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Columna
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Anacronía y aislacionismo

Plantear en Euskadi la autodeterminación como un derecho para la separación es una anacronía. En otro momento del pasado era también plantear un imposible, pero hubiera tenido una mínima justificación hablar de ello cuando las colonias lo ejercían a mediados del siglo pasado, ámbito para lo que estuvo pensado fundamentalmente, o incluso tener la osadía de presentarlo voluntariosamente en el proceso constituyente español.

Ahora, en plena formación de la Unión Europea, con cesiones de soberanía por parte de los estados en una articulación de proyección federal, y con semejante modelo al nivel de España, tiene menor sentido que nunca. La anacronía, y el fuera de lugar, es manifiesto. Lo razonable sería, y volveríamos al cómo lo hacen los catalanes, usar las potencialidades estatutarias, ampliadas en el caso vasco con su régimen financiero y fiscal, para ubicar de la mejor manera posible a Euskadi en el concierto europeo. Pero, parece ser, que nuestro debate y preocupación miran al pasado.

'El rechazo nacionalista vasco al terrorismo es moral como único argumento frente al crimen político, y este discurso se quiebra'
'Un discurso político legitimaría al Estado, y al marco jurídico, porque todo discurso político acaba referenciándose en él'

¿Por qué?. El partido mayoritario, o partido guía, como lo llama un amigo, ha optado por situarse ideológicamente en la anacronía. En clara asunción del nacionalismo romántico antiliberal, ha optado por un nacionalismo idealista basado en las esencias colectivas del 'Pueblo Vasco', en su pasado histórico (en una determinada visión mitificada de un pasado que poco tiene que ver con la historia), y en un destino prefijado y paradisiaco típico y tópico en las concepciones nacionalistas reaccionarias. Desde este tipo de ideología anacrónica resulta consecuente la reclamación de la autodeterminación, versus separación. A pesar de todas las consecuencias telúricas que dicha opción, desde el mismo instante que se enarbola el espantajo de la autodeterminación, tiene en la sociedad. Consecuencias que van desde la violencia política que se presenta como útil y necesaria a la desestabilización económica denunciada por el Círculo de Empresarios.

La anacronía lleva a la de-saparición del discurso político. Es insostenible para el nacionalismo un discurso diacrónicamente coherente con la realidad. Por eso el discurso se reduce o bien al moral ante la sociedad en general, o al ideológico radical ante la comunidad nacionalista, y siempre anticonstitucional por cuantas las instituciones son hijas de este tiempo. El rechazo nacionalista al terrorismo es moral como único argumento frente al crimen político. Y ese discurso moral, dirigido a la conciencia personal, se quiebra o se pliega con demasiada frecuencia porque no puede remitirse al Estado como garante de los derechos y libertades del ciudadano. Un discurso político legitimaría al Estado, y al marco jurídico, porque todo discurso político acaba referenciándose en él (cuyas bases fundamentales se expusieron en la Ilustración). Por eso el actual nacionalismo vasco se ve obligado a renunciar al discurso político para salvaguardar su ideología idealista romántica.

Así, cuando nuestro buen intencionado consejero de Justicia manifiesta 'consideramos a los jueces como nuestros aunque pertenezcan al Estado' (no hay juez que no pertenezca al tercer poder del Estado), aunque se agradezca su solidaridad moral, está manifestando su deserción de la realidad, del marco jurídico moderno (no sólo del aquí vigente), negando que él sea Estado (razón por la que le pagamos el sueldo). Una enajenación política producto de la ideología de la clase dominante en Euskadi, y que por dominante se traslada a líderes de otros partidos (entre ellos algún socialista que no sabe que esa sustitución del discurso acaba en la Marcha sobre Roma bajo el nacionalismo) y a la sociedad en general.

El resultado es el aislacionismo que padecemos como país. Cuadros técnicos, empresarios, profesores y periodistas optan por el exilio a la modernidad. El aislamiento que hoy sufre nuestro partido guia abandonado en el grupo verde del Parlamento europeo es todo un síntoma. El PNV dejó hace tiempo de ser aquel que impulsó el Congreso de Munich que convocó a toda la oposición democrática antifranquista y hoy se ve mal aceptado en los foros europeos. Eso sólo es el reflejo del aislacionismo que ya padecemos, apartados de las decisiones estratégicas, como el tren de alta velocidad, abandono de iniciativas privadas, perdiendo centralidad en esta charnela que fuimos entre España y Francia. No nos contemplan negativamente por manía, o porque se odie lo vasco, que son reacciones xenófobas y victimistas generadas en nuestra ideología dominante. Padecemos esa negativa valoración sumidos en un aislacionismo ideológico y político que nos conduce a convertirnos en la última 'reserva espiritual de Occidente'. Tanta obsesión de determinados líderes nacionalistas por el franquismo sólo encubre su tremenda identidad con él.

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