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Columna
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España

Recibí la carta de mi respetado José o presidente de Gobierno, esa en la que viene a decirnos que el euro somos todos y que no estamos locos y nos hallamos en buenas manos. Pero no era eso lo que yo necesitaba. Porque la tarjeta en sí es un hallazgo, con sus colores tornasolados y sus dos caras, y esa hábil conversión de una moneda en otra, mediante sutil movimiento de tarjeta. Mas no era eso lo que yo estaba anhelando. Oh, no, y mil veces no.

Lo que yo quiero que mi José me mande es un españómetro. Y él puede. Si ha sido capaz de patrocinar esa virguería convertidora de euros, no me cabe duda de que él puede también proporcionar a cada uno de sus súbditos un medidor de nuestros respectivos grados de fusión con la España. Si en veinte años ha realizado la proeza de pasar a defender la Constitución después de haber defendido todo lo contrario, estoy segura de que puede inventar algo capaz de calibrar nuestro compromiso con la operación Patriotismo Duradero.

Personalmente, siempre tropiezo con dificultades a la hora de palparme España. Un poco de sal en los labios y evoco el Mediterráneo. Un mugir de vacas en la tele, y recuerdo un valle asturiano. Una mañana transparente y recupero lo mejor de Madrid, su cielo y su aire. Y así podría continuar, enumerando cuanto amo y conozco. Pero España, estrictamente España, no me la encuentro.

Como no albergo la ilusión de ser única, creo que resultaría de gran utilidad el envío masivo de españómetros, cuyo contacto con nuestra epidermis pondría de manifiesto el nivel de amor patrio incondicional que llevamos en las entrañas o donde quiera que se suela llevar semejante cosa. Podría incluso señalarse una escala del 1 al 10. Ejemplo: menos de tres, necesita reeducación en campos dirigidos por José Manuel Parada; entre tres y siete, bastará con que escuche marchas militares antes de dormir; de siete a diez, estamos ante un ciudadano modelo. Y al que se salga del baremo por arriba se le somete a estricta vigilancia, no vaya a ser que nos salga más patriota que el afiebrado jefe.

Por todo ello, más que de tarjeta, el tal detector debería tener forma de termómetro. De los de antes, y tamaño caballo. Para redondear la faena.

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