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Columna
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Amenaza el euro

Entre mi nutrida correspondencia navideña, llena de felicitaciones de amigos indulgentes, a los que no parece importarles que yo no les conteste en estas fechas, he recibido una carta del presidente del Gobierno. He de decir que la abrí con interés a pesar de que, probablemente, la misma misiva ha sido enviada a millones de ciudadanos del Estado. Ustedes tienen ya su carta del presidente, ¿no?

Lo cierto es que agradecí el mensaje -lo agradecí en mi fuero interno: si no felicito las fiestas a mis amigos no entiendo por qué voy a escribir al presidente- y aún más su contenido: un aviso ante la inminente llegada del euro. El mensaje rezumaba modestia y pedía comprensión: 'Acostumbrarnos a manejar el euro tendrá las naturales dificultades, que espero sabrá usted comprender', escribe el presidente. Y entiendo las dificultades, aunque no entiendo la demanda de comprensión, ya que tales dificultades no son imputables al Gobierno (nunca he llegado a tanto en mis imputaciones). No obstante, la llamada de atención parece prudente y necesaria. De todo corazón, agradezco a este Gobierno (a cuyo sostenimiento contribuyo dentro de lo que Cupo) que alerte a la población sobre lo que se viene encima.

Una campaña al respecto, emitida por televisión, ha resultado especialmente impactante. Aparecían famosos, realizando saldos comparativos sobre el precio de ciertos productos en euros y en pesetas. El famoso mostraba ante la cámara, por ejemplo, una corbata y decía: 'Esta corbata vale 8.250 pesetas. Es decir, 49,6 euros'. Luego sonreía, con gesto de complicidad, y culminaba el anuncio con estas tranquilizadoras palabras: 'Sencillo, jé, ¿verdad?' Bueno, a mí no me parecía tan sencillo. En esos delirantes anuncios, alguien señala un paraguas o una lata de sardinas y dice '12.350 pesetas', o '345 pesetas', y luego '74,2 euros' o '2,1 euros', para acabar con la sonrisa cómplice de siempre y el intolerable latiguillo: 'Sencillo, jé, ¿verdad?' Habría que haber visto a esa buena gente sin echar mano al guión. Uno no convierte de memoria las 37.555 pesetas de una tostadora en 225,7 euros para decirse, acto seguido, 'sencillo, jé, ¿verdad?'

Por eso aprecio en lo que vale el mensaje presidencial, porque es realista y cabal en sus consideraciones. La carta termina con unas palabras de aliento: 'A partir del 1 de enero empezamos a usar billetes y monedas en euros. Le animo a hacerlo'. Bueno, ésta no es precisamente la parte más feliz de la misiva. Animados o no, parece que no hay otro remedio. Todos usaremos el euro, vaya si lo haremos. Lo querremos como quisimos a la peseta, afecto que jamás se vio perturbado por ninguna obnubilación nacionalista. Así también querremos al euro, al margen de la opinión que nos inspire el planísimo discurso de Nicole Fontaine acerca del paisito. Eso sí, a pesar de la gubernamental llamada al ánimo, a pesar de la pasión avariciosa con que ya miramos la nueva moneda, me temo que la usaremos, por desgracia, de forma restringida. Quiero decir que algunos pocos usarán millones de euros, la mayoría usarán miles de euros. Y muchos infortunados, me temo, se limitarán a usar algunos céntimos.

En efecto: mucho euro, mucho euro en todas partes, pero al final no te tocará más de lo debido. Algunos observadores han apuntado una interesante recuperación semántica: la del verdadero sentido de la palabra millonario. Ser millonario se había convertido en una filfa. Muchos millonarios, de hecho, no llegaban a fin de mes. Ahora los millonarios volverán a ser lo que fueron: unos tipos de padre y muy señor mío. Volverán a ser millonarios los de siempre. Lo nuestro fue un espejismo inflacionario.

'Gracias por su comprensión', termina la misiva de Aznar, un poco antes de los trazos de su firma en fotocopia. 'Gracias también a usted, señor presidente', aprovecho para responderle ahora, debilitado, humanizado casi en mi criterio por el ambiente navideño. Le deseo al presidente y a su familia toda la felicidad. La misma que deseo, de corazón, a mis inmerecidos lectores.

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