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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Elogio de Michael Collins

Por fin hemos visto las armas del IRA en el desguace. Y esa imagen deslumbrante ha hecho volver muchas miradas hacia los vascos que se miraban en los irlandeses, como una niña que mira a sus hermanos mayores, con una mezcla de emulación y envidia.

Hemos compartido con Irlanda la religión, el Aberri Eguna y palabras que hablan de 'una tierra de paisajes brillantes salpicados de acogedores caseríos, de campos y pueblos alegres, con el sonido de la industria y el alborozo de niños fuertes y sanos, con jóvenes atléticos compitiendo limpiamente, con lindas y alegres muchachas y hogares en torno a los cuales poder escuchar toda la sabiduría de los que han alcanzado la serenidad de la vejez'. Parecen palabras de Ibarretxe en la última campaña electoral. Pero pertenecen al lehendakari irlandés Eamon de Valera, que durante muchos años fue la admiración de los nacionalistas vascos. Mi héroe, por el contrario, fue Michael Collins.

Recuerdo hace muchos años, de estudiante, un encuentro en Bayona presidido por don Manuel de Irujo, el vigoroso ex ministro de la República y consejero del Gobierno vasco en el exilio. Acababa de regresar él de Irlanda, donde había descubierto algo que podría transformar la lucha de los vascos contra Franco. Esa clave era... ¡servilletas! Corrían los tiempos duros de la dictadura y pensé que decía 'metralletas'. Pero no, lo que proponía era inundar nuestros pueblos de auténticas servilletas de papel, bordeadas con los primorosos colores de la patria. Cuando al dictador le quedaba aún tanta vida por delante, esa encantadora propuesta me llevó por contraste a simpatizar con los Michael Collins vascos que, por aquel entonces, hablaban de metralletas, aunque en la práctica se dedicasen a pintar los mismos colores de la patria en las paredes, en lugar de en servilletas.

Michael Collins empuñó las armas en la insurrección de Pascua de 1916 y siguió matando ingleses hasta el Tratado de 1921 por el que se creaba el Estado Libre de Irlanda. En ese momento cambió las armas por la política. Como ha dicho a menudo Mario Onaindia, la política no es sino la continuación de la guerra por otros medios. Pero hacía falta mucho coraje para decir 'hasta aquí' y estrechar la mano de tus enemigos de ayer y ceder -digo bien, ceder- en lo que hasta el día antes se consideraba innegociable. Cuando haces eso, te conviertes en traidor y puedes verte condenado a muerte por tus propios camaradas en nombre de la pureza de los principios. Es lo que sucedió a Collins. El IRA se escindió y De Valera -el de las palabras cursis sobre caseríos y lindas muchachas- le mandó asesinar,dicen. Una vez en el poder, De Valera ilegalizó al IRA y protagonizó el poder nacionalista durante los siguientes cincuenta años. Fue entonces cuando se convirtió en el centro de referencia de los nacionalistas vascos.

¿Nos parecemos a Irlanda? Desde luego, ETA no es el IRA, aunque naciera intentando imitarle. La ETA actual se parece más al brazo armado de los protestantes unionistas, porque ambos utilizan el terrorismo para perpetuar y acrecentar los privilegios de la mayoría que ya detenta el poder. Y no para defender la libertad amenazada de los ciudadanos que están en minoría.

A menudo me he preguntado por qué principios merece la pena morir. Pero, cada vez más, por cuáles merece la pena vivir. Cuando era adolescente creía en la pureza. No tanto en la pureza de María, pero sí en la de las ideas. Me parecía entonces que mis padres transigían en demasiadas cosas. Yo creía que crecer sería llevar a la práctica mis propias ideas. Luego he visto que los más intransigentes de mi entorno se convertían en fanáticos, en ángeles vengadores y, luego, en verdaderos demonios. Pero a base de equivocarme una y otra vez, descubrí tardíamente algo que desde niña venía oyendo a mis padres: que no sólo hay que esforzarse en realizar las ideas de uno, sino que también hay que aprender a aceptar las de los demás. Los colores de la patria se me han ido desluciendo con el tiempo. Pero he descubierto que las servilletas admiten otros muchos colores, como las paredes y las personas mismas.

En Irlanda ha habido demasiadas metralletas. Ahora resulta que han sobrado toneladas. También han tenido excedentes de miseria moral que siguen reflejándose en las miradas tristes de los escolares. Y han tenido a las hermanas Brontë, a Oscar Wilde, Conan Doyle, Samuel Beckett y a James Joyce. Desde luego que faltan muchos, pero ¿a que de éstos no sobra ninguno?

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