Bajo una trampa blanca
Seis personas relatan cómo vivieron horas y días aisladas por la nieve cerca de Igualada
El paisaje es su mejor aliado: campos y campos cubiertos por un interminable manto de nieve, árboles con las copas pintadas de color plateado y el mobiliario urbano disfrazado de surrealismo por los fragmentos de hielo. Nueve días después de la nevada que azotó el corazón de Cataluña, la comarca del Anoia sigue vestida de blanco. Posiblemente, es la mejor fotografía del recuerdo: para algunos una pesadilla y para otros, una simple aventura.
Un constructor en El Bruc
Josep Bergadà, 51 años
'Yo me había pasado la semana trabajando en Alemania, en Bonn y Düsseldorf, junto a Eugeni Iglesias, el jefe de producción de mi constructora, Hormipresa. Cuando aterrizamos el pasado viernes en El Prat, sobre las tres de la tarde, empezó a nevar. Hace 15 años me sorprendió la nevada fuera de casa y prometí que nunca más me volvería a pasar. Pero la historia se ha repetido, y no ha sido por mi culpa. Yo no soy un irresponsable. El irresponsable es el consejero , que encima dijo que quienes nos quedamos atrapados en la Nacional II éramos unos irresponsables por ir a esquiar con ese temporal. De eso nada: la mayoría regresaba de trabajar y yo sólo quería llegar a mi casa, en Santa Coloma de Queralt. No venía de un día; si nos hubieran advertido, me habría quedado en un hotel en Barcelona'.
'En fin, salimos del aeropuerto en mi coche, un Jaguar, en dirección a Igualada. A las 16.30 el tráfico se detuvo y ya no pudimos avanzar. Pensé que era por un accidente, pero pasaron las horas y nadie nos informó de nada. El atasco fue inmenso. Al final, como casi todos y bajo una inmensa nevada, abandonamos el coche. Aparqué el Jaguar en el arcén y buscamos cobijo en el hotel del Bruc, que está a uno o dos kilómetros del túnel. Tiene unos salones inmensos y afortunadamente no le afectó el corte de corriente. Nos trataron muy bien pese a que nos juntamos un millar de personas. Tuvimos de todo: sólo se les acabó el pan. Yo pude cenar lomo con patatas'.
'El caos fue absoluto. Un desastre de Administración. Se veía a mossos hablar entre ellos, pero nadie nos decía nada. Encima, por televisión, sólo oíamos que en Barcelona había un apagón, pero no había la menor noticia sobre El Bruc. La radio es básica y creo que falló como servicio público. Pasamos en el hotel buena parte de la noche. La gente se durmió con la cabeza sobre el mantel. Sobre las seis de la tarde, un mosso -por cierto, muchos iban sin cadenas- nos informó de que habían quitado nieve de la calzada en dirección a Barcelona y que, en caravana, nos llevarían por un carril hasta el polideportivo de Igualada para dormir en unas colchonetas. Fuimos en un todoterreno que conducía un señor de 80 años que volvía del médico con su hijo. Decidimos dormir en el coche y al mediodía comimos en casa de unos amigos. Mi hermano vino a buscarnos: cogió en la empresa una máquina excavadora y despejó la nieve de buena parte de los 25 kilómetros que separan Igualada de Santa Coloma. Llegué a casa por la tarde y me sentí en el cielo'.
'Toda esta zona sigue fatal: casi todas las carreteras han sido limpiadas por la iniciativa privada. Y si la Administración no tiene máquinas quitanieves, podía, como mínimo, aceptar esa carencia y reclamar ayuda a las constructoras. Además, varios silos no podían escupir sal: estaba apelmazada y cuando se abría la trampilla no salía nada. El desastre ha sido absoluto: mis dos hijos -uno estudia en Igualada, otro en Tàrrega- no pudieron ir a clase hasta el jueves. No tengo suerte con las nevadas: en 1985 ya tuve que dormir en la funeraria de Roquefort de Queralt, que estaba sin luz. Fue un poco tétrico porque no tenían camas suficientes y pensamos: 'Sólo nos falta dormir en un ataúd'. Pero lo cierto es que nos trataron muy bien. En 15 años no hemos avanzado nada. ¡Ah! De las seis personas de mi pueblo que coincidimos en El Bruc dos venían del médico, otros dos eran recaderos y dos volvíamos de Alemania'.
23 horas en
un taxi
Antonio Vallejo, 46 años
'Sí, sí, sobre las seis de la mañana, vimos esa caravana de coches, que iba en sentido contrario; pensamos, pero ¿de dónde salen?, y decidimos actuar. Algunos optamos por mover los coches a peso para recorrer el túnel del Bruc en sentido inverso. No, los mossos no nos reprocharon nada ¡Sólo hubiera faltado! En la mañana del viernes, yo había ido y vuelto de Barcelona dos veces y pensé: 'O echan sal, o tendremos problemas'. Y así fue: sobre las cinco de la tarde, atravesé el túnel y me quedé clavado a 500 metros. Nadie pasó por allí. Unos chicos nos dijeron que un tráiler se había quedado atravesado. Intenté acercarme, pero fue imposible. No llevaba ni zapatos ni el abrigo adecuado. Intenté poner las cadenas, pero me quedé helado. Había unos 40 o 50 centímetros de nieve. Tampoco pude acercarme al hotel del Bruc. Por suerte, no perdí la cobertura y pude telefonear varias veces a Isabel, mi mujer. Tenemos un bar en Santa Margarida de Montbui y, sobre las once, me mentalicé de que iba a dormir en el coche. Menos mal que había cargado de gasóleo el depósito y pude tener el motor en marcha toda la noche para que funcionara la calefacción. Pero otros estaban peor y tuvieron que ir hasta la gasolinera a buscar latas de combustible'.
'Fui durmiendo a ratos: cuatro o cinco horas. No, no pude cenar. Tenía tanta rabia encima que hasta se me pasó el hambre. Había una chica en otro coche con dos pastores alemanes que ya no podía más. Y otra que cogió a su niño de dos años y se fue caminando hasta el hotel. El crío no resistió. Hay cosas que aún no entiendo: donde me quedé había un desnivel entre las dos calzadas que no se podía salvar. Pero más adelante, sí; si los mossos hubieran quitado las cadenas de la mediana habríamos podido avanzar algo por el arcén y luego bajar a la calzada en sentido contrario para llegar a Igualada. No recibimos asistencia de ningún tipo. El primer mosso pasó a las nueve de la mañana: dijo que nos iban a evacuar en dirección contraria por el túnel para tomar la calzada en dirección a Barcelona. Llegué a casa sobre las dos de la tarde. O sea, que estuve 23 horas en el taxi. Ya no perdoné: me comí dos platos de lentejas llenos hasta arriba'.
Caminando bajo
la nieve
Francisco Carricondo, 33 años
'Algún loquillo sí se quedó en el coche, pero, dentro de lo que cabe, en el hotel del Bruc no estuvimos mal. Hubo muchos gestos de solidaridad: un panadero repartió bocadillos, y policías municipales que estaban de fiesta fueron a ayudar. Yo trabajo en Girona, en una nave en construcción, y por el mal tiempo adelantamos la vuelta a casa, a Igualada, junto a dos compañeros míos: José (de 29 años) y Antonio (de 25). La previsión no sirvió de mucho porque, como muchos, nos quedamos tirados; había trabajadores como nosotros, estudiantes, universitarios, representantes, algún esquiador. La descoordinación fue total. Mis dos amigos se hartaron y a las tres de la madrugada decidieron ir caminando a Igualada, que debe de estar a unos siete u ocho kilómetros. La nieve les llegaba por la rodilla y un coche les recogió en Castellolí. Yo llevaba el camión cargado y no podía abandonarlo porque si no me habría ido con ellos. Sólo había un teléfono fijo para todos y los móviles no iban muy bien: era como la noche de fin de año, cuando las líneas se saturan. Dormí en una silla y mi padre vino a buscarme a la una de la tarde del sábado después de que una máquina limpiara la carretera. Luego los mossos me avisaron para que fuera a recuperar mi camión. Yo no viví un drama. Hubo gente que lo pasó peor'.
La niña que vino con la nieve
Familia Carrión-Caro
'El parto se adelantó una semana. Pilar, mi mujer, empezó a sentir las primeras contracciones el viernes al mediodía y sobre las siete de la tarde nos fuimos a la Mutua de Terrassa. Tuvimos suerte: con mi coche no hubiéramos llegado porque ya nevaba muchísimo. Al lado de casa hay un taller y Ángel, el dueño, se ofreció a llevarnos en un todoterreno. Nos acompañó Irene, su hermana, que es enfermera. Entre La Pobla de Claramunt e Igualada tardamos normalmente 10 minutos y el viernes estuvimos una hora. El centro de Igualada era un caos; la nevada nos sorprendió a todos y los coches patinaban y se quedaron atravesados en medio de las calles. Me puse delante del todoterreno y hablé con los conductores de esos coches, entre ellos el ginecólogo que tenía que atender a mi mujer, para que se apartaran todo lo posible. La gente se portó muy bien. Improvisé y me puse a hacer de urbano. Lo más indignante es que no vi ni a un solo policía en todo el trayecto. Todos pasamos muchos nervios porque ella decía todo el rato: '¡Miguel Ángel, que aprieta mucho, que aprieta mucho!'. Al final llegamos y Mónica nació sobre las diez. Los médicos querían dar de alta a Pilar el lunes, pero como en casa seguíamos sin luz desde el viernes la dejaron quedarse un día más en el hospital. Pero cuando el martes llegamos a casa aún no había corriente. Estuvimos a punto de marcharnos; no podíamos estar con una niña tan pequeña pasando tanto frío. Nos dejaron una estufa y por la tarde, al final, conectaron la luz. No es algo nuevo: en el seguro tenemos incluso una cláusula para que asuma los desperfectos por la comida estropeada en el congelador. Tengo una empresa de informática y acabo de abrir un cibercafé; el martes por la noche, la luz se fue otras cinco veces, hasta que decidimos cerrar. Es escandaloso. Afortunadamente, todo ha salido bien'.
'En el hospital nos dijeron que llamáramos a la niña Nieves, porque es un nombre bonito y había llegado con ellas. Pero no, gracias. Hemos puesto a la niña el nombre que teníamos previsto: se llama Mónica'.
Cuatro días
aislados en Orpí
Victoria Mártir, 33 años
'Más que un drama, fue una aventura bastante engorrosa. Fui a pasar el fin de semana a Mas d'en Bosch, a la casa de mi novio, en la población de Orpí, que está formada por masías dispersas y un castillo. La nieve alcanzó 90 centímetros y vino lo peor: la luz se fue el viernes y no volvió hasta el domingo. También nos quedamos sin agua, aunque la conseguíamos descongelando la nieve. Suerte que teníamos mucha leña y comida, pero era imposible circular; incluso a los payeses les daba miedo coger el tractor porque la nieve se convirtió en hielo'.
'Fuimos llamando a los mossos, al 088, pero nos decían que no tenían constancia de que sucediera nada en Orpí, ni el sábado, ni el domingo, ni el lunes. El alcalde intervino y el lunes los payeses pudieron empezar a limpiar las carreteras. Trabajo en un instituto y el lunes, debido a la nieve, estuvo cerrado. Volví a mi casa el martes. En cuatro días no pasó por allí absolutamente nadie. Sólo unos helicópteros, que sobrevolaban muy bajo para comprobar si alguien tenía algún problema grave. No pasó nada, pero delante de Mas d'en Bosch había dos señoras mayores, una de ellas de 90 años, que estaban tan aisladas como nosotros'.
El optimismo de la vejez
Teresa Sabat, 90 años
'No, miedo no. El miedo se tiene a cosas mucho peores que a una simple nevada. Yo vivo sola; mi marido, Pere Puig-Quintana, murió hace 20 años y no tuvimos hijos. Pero precisamente esa semana vino mi amiga Rosa, de 70 años, a pasar unos días conmigo. Si hubiera estado sola lo habría pasado peor, habría sido más pesado. Pero las dos juntas nos hicimos un hartón de reír y de decir tonterías. Eso sí, el teléfono no paró de sonar y me decían: 'Por favor, no salgas al jardín, no vayas a romperte una pierna'. ¿Tenían que decirme eso? ¡Pues claro que salí! Ya no jugué a hacer bolas y guerras de nieve, pero paseé. Todo estaba precioso. No, no llamé a los mossos. No nos faltó nada. Fui profesora de piano y hace años que me jubilé y me vine a vivir al campo, y me volví previsora. No había luz, pero teníamos velas, candelabros y quinqués; teníamos leña para la chimenea y quedaba agua en el depósito, que lo pusimos a raíz de la nevada de 1985. Entonces estuvimos 17 días sin luz. Sólo nos faltó agua caliente. El alcalde fue muy amable y nos trajo pan. ¿Queréis un té?'.
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