Un ministro talibán ofrece la entrega de Bin Laden si cesan los bombardeos
El sector moderado del régimen afgano envía un mensaje a Powell a través de Pakistán
La visita de Colin Powell a Pakistán puede ser crucial para la evolución de la guerra. Durante una jornada, el jefe de la diplomacia estadounidense tuvo a mano los principales cabos de la maraña afgana: un emisario de los talibanes, un representante de la Alianza del Norte, un enviado del antiguo rey Zahir Shah y un Gobierno como el paquistaní, cuyo beneplácito resulta esencial para cualquier solución. Los talibanes moderados pidieron una oportunidad para efectuar algo similar a un autogolpe desde el interior del régimen, y Powell, cada vez más abierto a alianzas que días atrás parecían inverosímiles, dio muestras de interés. Algunos talibanes, dijo, podían ser 'muy importantes en el desarrollo de un nuevo Afganistán'.
Islamabad vivió ayer un extraordinario hormigueo diplomático. La visibilidad de la llegada del secretario de Estado, Colin Powell, envuelta en aparatosas medidas de seguridad, permitió ocultar la presencia del ministro de Asuntos Exteriores de los talibanes, mulá Abdul Wakil Muttawakil, quien se reunió, según el diario The New York Times, con altos funcionarios paquistaníes. Muttawakil llevaba una propuesta: que Washington interrumpiera por unos días los bombardeos para que los moderados dentro del régimen, establecidos en Kabul, intentaran derribar al ala más intransigente, parapetada en Kandahar y representada por el dirigente máximo del país, mulá Mohamed Omar.
La idea no fue considerada una simple 'maniobra dilatoria' por el presidente paquistaní, general Pervez Musharraf, quien la transmitió personalmente a Powell. Muttawakil explicó que los bombardeos habían escindido a los máximos dirigentes del movimiento talibán, algunos de los cuales (él incluido) consideraban necesario deshacerse de Osama Bin Laden y de Al Qaeda.
Pero los talibanes abiertos a la negociación, o presuntamente dispuestos a cumplir las condiciones impuestas por el presidente George W. Bush (entrega de Bin Laden y de todos los terroristas y cierre de los campamentos) están en Kabul, y los intransigentes, en Kandahar. Las comunicaciones telefónicas entre ambas ciudades son muy aleatorias, y el viaje, en coche o en helicóptero, es altamente peligroso debido a los bombardeos. Lo que pidió Muttawakil fue una pausa para que una comitiva pudiera desplazarse de Kabul a Kandahar con el fin de intentar un autogolpe.
George W. Bush ha repetido varias veces que no cabe la negociación con los talibanes. Powell, sin embargo, les abrió en Islamabad una puerta razonablemente amplia: 'El término talibán', declaró, 'define al presente régimen, pero también define a un grupo de individuos o a un grupo de gente. Si nos libramos del régimen, aún quedarán aquellos que consideren que las enseñanzas, los sentimientos y las creencias del movimiento son importantes, hasta el punto de que deseen participar en el desarrollo de un nuevo Afganistán'.
La diplomacia de EE UU se ha abierto a todas las posibilidades. Las buenas palabras hacia Siria y la cooperación con Irán demuestran que Washington ha limitado el número de gobiernos enemigos en la región a sólo dos: el talibán y, en segundo plano pero 'bajo vigilancia permanente', el iraquí.
Una solución al problema de los talibanes permitiría estrechar el cerco en torno a Bin Laden y Al Qaeda, que constituyen el núcleo del conflicto. Esa solución ofrecida por Muttawakil resulta, de todas formas, muy incierta. Primero, porque no existe garantía alguna de que los 'moderados' de Kabul, figuras secundarias del régimen, puedan acabar, incluso si Estados Unidos les da ocasión, con el carismático mulá Mohamed Omar, quien suma a su prestigio la protección de los experimentados guerrilleros de Bin Laden. Segundo, una pausa en los bombardeos podría interpretarse como un signo de debilidad de EE UU y, por tanto, sería difícil de aceptar por la Casa Blanca y el Pentágono.
Pakistán, patrocinador de los talibanes hasta el 11 de septiembre y primer interesado en que el movimiento de clérigos siga siendo una fuerza importante (para evitar la influencia de India, su gran enemigo, en Afganistán), aconseja una y otra vez a Washington que estimule escisiones y, sobre todo, acabe con la vida de Omar.
Según el presidente paquistaní, Pervez Musharraf, la muerte de Omar bastaría para que el régimen se desmoronara y fuera posible una reconstrucción política libre de la influencia de Al Qaeda.En esa reconstrucción debería jugar un papel importante el ex rey Mohamed Shah Zahir, exiliado en Roma, quien, coincidiendo con la visita de Powell y del ministro talibán, envió una delegación a Islamabad para detallar al Gobierno paquistaní sus ideas sobre el futuro de Afganistán.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.