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Tribuna:UNIVERSIDAD
Tribuna
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Euskara y endogamia universitaria

El pasado martes tuvimos ocasión de leer en este diario una entrevista impagable. Un insigne profesor de nuestra universidad, presidente, para más señas, de su Asociación de Catedráticos, emitía juicios a cual más estrambótico. Conociendo muchos de nosotros al entrevistado, he de reconocer que no nos sorprendieron sus afirmaciones y, de no mediar un asunto al que concedo especial importancia, no me hubiera tomado la molestia de rebatir sus opiniones.

Se suma éste con entusiasmo al discurso antiendogámico tan en boga en ciertos entornos universitarios y extrauniversitarios. Se nos dice, una y otra vez, que el actual mecanismo de acceso a la función docente es perverso, porque genera endogamia y desestimula la movilidad y la competencia entre el profesorado. Según ese argumento, la endogamia es una de las enfermedades más graves que padece el sistema universitario y, a juicio de los promotores de la Ley Orgánica de Universidades, uno de sus objetivos es el de ponerle coto. Y a tal efecto, la citada ley diseña un sistema de acceso a la función docente que sustrae a las universidades la capacidad para seleccionar a su profesorado, transfiriéndola a tribunales estatales.

Algunos pensamos que el sistema propuesto, ya utilizado tiempo atrás por la universidad franquista, lejos de combatir la tan denostada endogamia, lo único que va a conseguir -porque es lo que pretende- es devolver el control de la universidad a los sectores que lo habían perdido tras la aprobación de la vigente LRU. Esto es, va a generar una endogamia de viejo cuño, mediante un sistema de cooptación centralizado.

Pero es que, además, todo este discurso de la endogamia es tramposo. Pudiéndose optar por modelos universitarios reputados como no-endogámicos -aunque de hecho lo sean de otra forma- y de indudable éxito, se renuncia a ello, obligando a todas las universidades a seguir un modelo periclitado y de cortas miras. No nos engañemos. Si interesase la competencia entre universitarios y entre universidades, si interesase la excelencia, lo que se haría es favorecer la diversidad y dejar que los usuarios del sistema, alumnos y agentes sociales, premiasen o castigasen los resultados cosechados por cada cual. Sólo así las universidades arbitrarían mecanismos tendentes a seleccionar a los mejores profesionales posibles y a aplicar las prácticas y mecanismos que pudieran estimular la calidad. Y conste que no estoy inventando nada; esto es algo de sobra conocido y de sobra aplicado, aunque no en nuestras universidades. Todo lo demás es argumento tramposo.

Como tramposo es el discurso según el cual, dado el estrecho ámbito de selección del profesorado bilingüe, ésta es necesariamente deficiente y, por ello, la calidad de tal profesorado, escasa. La falacia radica en el hecho de que las acusaciones no se basan en datos contrastados y, seguramente, tampoco en observaciones, sino en el a priori que acabo de exponer. ¿Con qué autoridad puede alguien afirmar que algo es malo si no se ha establecido que lo es? ¿Qué científico que se precie realiza aseveraciones no fundamentadas en datos contrastados? La respuesta a estas preguntas es ociosa.

Yo, desde luego, no voy a incurrir en ese vicio, así que no voy a decir que los que estudian en euskera son mejores, iguales o peores que los que lo hacen en castellano. Pero daré cuenta de mi personal experiencia, por si de algo sirve. Conmigo han realizado la tesis estudiantes vascohablantes y estudiantes castellanohablantes. Unos y otros, durante su periodo de formación doctoral y tras doctorarse, han recalado en diferentes centros de investigación y universidades de prestigio en Europa y Norteamérica. Y de todos ellos, sin excepción, la valoración que se me ha hecho llegar ha sido magnífica. Como anécdota señalaré la curiosa circunstancia -sin duda casual- de que la predisposición para utilizar la lengua del país extranjero y, por ello, su capacidad de comunicación e integración en otros sistemas universitarios, ha sido mayor en el caso de los doctorandos vascohablantes.

Insisto, no puedo decir que los que estudian en euskera sean mejores, ni iguales ni peores. Como tampoco puede decirlo nadie con un mínimo fundamento, ni de ellos, ni de sus profesores. Si dispusiésemos de los sistemas de evaluación y de recompensas -positivas y negativas- por los que abogo, quizás podríamos decirlo. Pero la ley a punto de ser aprobada no nos lo permitirá, con lo que se perderá una oportunidad de oro.

No tengo nada en contra de la Asociación de Catedráticos de la UPV-EHU ni de sus miembros, aunque no sea uno de ellos. Pero si en una entrevista realizada a su presidente, y en calidad de tal, vierte afirmaciones como las realizadas, no me queda más remedio que responderle, porque somos muchos los catedráticos de esta universidad que vemos las cosas de otra forma. Somos muchos quienes hemos recalado en otras instituciones universitarias y creemos que, aunque mejorable, la nuestra no es una mala universidad. Trabajamos en ella y para ella, para que el servicio que presta a la sociedad esté a la altura de sus demandas y expectativas. Y lo hacemos con ilusión y con ganas, a pesar de las leyes en vigor y de las próximas a ser aprobadas.

Lo que me sorprende es que alguien con tan mala opinión acerca de esta universidad no haya encontrado a lo largo de su dilatada carrera ninguna universidad a la altura de sus expectativas. Aunque quizás el problema sea exactamente el contrario.

Juan Ignacio Pérez Iglesias es catedrático de la UPV-EHU y miembro de su Junta de Gobierno.

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