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La guerra abre una grave crisis de identidad en el seno de la Alianza Atlántica

Los europeos se quejan de haber sido relegados por Estados Unidos al papel de comparsas

Carlos Yárnoz

'Está claro que Estados Unidos no quiere interferencias', comenta con resignación un alto cargo de la OTAN. Hasta ahora, Washington ha rechazado todo apoyo militar de la Alianza en las operaciones de Afganistán y ha frenado la participación aliada en una fuerza de estabilización y hasta en una gran operación humanitaria en la zona. 'Desconcierto' es una de las palabras más escuchadas estos días en la sede de la OTAN, sumida en una crisis interna sobre el papel que debe desempeñar tras el 11 de septiembre o en el cometido de los militares frente al terrorismo.

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'¿Por qué nos estamos preparando para actuar si nadie nos lo ha pedido?', se preguntó el embajador francés ante la OTAN, Philippe Guelluy, en una reunión del Consejo Atlántico (los 19 embajadores) la pasada semana. Más realista que los mandos militares del Cuartel General de la OTAN y que el propio secretario general de la Alianza, George Robertson, Guelluy pedía prudencia ante el catálogo de planes que estaba analizando el Comité Militar, que incluía hasta la formación de una fuerza de estabilización, de apoyo a la paz, integrada por 30.000 hombres para ser desplegados en Afganistán bajo el paraguas de Naciones Unidas.

La iniciativa había partido del general estadounidense Joseph Ralston, comandante supremo aliado en Europa, 'por sugerencia de Washington', según un portavoz de la Alianza Atántica, pero la propuesta ni siquiera llegó a la mesa del Consejo Atlántico, a pesar de que el propio secretario de la ONU, Kofi Annan, había dicho a Robertson que no veía mal el plan. 'Pero EE UU rectificó porque los acontecimientos se precipitaron, los talibanes perdieron mucho terreno y el control del espacio aéreo y de su acceso es total por parte americana', argumentan en la OTAN.

Otras explicaciones en la Alianza son menos benignas: 'Lo cierto es que los americanos están muy centrados en perseguir a Bin Laden y otros dirigentes de Al Qaeda y no quieren coordinarse con nadie ni tener testigos de lo que están haciendo'. Quizás por esta razón se comprendan mejor las enormes reticencias que está poniendo Estados Unidos a la participación directa en la zona de tropas de tierra británicas y francesas que, después de haberse desplazado a las inmediaciones de Afganistán, no acaban de recibir el visto bueno para entrar en acción.

Dirigentes políticos franceses han calificado de 'humillación' el hecho de que los 60 comandos desplazados el pasado 18 de noviembre a Uzbekistán estuvieran todavía en ese país seis días más tarde, cuando su misión era proteger el aeropuerto afgano de Mazar-i-Sharif. Ha sido un ejemplo más del desconcierto entre los aliados, tanto en su vertiente bilateral con EE UU como en las relaciones de Washington con la Alianza.

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Hoy, la ONU sigue planteando la conveniencia de desplegar una fuerza de paz en el escenario afgano, pero los países occidentales están excluidos y se plantea la posibilidad de implicar a soldados de Indonesia, Marruecos, Jordania, Turquía y otros países musulmanes.

El último caso más claro de postergación de la OTAN ha tenido Ginebra como escenario. Allí se han reunido dos veces representantes de la OTAN con el director de la Oficina de Coordinación de Asistencia Humanitaria de la ONU, Ross Mountain. La Alianza había preparado un gran plan aéreo para distribuir ayuda humanitaria en Afganistán, que incluía el uso de 15 enormes aviones de transporte, además de unos 30 más pequeños, junto a helicópteros y unos centenares de soldados de protección. 'En la segunda reunión dijo que no nos necesitan', comenta un alto cargo de la Alianza.

La frustración en la OTAN, y sobre todo en su secretario general, se va acumulando desde que dos días después de los atentados del 11 de septiembre decidió activar el artículo quinto del Tratado, que prevé la defensa mutua de los aliados y en este caso la defensa de EE UU por haber sufrido 'un ataque exterior'. 'Obviamente', señala una destacada fuente aliada, 'no hemos participado en ninguna operación de combate'. Políticamente, la activación del artículo quinto del Tratado fue histórica, pero operativamente sólo se ha concretado en el despliegue de una flota aliada en el Mediterráneo oriental y en el envío de cinco aviones de alerta y control a EE UU.

El embajador español en la Alianza, Juan Prat, no es pesimista pese a todo, y pone de relieve que 'la OTAN ya no es la de la guerra fría' y que el debate debe centrarse en el papel que debe desempeñar la organización ante las nuevas amenazas, y especialmente la del terrorismo. 'Estábamos ya readaptándonos, pero ahora hemos tenido que poner el turbo'.

Pero es en las actividades antiterroristas en las que también existen dudas sobre los límites legales de la intervención de una organización de defensa. '¿Qué papel nos corresponde a los militares en ese terreno asignado hasta ahora a la policía?', se pregunta un destacado mando aliado. 'De la respuesta dependerá en parte el futuro de la propia organización', se responde.

Tras los ataques a Estados Unidos, sí hay un dato clave que está cambiando en la OTAN. Se trata de su relación con Rusia. El primer ministro británico, Tony Blair, ha propuesto, con el apoyo explícito estadounidense, que Rusia se incorpore a las reuniones del Consejo Atlántico, con voz y voto en temas claves como el terrorismo.

Maniobras de <b></b><i>marines</i> británicos en Omán durante la crisis afgana.
Maniobras de marines británicos en Omán durante la crisis afgana.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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