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LA CRÓNICA
Columna
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El descrédito de la política

Cualquier ciudadano que haya seguido la sesión de control parlamentario celebrada esta semana en las Cortes Valencianas habrá llegado muy probablemente a la conclusión de que habitamos la mejor de las comunidades posibles, habida cuenta de la nimiedad de los problemas que ocupan -otra cosa es que preocupen- a los señores diputados. Tampoco les habrá pasado inadvertido cómo se va acentuando la contundencia de los dicterios que se disparan, especialmente desde el frente socialista que con creciente frecuencia transmite la impresión de sentirse engañado, además de sorprendido, cada vez que pone los pies en el hemiciclo. Quizá les aboque a ello la buena fe no exenta de impericia.

Tan sólo como muestra de los desfogues verbales que han amenizado los debates -reducidos a mero eufemismo de sí mismos- hemos constatado que al presidente de la Generalitat se le ha reputado de 'matón, indigno y miembro de una incierta calaña'. En sintonía con ello, su política es calificada de 'barriobajera' y deficitaria en punto a democracia y honestidad. En la acera de enfrente, más comedidos, se les describe -a los socialistas- como 'neuróticos' y se pone el énfasis en su incompetencia. No es esa la única sal gruesa que se administra en este foro y sus aledaños, donde ha tiempo que el vuelo gallináceo de sus señorías establece la altura y consigna el descrédito de la política.

El ciudadano aludido y menos avisado podría pensar que tanto desmadre retórico está cuanto menos avalado por alguna estrategia parlamentaria difusa o ciertos problemas latentes y atinentes a la calidad de vida de los vecinos. Sin embargo, oídas y leídas las delirantes catilinarias que se endilgan unos y otros, la verdad es que, sumariamente dicho, los señores diputados agotan sus energías en torno a chorradas y naderías que ni siquiera nutrirían el orden del día de una asociación vecinal. Los casos Gescartera (en lo referente al disparatado asesor musical del molt honorable, el tal García Morey) y Alaquàs (en tanto que imaginada financiación irregular del PSPV) no dan más de sí, al margen de lo publicado en los periódicos. Y ambos asuntos se resumen en un mismo corolario: dos ligerezas.

¿A quién favorece este esperpento? No a la política en su noble acepción, ni tampoco agrega un adarme de prestigio a los protagonistas, ni a sus partidos. Y a los socialistas menos que a nadie, como han podido sufrirlo en sus carnes cuando, a fuerza de hacer presa donde apenas había carnaza, digo de Gescartera en Valencia, les han sacudido con el espantajo de unos pintorescos estudios que pagaron con dinero público mientras gobernaron la Generalitat y que, en puridad, son tan útiles para la cosa pública como una improbable pesquisa acerca de la aptitud cívica de las anémonas.

Bien que comprendo el cabreo de las huestes de Joan Ignasi Pla y Ximo Puig, cabezas visibles del PSPV, cuando un asalto parlamentario tras otro son machacados por la prepotencia del adversario, que reiteradamente se les escapa sin mácula de entre las manos. Pero culpa suya es entrar a saco en estas trastiendas menores, soslayando horizontes que habrían de serles más propicios, como la educación, la sanidad, la recesión económica que nos acecha, el frenazo en las infraestructuras, el modelo turístico o las desmesuras, como el aeropuerto de Castellón, el Teatro de la Opera y etcétera. ¿Qué no venían al caso? ¡Pues provóquense, si se tiene magín y capacidad para tal menester!

A tenor de este panorama, no ha de extrañarnos que en las inmediaciones de José Luis Rodríguez Zapatero haya cuitados que le estén socavando la peana al secretario general de los socialistas valencianos y que incluso promuevan la candidatura de Jordi Sevilla con la aviesa intención de que este rehuya el sacrificado envite y deje abierto el camino a un futuro mesías de la vieja guardia indígena, un Joan Lerma, por ejemplo. La maniobra puede parecer descabellada, pero alguna maniobra ha de urdirse -o se está en ello- para dotar al PSPV de otras trazas y de más sustanciosas réplicas al zaplanismo. Y pronto, pues de otro modo las Cortes pueden acabar siendo poco más que una escuela de desdenes y trapillos sucios.

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