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VISTO / OÍDO
Columna
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Paso a paso a la caverna

Cada día se advierten nuevos pasos hacia el interior de la caverna. 'Cavernícola' se decía entonces, y tiene valor ahora, de la persona retrógrada o partidaria de la política conservadora agotada. Llamamos caverna a aquello que restringe libertades o expolia ciudadanos, que a lo largo de un camino de muertes, cárceles y exilios han ido mejorando de situación.

Hoy, a primera vista, veo y oigo dos zancadas a la caverna. Una: los farmacéuticos andaluces se niegan a expender obligatoriamente las píldoras del día siguiente (o poscoitales) y los tribunales de justicia regional les dan la razón. Otra: el Gobierno aumenta en cuatro pesetas el impuesto de los carburantes. La primera es una concesión religiosa: ciertos farmacéuticos creen que la muchacha (¿la pareja?) que se queda embarazada sin desearlo, generalmente por rotura de condón o por esas urgencias del sexo impetuoso de los jóvenes, debe dar a luz o abortar si prefiere ir al infierno fascista, lejos de ellos y su fe; crear un niño mal querido, hundir su vida y quizá su pareja. Estas reservas de conciencia se han dado en jueces contrarios al matrimonio civil y al divorcio, en médicos católicos, en farmacéuticos contra el condón y la píldora. No tienen derecho, la sociedad es laica, pero los jueces les dan la razón y tampoco tienen derecho. Esperemos al recurso. La Iglesia va arrastrando hacia su caverna, el oscurantismo brutal de Franco: no sólo contra sus afiliados voluntarios (¿son libres?), sino contra toda la sociedad. La oligarquía se cierra.

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El impuesto sobre la gasolina es indirecto. La huida de la caverna consistió en que los impuestos que se aplican a los beneficios son progresivos, el más rico paga más, el que no tiene no paga nada (¿?). El impuesto indirecto grava a todos por igual: a los que usan los carburantes para su trabajo y a los que lo despilfarran para ir de tiendas o que sus hijos no vayan en el autobús del colegio. Es decir, pagan igual el pueblo que los oligarcas (oligarquía: país gobernado por una sola clase social. Las elecciones no las hacen democráticas desde que las oligarquías dominan los sistemas para dirigir el voto. Como en la caverna: nos meten dentro para que veamos en su televisión nuestra alucinación. Sus periódicos, sus guerras, sus impuestos. Antes de la televisión eran los muñidores electorales, los caciques y sus matones, el durillo al tránsfuga. Antes, el teatro del Siglo de Oro, bello y traidor).

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