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GUERRA CONTRA EL TERRORISMO
Columna
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Retorno al unilateralismo

Andrés Ortega

La ilusión habrá durado poco. El brote multilateralista en Estados Unidos ha resultado efímero: el tiempo suficiente para forjar la coalición que ha apoyado la legitimidad (resoluciones unánimes del Consejo de Seguridad y de la OTAN) y la logística para hacer la guerra de Afganistán. Tras los ataques terroristas del 11-S, Washington se apresuró a pagar las cuotas debidas a la ONU. Pero en la semana en la que, prácticamente, ha ganado la guerra de Afganistán, aunque aún no haya dado con Bin Laden, EE UU -no sólo el Ejecutivo, sino también el Congreso- ha tomado medidas unilaterales de gran alcance.

La mayor prueba de unilateralismo la ha dado la manera en que EE UU ha llevado esta guerra: prácticamente solo. Es el único país con los medios militares para poder hacerlo, y la experiencia de la guerra de Kosovo, en la que compartió decisiones en la OTAN, no le gustó. Mientras, Bush reactiva los programas de armamentos, una forma de hacer keynesianismo militar, que, de crecer la distancia tecnológica, puede socavar la capacidad de trabajar juntos en la OTAN.

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El espejismo, o el mito, del multilateralismo se ha roto por varias partes. En primer lugar, con el rechazo de EE UU al protocolo de control de la prohibición de las armas biológicas, con lo que el tratado pierde toda eficacia. En segundo lugar, con la denuncia, legal, del Tratado ABM de 1972 con Rusia, que limitaba el desarrollo de los sistemas antibalísticos. Puede que, efectivamente, esté caduco, pero al dar tal paso hace caso omiso de los temores chinos, franceses y otros a una nueva carrera de armamentos, y se queda con las manos libres para el desarrollo de una defensa antimisiles, que preludia una carrera por el control militar del espacio. Bush ha actuado con habilidad, tras envolver a Putin en una colaboración de nuevo cuño entre Rusia y la OTAN, y prepactar una notable reducción de armamento nuclear. Pero desmontar los acuerdos de control de armamentos existentes sin reemplazarlos por otros puede alimentar la proliferación de armas de destrucción masiva.

El tercer solo lo ha protagonizado el Senado, controlado por los demócratas, al aprobar masivamente la famosa ley ASPA (American Servicemembers' Protection Act), que que permite a EE UU tomar medidas que llegan hasta la invasión para rescatar a cualquier ciudadano estadounidense que se pretenda llevar ante el futuro Tribunal Penal Internacional, ya suscrito por 139 países, y ratificado por 47 (con lo que sólo quedan 13 ratificaciones para su entrada en vigor). El Senado ha suavizado el texto que le llegaba de la Cámara, haciendo posible que el Ejecutivo deje en suspenso la aplicación de esta ley si cree que así se responde mejor al interés nacional. Sólo hace falta una sesión conjunta de ambas cámaras para acordar el texto final.

Por otra parte, a pesar de las apariencias de mediación, la Administración de Bush parece desentenderse del conflicto en Oriente Próximo. Bush, elegido en unas condiciones dudosas, puede buscar una reelección que disipe toda duda que quede y en la que puede pesar el voto judío, en un momento en que crece la impopularidad de Arafat en la opinión pública de EE UU. Sharon sabe que, prácticamente, tiene las manos libres para su unilaterialismo.

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Estados Unidos sale reforzado de Afganistán en su papel de hiperpotencia global. Esta Administración va hacia lo que el diplomático canadiense David Malone llama el 'unilateralismo inteligente', acompañado de toda una panoplia de relaciones bilaterales con países o con organizaciones como la UE. Este unilateralismo -por no añadir la pena de muerte, que dificulta algunas extradiciones, o las reacciones europeas si Bush decide atacar Irak-, puede aumentar las diferencias entre EE UU, que sabe lo que quiere, y una Europa que aún se busca, como se ha visto en Laeken.

aortega@elpais.es

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