a una fuerza minoritaria en solitario y fácilmente estigmatizable. A los populares, buscar una fuerza de apoyo en su estrategia de forzar una alternativa de gobierno. Y resulta difícil escapar de ese doble escenario.

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Comprendo el interés de los socialistas por huir de determinados lastres de imagen y ampliar su incidencia social. Partido rojo, partido obrero, es también el partido de los maketos por excelencia. Pero su regeneración no va a lograrla poniéndose al servicio de los nacionalistas para sacarlos de apuros. Sólo en la oposición, sin servidumbres y encabezando un proyecto de país, de su modernización europea y no de supuestos conflictos añejos, podrá encontrar el lugar mestizo que le corresponde, fiel reflejo de un país que ha de tener vocación de liderar.

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