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Las torretas caen, las dudas permanecen

El Ejército británico comienza su retirada del Ulster entre la indiferencia de los católicos

Apenas media docena de soldados se afanaban ayer en preparar la demolición de una torre de vigilancia del Ejército británico en Irlanda del Norte. En la entrada del cuartel de Newton-Hamilton, en el condado de Armagh, muy cerca de la frontera con Irlanda, sólo hay niebla, una lluvia fina y algunos periodistas extraviados, muy pocos. Ningún vecino del pueblo parecía tener interés en ver como, grotescamente armados con un soldador y un martillo hidráulico, la curiosa cuadrilla militar se afanaba en rebanar del suelo las gruesas vigas verticales que hasta ahora servían para proteger las instalaciones militares. Un símbolo quizá del escepticismo y la cautela con que estas tierras de republicanos radicales han acogido el inicio de la destrucción de los arsenales del Ejército Republicano Irlandés (IRA), el brazo armado del Sinn Fein.

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'Mañana vendrán más periodistas para ver cómo cae la torre', pronostica el soldado más hablador, casi avergonzado por el poco público que reunía aquel acto histórico. Pero basta pasar unas horas por el sur de Armagh para percibir hasta qué punto el proceso de paz es, sobre todo, un mundo de gestos. Todos saben que el IRA puede destruir cierta cantidad de armas sin reducir apenas su capacidad de matar. Pero también saben que el Ejército británico puede derribar un par de torretas de vigilancia sin reducir un ápice su presencia en el principal bastión republicano. Las hay a docenas, salpicando con su feo perfil las colinas de Armagh. Lo importante es que la caída de la torre es un acto político, un gesto que reconoce lo difícil que es para los republicanos entregar las armas.

La frontera que separa la República de Irlanda de la provincia británica de Irlanda del Norte está desde hace 30 años sembrada de torretas erigidas por el ejército británico para intentar controlar el trasiego de terroristas del IRA frontera arriba, frontera abajo, entre el norte y el sur de la isla. Es esta tierra poco dada a las medias tintas. 'Nunca me he fiado del Gobierno británico', afirma Sean O'Brien, cerveza en mano, acodado en la barra del pub Genie Mac's, en Camlough. Afuera, otra torreta corona el horizonte de la campiña. Un helicóptero se mueve en la lejanía. ¿Ha hecho bien el IRA en empezar la entrega de sus armas? Un largo silencio traiciona la contrariedad de O'Brien. Luego ríe, nervioso. 'Creo que no es algo nuevo. Estaba ya organizado desde agosto', acierta a decir con desconfianza.

Su compañero, John Smith, es más directo. El nombre parece falso, pero las respuestas no ofrecen lugar a la duda. 'Irlanda no está unida. Sigue habiendo seis condados dominados por los británicos. Y Gerry Adams y Martin McGuinness (líderes del Sinn Fein) se han rendido al Ejército británico. Eso es lo que yo pienso', afirma. 'Nunca habrá paz en Irlanda hasta que haya una Irlanda unida. Es igual si hay protestantes o católicos, pero tiene que haber una Irlanda unida'. Smith está de acuerdo en que no hay que usar las armas, pero cree que hay que conservarlas porque el Ejército británico y los lealistas protestantes las tienen. 'Los republicanos tienen que tener sus armas', asegura.

'Las armas, en estos tiempos, sirven para disuadir, necesitamos armas para disuadir a los unionistas y los lealistas, para que sepan que si nos disparan se arriesgan a nuestras represalias', afirma Paddy Short con una angelical sonrisa. Con 83 años a sus espaldas, nació cuando había una sola Irlanda y cree que así tiene que ser de nuevo. Detrás de la barra de su pub, que la familia regenta desde 1885, Paddy imparte doctrina de línea dura a quien quiera escucharle en el que quizá sea el más duro de los pueblos republicanos, Crossmaglen. Allí enseña con orgullo un libro de visitas en el que rebusca, ansioso, las firmas de los amigos vascos, abertzales de pura cepa, que le visitaron hace apenas un año.

Crossmaglen es punto y aparte. Un monumento en homenaje a Bobby Sands y los demás presos del IRA que murieron en huelga de hambre a principios de los 80 corona el desvío que lleva desde la carretera principal hasta el pueblo. Las banderas republicanas y los carteles delatan la tendencia política de sus habitantes. 'Desmilitarización. Británicos fuera', reza un cartel. 'Dispuestos a dialogar, listos para disparar', reza otro, con las caras de Gerry Adams y Martin McGuinness, los dos líderes del Sinn Fein. 'Seguimos teniendo fe en ellos', reconoce el viejo Paddy. 'Creemos que hay algo más que el decomiso, algo más de lo que se ve en la superficie. Pero no sabemos qué'.

'Una sola Irlanda'

En el sur del condado de Armagh, hasta los más fervientes defensores de la causa republicana reconocen que los irlandeses del sur no tienen ningún interés en unirse con los del norte, a los que consideran ciudadanos de segunda clase. Pero el veterano Paddy Short, insiste en su pub de Crossmaglen que 'sólo hay una solución' para el problema de Irlanda del Norte: 'Si los británicos no quieren una sola Irlanda tendrán que irse'. 'La gente aquí no quiere ver una Irlanda con dos Gobiernos. Queremos un país libre. La isla de Irlanda se llama Irlanda y un solo Gobierno es más que suficiente'. Short no cree que la caída de las torretas de vigilancia sea algo que tengan que agradecer. 'Las torres nunca estuvieron aquí antes de que ellos llegaran. No se le da las gracias a la gente porque cumpla con su obligación'. Casi niega, incluso, que las torres hayan empezado a caer. '¿Cuándo? Aquí no. Aquí seguimos teniendo soldados británicos armados. Cada día. No es nada bonito'. 'Si el Ejército se va mañana, nadie les dará las gracias porque no deberían estar aquí. Si alguien le deja dinero a uno y tarda mucho tiempo en devolverlo, ¿por qué hay que darle las gracias cuando me lo devuelve?. ¿Porqué tengo que agradecer que me den lo que es mío?', insiste, inasequible al desaliento.

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