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Aquel día

Francesc de Carreras

Se conmemoró ayer en el Museo de Historia el trigésimo aniversario años de la fundación de la Assemblea de Catalunya. Recordar esta primera sesión fue especialmente emocionante.

A lo largo de la mañana de un soleado domingo de otoño, gentes de toda Cataluña, tras salvar un complejo sistema de contraseñas y controles, fueron entrando sigilosamente en la iglesia de Sant Agustí, situada en la plaza del mismo nombre, junto a La Rambla, en Barcelona. En el centro de la plaza, una muchacha, ataviada con una boina de color rojo y una guitarra en las manos, hacía de semáforo: su presencia indicaba vía libre, es decir, que la policía no había descubierto el lugar de la reunión. Unos meses antes, esta primera sesión no pudo celebrarse por un descuido de última hora. Por tanto, todas las precauciones eran pocas.

Pero el 7 de noviembre de 1971 todo fue como una seda. Sólo a Josep Benet lo siguió la policía al salir de su casa: con la serenidad propia de un veterano conspirador, entró en una pastelería a comprar el tradicional tortell y simuló una vuelta al hogar, como un domingo cualquiera. Al poco rato, libre ya de la vigilancia policial, se dirigió hacia el lugar de reunión.

A las dos de la tarde, la iglesia cerró sus puertas como era habitual. Dentro, en una sala interior, habían quedado 300 personas dispuestas a fundar la Assemblea de Catalunya. Pertenecían a sectores muy diversos: partidos, sindicatos, asambleas locales y comarcales, la Universidad, asociaciones cívicas y culturales. En los rostros de los asistentes se percibía una emocionada tensión. En medio de un expectante silencio, comenzaron los parlamentos previstos para expresar el significado y la finalidad del acto. Especialmente emotivo fue el discurso de Josep Andreu Abelló, pronunciado con una elocuencia quizá algo antigua pero sobria, contundente, que llegaba directamente al corazón. Al final, se aprobaron los cuatro puntos de la Assemblea que, más adelante, se resumirían en el conocido lema: 'Llibertat, amnistia, Estatut d'autonomia'.

Pero la importancia de la reunión iba más allá de los discursos y de los acuerdos: lo decisivo era que la Assemblea se había constituido en una iglesia del centro de Barcelona, que habían asistido 300 personas unidas por un objetivo común, pertenecientes a sectores ideológicos diversos, de edades y de condición social distintas, y que, a pesar de todo ello, en plena dictadura, la policía no se había enterado. Se ponía así de manifiesto una importante capacidad de organización, los deseos de amplios sectores de acabar con el franquismo y, muy especialmente, que se estaba perdiendo el miedo.

A la salida, la sensación era, como nunca, de libertad, de normalidad, de que por fin comenzaba a existir una oposición política y cívica que iba más allá de los tradicionales compartimientos cerrados en sí mismos: el movimiento obrero, los estudiantes, los intelectuales. Los reunidos en la iglesia de Sant Agustí no representaban sólo a unas vanguardias muy concienciadas pero desconectadas del ciudadano común, sino que eran, además, una mezcla de muchas cosas, una variada amalgama que empezaba a no diferenciarse de las personas que, ya de vuelta a casa, encontrábamos por la calle. La calle, ciertamente, todavía no era nuestra, pero al salir de aquella reunión la acera se pisaba con más fuerza y la cabeza iba mucho más erguida. Y llegabas a casa con una indefinible sensación de felicidad y de alegría, con el orgullo de haber recuperado alguna pequeña parte de una dignidad que hacía demasiado tiempo se había perdido.

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Aquel 7 de noviembre separa un antes y un después de la oposición al franquismo en Cataluña. Franco murió en la cama siendo jefe del Estado; esto es tan indudable como vergonzoso. Pero en vida de Franco, y sin que los franquistas se enteraran, comenzaba ya a aflorar el posfranquismo. Aquella misma noche, cuatro relevantes personalidades de la vida pública catalana que habían participado activamente en la Assemblea convocaron, como si ello fuera algo natural, una conferencia de prensa a la que asistieron periodistas de toda confianza. La noticia de que en Barcelona se habían reunido 300 personas y habían constituido una plataforma unitaria de oposición al franquismo empezó a dar la vuelta al mundo.

Durante la semana siguiente, el gobernador civil de Barcelona contaba a sus conocidos, con absoluta convicción, que la constitución de la Assemblea no se había producido, que era un burdo engaño y que lo único real había sido la conferencia de prensa. El franquismo comenzaba a ignorar, o no quería ver, lo que estaba pasando, la Cataluña oficial ya no sabía lo que sucedía en la Cataluña real. El pueblo comenzaba otra vez a tomar la palabra.

Las dictaduras se mantienen por el miedo que inspiran. La trágica guerra civil y la represión posterior instalaron el miedo en la mente y en el corazón de todos. Unas minorías cada vez más visibles empezaron a agitar las conciencias, a intentar demostrar que sus componentes eran muchos más de lo que los contrarios 'quieren y dicen', en burda traducción del emocionante poema de Raimon dedicado, precisamente, a la vida clandestina y, más en concreto, a Gregorio López Raimundo.

Aquel día, el 7 de noviembre de 1971, estas minorías habían contemplado el inicio de uno de sus más ansiados sueños: el miedo se estaba perdiendo, empezábamos a galopar.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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