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Columna
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Tragedia inducida

'Nosotros no vamos a matar inocentes, aunque haya accidentes; es lo que nos diferencia de los terroristas palestinos', decían ayer fuentes oficiales israelíes después de que sus helicópteros de combate mataran a dos niños e hirieran a otros tres al intentar asesinar a un militante palestino que, al parecer, iba en un coche que se detuvo en un semáforo junto al coche de las víctimas. 'Nosotros estamos orgullosos de nuestros mártires, hay que dedicarles monumentos', dicen jóvenes palestinos en referencia a los terroristas suicidas que han matado a tres decenas de civiles israelíes en apenas diez días. El desprecio a la vida humana que se ha desatado en Oriente Próximo en los últimos meses es, incluso medido por los baremos de la región, obsceno.

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Ayer, en Jerusalén, ciudadanos israelíes que, pese al reinado, de momento casi incontestado, de Ariel Sharon no han caído en tal desprecio, se mostraban conmocionados por la escalada de un drama que amenaza con simas de dolor sin precendentes. Y tan sólo esperaban ya, en profunda desesperanza, el próximo capítulo en un autobús o una discoteca, en un estadio o un supermercado. Miembros de la izquierda pensante y superviviente mostraban su desolación. Nadie duda de que el helicóptero no tenía intención de matar a niños. Ni tampoco de que quien ordena disparar misiles aire-tierra, como ayer se hizo, en una zona urbana en pleno día para matar a un sospechoso es tan sospechoso o más que el objetivo. Nadie podrá decir que no hay culpables tras la tragedia ya rampante en Oriente Próximo. Arafat no ha perdido ocasión de perder oportunidades, la izquierda israelí se ha autoinmolado con Shlomo Ben Amí y Ehud Barak por un lado y Simón Peres por el otro, y Sharon ríe en los consejos de ministros, mientras -o quizás porque- en esta vorágine de violencia pocos alcanzan a pensar en la miseria cotidiana que atenaza a la inmensa mayoría de los palestinos, pero también a cada vez más israelíes. Sumida la ciudadanía en el miedo y el odio al enemigo, Sharon ha conseguido que pocos le pregunten por qué ha reducido al Gobierno de una nación en un ministerio de guerra y liquidación preventiva del enemigo.

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