¿Fantástico? ¡Horrible!
En España siempre se espera lo peor. Eso lo dijo hace diez años John H. Elliott, el autor de La España imperial. Cuando habla de historia, el profesor británico, que con tantos premios españoles adorna sus estanterías esenciales de Oxford, parece que habla del presente; sus contemporáneos son los personajes del siglo XVII, que además son sus amigos; los visita y los mima, habla de ellos como si estuvieran cerca. Pero tiene más amigos, claro, a los que además puede tocar; algunos de ellos se han reunido esta semana en un homenaje que sus editores, Marcial Pons y la Casa de América le han rendido en Madrid a partir de la publicación de un volumen colectivo, Europa y el mundo atlántico, coordinado por sus colegas Richard L. Kagan y Geoffrey Parker. Elliott es un hombre sobrio a quien los setenta años han añadido energía intelectual para fijarse también en lo que nos pasa. Ahora ha dicho -en una entrevista en EL PAÍS-, después de haber lamentado las leyendas con las que nos flagelamos, que se terminó la época de la inocencia, que hay que tomar partido frente a los dogmas fundamentales. No es que sea comprensivo, es que ha estudiado. Prepara -con Jonathan Brown- una exposición que explique las relaciones de España y Gran Bretaña en el XVII. Sabiendo como somos, siempre ha reclamado que no le demos al fracaso tanto protagonismo en nuestra historia: no nos fue tan mal. Lo que pasa, ha dicho Elliott, es que a partir de que nos fue un poco mal adivinamos que nos irá todavía peor. Es el optimismo el que le lleva a animar a los historiadores: fíjense más en la historia de la América atlántica y entenderán mejor este país pesimista.
- Mario Vargas Llosa contaba hace unos días algún retazo de la vida y la obra de Ezra Pound, ante un grupo de lectores suyos. Durante años, después de sus flirteos con el nazismo, el gran poeta se refugió en Rapallo, Italia, con sus dos amantes, y allí mantuvo un silencio absoluto, que nadie pudo aliviar. ¿Nadie? En el curso de este largo tiempo de silencio recibió la visita de un viejo amigo que durante tres días y tres noches vivió la zozobra producida por el mudo genial y estrafalario de los Cantos. Cuando el visitante desconcertado se fue a despedir, se encontró al alborotado poeta de los ojos incansables y le dijo que aquel tiempo que había pasado con él en Rapallo había sido fantástico. Pound le miró sin piedad, helado, y le gritó como una estatua: '¿Fantástico? ¡Horrible!'. Y volvió al silencio en el que murió más tarde.
- Los periodistas se han hecho eco asombrado de que Vicente Gallego -el poeta que ganó ahora el Premio Loewe de poesía que convoca Enrique Loewe con una perseverancia que merece premio- trabaje en un vertedero de basura. Como si la basura no fuera al fin el verso que queda de la vida, la memoria que los demás simulan no recordar. Como si trabajar -también en un vertedero- no fuera aún más noticia que escribir poesía.
Babelia
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