No sin las mujeres afganas
Imágenes de mujeres sin burka paseando por las calles de Kabul, escuchando música y comprando televisores llenan los periódicos y programas televisivos estos días; también, noticias y análisis sobre la llegada de la Alianza del Norte a esa ciudad y el futuro poder político de Afganistán.
Imágenes y análisis disociados como si de dos mundos distintos, de dos realidades diferentes se tratara. Con las imágenes se nos intenta convencer de las bondades de esta guerra, de esta masacre de civiles -sobre todo mujeres y niñas y niños-. Con los análisis, se pretende informarnos sobre la conveniencia de la integración en el futuro poder político de las distintas etnias, así como de la necesidad de la presencia en suelo afgano de fuerzas de pacificación occidentales, todo ello para la futura estabilidad de la zona.
Los colectivos de mujeres nos hemos manifestado contra esta guerra, y consideramos que cualquier salida política tiene que contar con las organizaciones de mujeres afganas -RAWA, HAWCA, etcétera- que en los últimos años han luchado contra el régimen talibán arriesgando sus vidas, pero pacíficamente, esgrimiendo las únicas armas de la alfabetización de niñas, la asistencia sanitaria a mujeres y la defensa de los derechos humanos.
Las mujeres afganas deben participar, como sujetos activos, en las mesas de negociación y en los procesos políticos que se están desarrollando en su país. No nos van a convencer con meras imágenes de sonrientes caras descubiertas.
Ellas, con todos los derechos y todo el protagonismo, deben formar parte del futuro de su país, de la realidad social, económica y cultural en la que vivirán sus vidas. Y ya está bien que justo cuando reivindicamos -no desde la prepotencia, sino desde la solidaridad-, derechos para las mujeres de otras zonas del planeta, se nos cuestionen estas reivindicaciones aludiendo a posturas etnocéntricas o a falta de respeto a la diversidad cultural. Aquí, en nuestro país, a lo largo de este año, ya han sido asesinadas 57 mujeres por sus compañeros, y miles padecen violencia física y psicológica sistemáticamente.
Esta violencia de género no es puntual, ni fruto de ninguna enfermedad, ni efecto de la pobreza o bajo nivel cultural, es el resultado más cruel e inhumano de una cultura impregnada de machismo y de sexismo hasta su médula, que se manifiesta y reproduce constantemente desde en los anuncios y películas hasta en nuestros libros de texto. ¿Esto también es diversidad cultural que hay que respetar? Dejen de invocar esa diversidad que nos niega los derechos como seres humanos y como ciudadanas, ya sea aquí, en Afganistán, en EE UU o en Arabia Saudí.-
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.