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Columna
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Paradojas

El jueves es día de tiros largos en el Parlamento vasco. ¿Por qué? Porque toca discutir el autogobierno. No es difícil anticipar la posición del PNV. Éste reclamará el desarrollo pleno del Estatuto, aunque sin privarse de alusiones al derecho de autodeterminación o, incluso, a posibles consultas para establecer ese derecho. La mesa por la paz convocada por Elkarri operará sobre el debate parlamentario de la misma forma que una fuente exterior de sonido sobre un oscilador armónico. Las ondas que ha empezado a generar la mesa entrarán en resonancia con el Parlamento, aumentando la sensación, o el mensaje, de que se precisa un salto cualitativo para devolver la calma al reñidero vasco. A la vez, sin embargo, que se agita el espectro de autodeterminación se están atando cabos para la renovación del Concierto. Y aquí las cosas son más confusas, y más ricas en ángulos.

De dientes afuera, la reivindicación máxima del Gobierno vasco se refiere a la gestión de la Seguridad Social. Hagamos abstracción, por el momento, de lo que la Constitución ordena, prevé, o contempla. El motivo principal por el que los sucesivos Gobiernos, así populares como socialistas, se han resistido a confiar la gestión de la Seguridad Social a Vitoria, es que ningún Estado, los federales incluidos, puede renunciar a sus monopolios redistributivos. Si, a igualdad de esfuerzo contributivo, las expectativas de un pensionista cacereño no son idénticas a las de un pensionista vizcaíno, adiós al Estado. En parejo sentido, debe existir eso que se llama caja única de la Seguridad Social. La caja única es compatible, en principio, con la administración local de los recursos comunes. Ahora bien, el naufragio parcial del Estado en Vascongadas hace muy difícil el ejercicio de los controles pertinentes desde el centro. Y en consecuencia, Madrid prefiere no ceder facultades.

Vayamos ahora a la Constitución. ¿Qué reza la Carta Magna? Ésta desautoriza, con contundencia absoluta, la pluralidad autonómica de políticas sociales. Pero surge una dificultad, de signo constitucional de nuevo: tanto el Estatuto vasco, como el catalán, acogen el derecho de los Gobiernos respectivos a la gestión de la Seguridad Social. ¿Cómo avenir las dos líneas argumentativas?

El Tribunal Constitucional, presidido a la sazón por Tomás y Valiente, hubo de pronunciarse, en 1989, sobre este punto precisamente. Su interlocutor era, en este caso, la Generalitat. Las conclusiones del tribunal son extensibles, evidentemente, a la Administración vasca. La sentencia, redactada con clara incomodidad, confirma que las obligaciones del Gobierno central van más allá de la fijación de normativas jurídicas generales. El Gobierno debe garantizar la unidad de sistema de la Seguridad Social, o lo que es lo mismo, la igualdad efectiva de los españoles en lo relativo a cosas tales como las pensiones. Pese a todo, se reconocía -no podía no hacerse, si no se quería impugnar los Estatutos-, la capacidad de Cataluña para realizar los pagos de los servicios. Todo ello sujeto a grandes cautelas, y previa habilitación expresa de Madrid. Los nacionalistas vascos se hallan, por tanto, en posición de llamarse a engaño, y de alegar que no se les ha dado lo prometido. Pero no lo están haciendo en la práctica, ni mucho menos están solicitando que se rompa la caja única.

¿Por qué? En esencia, porque no les conviene. De un lado, la ejecución del Concierto ha tenido como consecuencia no deseada por los Gobiernos de España una situación de privilegio fiscal para Vitoria. Del otro, la población vasca está más envejecida que la media nacional. Esto significa que el gasto per capita en pensiones tenderá a ser mayor en el País Vasco que en el resto de España. De modo que Vitoria prefiere seguir como está: en el mejor de los mundos posibles. El pulso se está librando en torno a asuntos menores. Verbigracia, la gestión de las políticas activas de empleo.

Sigamos enredando la madeja. Un partido -el PNV- que no fuerza a la hora de la verdad una lectura completa del Estatuto no parece candidato firme a romper la baraja convocando un referéndum ilegal. Pero la podría romper, porque es nacionalista y porque el diablo no sólo carga las armas, sino también la retórica. ¿Paradójico? Sí. Como la realidad misma.

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