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Reportaje:

Los últimos argentinos felices

Los hinchas aparcan la crisis para atender hoy el desenlace de la Liga

Esa multitud de brazos y manos alzadas que sobresalen entre los restos del naufragio, en medio del océano de la desesperación argentina, no pide socorro: están felices, celebran de forma anticipada. Son los hinchas del histórico Racing de Avellaneda, que esta tarde colmarán dos campos, el del Vélez, donde juegan el último partido del torneo Apertura de la Liga, y el propio, donde los miles de aficionados que no consiguieron el billete en la reventa seguirán el partido en una pantalla. El Racing, conocido popularmente como La Academia porque su equipo daba lecciones de juego a comienzos del siglo veinte, es hoy un conjunto modesto en talento pero generoso en el esfuerzo que necesita ganar, o tan sólo empatar, para ser campeón después de 35 años.

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Es sencillo reconocerles a simple vista: son los que ríen, los que se besan la camiseta celeste y blanca que llevan puesta hasta para dormir, los que alzan la voz sobre el tono de murmullo general, los que miran más allá con los ojos iluminados y creen que hay un país y un destino y una vida posible por conquistar. Son ellos, quizá, los únicos que en estos días no han pensado en irse de este país, al menos hasta hoy. Si el Racing pierde, y el River, que juega en casa frente a un juvenil equipo del Rosario Central, gana su partido, el primer puesto quedará igualado y el título se decidirá el domingo en una final entre ambos.

El fútbol hace nuevamente su parte en los momentos decisivos de la historia argentina. Abre ventanas, puertas, deja correr el aire, el grito, la sangre. Estaba allí el día que el sanguinario Videla dio el golpe de Estado el 24 de marzo de 1976 y prohibió toda expresión de vida, menos la retransmisión de un partido que Argentina jugaba en Europa como parte de una gira de preparación. Estuvo antes y después, en 1978, cuando el festejo por la Copa del Mundo de 1978 sofocó el grito de miles de desaparecidos torturados y asesinados en los campos de concentración de la dictadura. Los campos de fútbol son los cráteres por donde la sociedad argentina respira, descarga el fuego de sus frustraciones o vomita la resaca de sus jornadas miserables.

El cacerolazo que la pasada semana volteó el gobierno y detonó el estallido de una formidable bronca acumulada durante los últimos diez años, atravesó también de un disparo el corazón del fútbol. La jornada prevista para el pasado fin de semana se postergó y el sindicato de futbolistas pretendió prorrogar la suspensión hasta el mes de febrero ante la supuesta 'falta de garantías'. Enterada La Guardia Imperial, como se llama a la barra brava del Racing, se autoconvocó frente a la sede gremial y reclamó a su manera. Al advertir que cada vez llegaban más muchachos enfurecidos batiendo sus propios parches, al grito de: 'Si lo tiran a Racing al bombo / va a haber quilombo (batalla campal)', los dirigentes sindicales decidieron, dos horas después, 'cambiar de opinión'.

La acción de los fanáticos en la calle ya había resultado decisiva hace dos años, cuando un juez ordenó la liquidación del club y la venta de sus bienes para pagar parte de los 60 millones de dólares de pasivo y la multitud impidió el remate. El Racing, uno de los históricos cinco grandes del fútbol argentino, junto con el Boca, el River, el San Lorenzo y el Independiente, fue saqueado por sucesivas comisiones directivas, elegidas para administrar la sociedad 'sin fines de lucro'. Un grupo de empresarios y aficionados, reunidos en una sociedad anónima, recibió en concesión por veinte años la administración del club y se hizo cargo de las deudas. La mayoría de los directivos admite ahora que varios clubes deberán recurrir a una solución similar para evitar la quiebra. El presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), reconoce a su vez que 'las deudas con los futbolistas ponen en peligro el comienzo del próximo torneo'.

Abrazados a un balón, los desamparados flotan y subsisten. '¿Hay un fulbo (pelota)?', preguntan los pibes y los adolescentes sueltos como perros abandonados a su suerte. Si les dan pelota, hay vida. Dentro de un campito de fútbol, mirando o jugando, el argentino siente que es alguien.

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