'En tiempos de terror la gente no piensa en el arte'
El arquitecto Frank Gehry (Toronto, 1929) vuelve al Museo Guggenheim de Bilbao, el edificio que le llevó a la élite de la arquitectura mundial, para conmemorar el cuarto aniversario de su apertura al público con una exposición de las maquetas de sus mejores proyectos, construidos y no construidos, y piezas de mobiliario. La incertidumbre desatada por los atentados del 11 de septiembre le hace vislumbrar un futuro que relegará a las artes a un segundo plano.
Frank Gehry dice que mira el Museo Guggenheim de Bilbao como a un hijo que tiene vida propia, pero, padre 'orgulloso y feliz' de ver en él el reflejo de su carrera, rehúsa reconocer que es su mejor edificio. 'Si fuera mi proyecto más importante, yo debería parar', afirma. 'Yo debo competir conmigo mismo'. El Guggenheim le ha dedicado un homenaje con una exposición retrospectiva que reúne más de 40 proyectos, pero asegura que prefiere mirar hacia adelante.
En el futuro aún encuentra mayores incertidumbres, después de la situación desencadenada por los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos. 'Puedo imaginar que tendrá un gran efecto sobre la arquitectura', afirma mientras señala un ejemplar de la revista The Economist que muestra el titular The next phase (La siguiente fase) en primera página. 'Las prioridades van a cambiar. Una posibilidad es que la arquitectura sea marginada, porque la seguridad será más importante que las artes. En tiempos de terror la gente no piensa en el arte, piensa en la seguridad. Así que no sé qué puede pasar'.
Las dudas inciden también sobre el proyecto de realizar un nuevo museo en Nueva York, sobre los muelles del sur de Manhattan, encargado por el director de la Fundación Guggenheim, Thomas Krens, al calor del éxito del centro de Bilbao. 'Nunca esperé que fuera construido', reconoce Gehry antes de recordar que, sobre todo, falta el dinero necesario para financiarlo. 'Yo realicé el boceto para Tom. Yo creo que sólo es su sueño'.
La hipótesis de contar con otro Guggenheim en el que se reconocería la mano de Gehry no restaría, en su opinión, interés al museo de Bilbao. 'Es por sí mismo extraordinario, un símbolo singular del arte y el optimismo y nada le puede quitar este valor. Si yo hiciera un edificio diez veces más hermoso que éste, aun así no me llevaría su poder y su presencia en el mundo. Su relación con la cultura no puede nunca ser reducida'.
Gehry ya contaba con el Premio Prizker, equiparable al Nobel en la arquitectura, cuando diseñó el Guggenheim de Bilbao. 'Es el primer proyecto con el que conseguí una aprobación unánime. Generalmente, a la gente le gusta o no le gusta, pero esto fue como un milagro que atraía a todo el mundo', recuerda sentado en un pequeño despacho de formas regulares del museo, que hace olvidar la grandiosidad del edificio. 'Creo que el Guggenheim de Bilbao prueba que se puede hacer arquitectura que conecta con la gente común. No sé si lo conseguiré otra vez'.
El arquitecto intenta repetir la conexión entre su trabajo y quienes lo encargan y la comunidad que va a disfrutarlo. 'El éxito de Bilbao hay que verlo en el carácter de la gente con la que trabajé en el proyecto. No fui yo solo quien hizo el edificio. Fue un sueño de los vascos', relata. 'Me pidieron que hiciera un edificio que significara lo mismo que la Ópera de Sidney significa para Australia. Pensé que estaban locos, porque eso no se puede prever. Pero, como en otros milagros de la historia, fue un milagro de gente trabajando junta. Ahora estoy haciendo un edificio en América, el Disney Concert Hall, en el que los fabricantes del acero protestan porque es demasiado complicado, lo critican, están de mal humor. Eso nunca ocurrió aquí, eran positivos, orgullosos de conseguir los objetivos. Para los constructores americanos es sólo otra obra para ganar dinero, protestan para pedir más. Aquí, desde los albañiles a los políticos, tenían otra mentalidad'.
Pequeños proyectos
La exposición de Bilbao muestra que Gehry, incluso en la cumbre de su carrera, ha intercalado grandes proyectos -el Experience Music Project, de Seattle, o la sede de The New York Times, por ejemplo- con otros menores, como una cafetería para los empleados de una editorial o el hotel de las bodegas Marqués de Riscal, en Álava. 'Yo no digo 'quiero hacer ese edificio' y trato de conseguirlo agresivamente. Espero a que vengan a mí, y si me gusta la gente y el proyecto, lo hago', explica. 'No hay problema en hacer pequeñas cosas. Cuanto más grande es el proyecto, más tienes que tratar con políticos y gente de los negocios, y cuanto más negocios, menos arte. Están más interesados en ganar dinero. Este edificio ha sido un éxito financiero para la región, así que es también una buena lección para los chicos del dinero'.
Gehry parece un hombre muy cansado cuando escucha que sus edificios son constantemente comparados con esculturas. 'Son edificios. Yo soy un arquitecto que hace edificios con un uso determinado, en un momento determinado, que con el paso del tiempo puede cambiar. Una escultura es un objeto estático que nunca cambia; es de una forma para siempre'.
Se muestra halagado, en cambio, al tener la oportunidad de explicar qué le llevó a abandonar las formas rectilíneas de la arquitectura imperante para crear volúmenes curvos. 'No planeé hacer edificios curvos, sino que desarrollé un lenguaje acorde con el mundo en el que vivo. Pero si retrocedo en la historia hasta la Grecia clásica, encuentro que Fideas estuvo interesado en el movimiento y muchos otros grandes artistas del pasado'. ¿Cuál fue su aportación? 'Yo aprendí a hacerlo, a desarrollarlo técnicamente', responde. 'Es difícil'.
Peces y muebles de cartón
Antes de la inauguración del Museo Guggenheim de Bilbao, Frank Gehry tan sólo contaba con una obra en España: la escultura con forma de pez de la Villa Olímpica de Barcelona, su primera experiencia con programas informáticos de diseño tridimensional. La exposición retrospectiva Frank Gehry, arquitecto, que hoy se inaugura en Bilbao y que permanecerá abierta al público hasta el 17 de febrero de 2002, muestra que la figura de los peces se repite en su carrera. En los años ochenta, Gehry realizó, por invitación de la firma Formica, una colección de lámparas con formas animales, y Fish (Pez) fue también el nombre con el que bautizó a la sala más grande del museo bilbaíno. 'Los peces expresan movimiento y resultan arquitectónicos, pero yo empecé a dibujarlos por casualidad', dice Gehry.
La exposición está formada por las maquetas, bocetos y vídeos de 40 proyectos arquitectónicos, ordenados cronológicamente. El recorrido comienza a finales de los años sesenta con los modestos proyectos para viviendas unifamiliares en California, incluida la casa de Gehry en Santa Mónica, en cuya remodelación, para sorpresa del vecindario, utilizó mallas, planchas metálicas y madera contrachapada. En estos iniciales trabajos, el arquitecto ya apuntaba hacia una singular mezcla de materiales y volúmenes, que caraterizaron posteriormente su trabajo.
El desarrollo del Guggenheim de Bilbao es el corazón de la exposición, con una sala dedicada en exclusiva al proyecto. En el resto de los espacios de la muestra se exhiben obras todavía en desarrollo, como la Escuela de Derecho del campus de Loyola, o el Auditorio Walt Disney, ambos en Los Ángeles, junto a obras que han marcado hitos en su trayectoria profesional. Entre ellas están el primer proyecto realizado en Europa, el de la fábrica de muebles y el museo de diseño Vitra, en Weil am Rhein (Alemania), la cafetería para empleados de la editorial Condé Nast en Nueva York, y obras que no se realizarán como el proyecto con el que compitió en la realización de la nueva sede del periódico The New York Times.
Gehry no sólo ha empleado materiales innovadores en la construcción. La exposición recoge los muebles que realizó con cartón ondulado, dentro de un proyecto experimental que quería demostrar su capacidad para fabricar piezas a bajo coste, y las sillas y mesas realizadas con láminas de madera de arce, que cada día se utilizan en el Guggenheim de Bilbao.
Babelia
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