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Jefes en coche, soldados a pie

Mientras los comandantes talibanes huyeron en automóvil, los combatientes rasos tuvieron que rendirse y hoy están presos

Guillermo Altares

Mohamed es un talibán modelo. Fue detenido hace dos días en el frente de Taloqán, en el norte de Afganistán, adonde había llegado hace siete meses desde una madraza (escuela coránica) en Egipto para luchar. Tiene el pelo largo y la barba desatada. Se encuentra en condiciones lamentables: sucio y encerrado, aunque no presenta signos de haber sido maltratado. Y todavía tiene ganas de marcha.

'El deber de los musulmanes es hacer la guerra santa. Es lo que nos pide Dios y no pienso parar. Estoy dispuesto a seguir luchando', asegura ante este periodista, antes de ponerse a discutir con el comandante de la prisión sobre lo sabio que es el mulá Omar y lo mal musulmán que era el comandante Ahmed Shah Masud, el antiguo jefe militar de la Alianza del Norte, asesinado el pasado mes de septiembre, seguramente por hombres de Osama Bin Laden.

Mohamed, junto a un paquistaní y un uzbeko, es uno de los tres extranjeros que luchaban con los talibanes y que fueron capturados el domingo cerca de Taloqán. También fueron apresados unos treinta afganos. Pero ellos tienen una versión muy diferente de la yihad.

'Nosotros no pudimos huir porque no teníamos coches. Todos los talibanes árabes, chechenos, los comandantes, todos, salieron corriendo en sus coches. Nosotros nos quedamos y nos tuvimos que rendir', asegura Ayuk, de Herat, que dijo haber sido reclutado a la fuerza hace dos semanas y enviado al frente de Taloqán. Como el resto de los presos afganos, él dice que no tenía ninguna gana de hacer la guerra y que sólo quiere volver a su casa. El comandante de la prisión asegura que éstos seguramente serán liberados cuando los talibanes hayan sido derrotados. Sobre los otros tres no dice nada. Ninguno de ellos tiene tampoco signos de haber sido maltratado.

En la otra habitación, donde han traído a los prisioneros más fanáticos, la surrealista discusión entre el talibán egipcio y el comandante prosigue. Saleh Mohamed comenta que pasó por uno de los campos de entrenamiento de Bin Laden, pero asegura que no recibió ningún tipo de instrucción militar, aunque sí ideológica. Teniendo en cuenta cómo habla, debieron instruirle muy bien.

'No sois buenos musulmanes, porque os cortáis el pelo y eso lo prohíbe el profeta. El mulá Omar es un hombre sabio, una gran persona', señala este hombre de 31 años. Cuesta mucho que declare su nacionalidad porque, según su criterio, todos los países musulmanes son el mismo Estado y no debería haber ningún tipo de fronteras entre ellos. 'La guerra hace feliz a Dios y pienso seguir matando extranjeros', reitera, mientras sigue regañando a su carcelero. 'Teníamos que hacer la yihad contra los israelíes y contra los americanos', vuelve a decir mirando al extranjero, para luego empeñarse a su guerra particular con el comandante.

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Masud Alí, un paquistaní de una madraza de Peshawar, tiene 22 años y está mucho más tranquilo y también más asustado. 'Cuando Estados Unidos atacó a nuestros hermanos musulmanes de Afganistán, nuestro profesor de la madraza nos dijo que teníamos que venir a luchar. Me puso bajo el mando del comandante Mohamed, que era de Kandahar, y me llevaron a este frente', relata. En su unidad había otros tres paquistaníes, que también habían venido de las madrazas. Y, quizá porque los soldados de la Alianza están presentes, se muestra conciliador: 'Ahora comprendo que fue un error hacer una yihad contra ellos, porque también son musulmanes'.

Preguntado sobre la situación futura de los prisioneros, Awez Mohamed, responsable de las prisiones de la ciudad recién liberada, explica que hay dos tipos de presos: los criminales corrientes, que pueden estar 'unas horas, unos días o unos meses' encerrados, y los prisioneros políticos, que no saben cuánto tiempo estarán entre rejas.

Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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