Tambores de recesión
Antes del 11 de septiembre el mundo vivía ya un clima de estancamiento económico. Desde entonces esa tendencia se ha acentuado y se puede considerar que estamos al borde de una recesión: la primera recesión global desde hace 30 años, cuando se produjo la crisis del petróleo. La profundización de esta mala coyuntura tiene que ver con la suma de incertidumbres políticas y económicas, lo que se traduce en una restricción del consumo después de la parálisis que desde hace meses afectaba ya a la inversión.
No todas las zonas geográficas están en la misma situación: Estados Unidos, que acaba de conocer que su economía decreció en el tercer trimestre, muestra una mayor fragilidad porque el consumo supone dos tercios de su PIB y porque el desempleo está aumentando, a través de los despidos masivos. La UE no está todavía en recesión y conserva un mínimo hálito de crecimiento; pero éste no hace más que disminuir, y ha perdido la oportunidad de sustituir a EE UU como locomotora de la economía mundial. Japón está inmerso en la cuarta recesión de la última década, sin que aparezca ningún signo de salida, sino todo lo contrario. La última cifra conocida, el gasto familiar, ha bajado casi un 4% por el recorte de los ingresos de los trabajadores introducido por las empresas para hacer frente a su crisis de producción y el temor a que nuevas familias sufran los rigores del creciente desempleo. Los países emergentes sufren una retirada del capital, que se refugia en las zonas más seguras aunque sean menos rentables.
¿Hay algún motivo para el optimismo? Sí, si consideramos algunas de las políticas de estímulo que se están dando ante estas dificultades, olvidando las rancias recetas ortodoxas del pasado. La política monetaria se ha hecho más laxa, dado que la inflación ha dejado de ser el problema principal y en buena parte está dominada. Estados Unidos volvió a dar ejemplo ayer bajando una vez más los tipos de interés (medio punto) hasta dejar el precio del dinero en el 2%, el porcentaje más bajo desde principios de la década de los sesenta. Es de esperar que el próximo jueves le siga en esta tendencia el Banco Central Europeo, olvidando la tozudez que le ha caracterizado contra el consejo de quienes llevan demandándole mayor energía contra el estancamiento desde hace muchas semanas.
La política presupuestaria también se ha activado y ha puesto el dinero público a trabajar. Bush abandonó enseguida los planteamientos más doctrinales y ha aportado más de un punto del PIB como muleta para la reconstrucción del país tras los atentados y para volver a la senda del crecimiento que caracterizó a la década de Clinton. Europa también parece espabilarse y olvida los criterios más estrechos del Pacto de Estabilidad. Las llamadas al equilibrio presupuestario son hoy más retóricas que reales.
Tipos de interés más bajos y presupuestos más expansivos, en una coyuntura en la que los precios no causan ningún peligro, parecen el cóctel más adecuado para conseguir que la recesión sea lo más corta posible y la economía mundial se recupere lo antes posible.
Por ello es más lacerante que nunca la actitud tancredista del Gobierno español, que hace como si todo esto no tuviera nada que ver con él, a pesar del fuerte incremento del paro y el reconocimiento universal de que la economía no va a crecer tanto como se había previsto. Cristóbal Montoro, hacedor de los Presupuestos, puede pasar a la historia por ser el ministro que presentó las cuentas públicas más superadas en el momento en que las presentó. Su falta de credibilidad tiene que ver sobre todo con esta incapacidad para administrar lo cotidiano.
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