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Columna
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Kubrick en la cocina

Vicente Molina Foix

Dos años y medio después de su muerte, Stanley Kubrick desafía esa ley no escrita pero infalible que hace pasar a los grandes muertos del arte una temporada en el limbo antes de olvidarse de ellos para siempre o resucitarlos con pompas y honores a la primera efeméride.Como otro Cid Campeador, Kubrick cabalga y vence después de morir, pues aunque AI (Inteligencia artificial) sea evidentemente de Spielberg, Kubrick no sólo está con su nombre en los créditos, sino que figura en la potencia de la idea matriz e inspirando más de una escena y alguna música en esta maravillosa película que cierra -veinte años después de ET y Encuentros en la tercera fase- la gran trilogía sobre la alteridad y los fantasmas de una utopía de los sentimientos (para mi gusto, estas tres obras maestras de Spielberg resultan, ahora que podemos considerarlas como un todo, muy superiores y de mayor calado mitopoético que la otra contemporánea trilogía norteamericana, la de El padrino de Coppola).

Además de póstumo y por persona interpuesta, Kubrick reaparece entre nosotros dando la cara. La casa Warner, con la que el cineasta fallecido mantuvo una larga relación hasta el final, ha lanzado en DVD y VHS un paquete de siete películas suyas, a las que se añade el documental, presentado recientemente en el Festival de San Sebastián, Stanley Kubrick, una vida en imágenes. No voy a hablar aquí de lo que guardan -en DVD hay sorpresas, como es costumbre del formato- o nos deparan esas películas revisitadas ahora. Quiero fijarme en ciertos particulares del excelente documental, producido y realizado por Jan Harlan, cuñado y colaborador de Kubrick. Se ha hecho hincapié en la intimidad del tratamiento de Harlan, quien ha tenido acceso natural a los 'archivos secretos' de la familia y nos ofrece, entre otras curiosidades, filmaciones caseras de la niñez, cuando Kubrick, cuenta su obesa hermana, era tildado por alguno de los chicos de su colegio de mariquita ('sissy'), sólo porque se pasaba el día leyendo. Peter Ustinov, un hombre más inteligente de lo que sus tópicas interpretaciones cómicas podrían sugerir, dice que, al margen de otros méritos fílmicos, Espartaco fue la única película de su género en la que no salía Cristo ni el cristianismo, cosa tan de agradecer.

A Kubrick se le ve perder pelo y engordar, a partir de un momento (1957) junto a su mujer Christiane, y, en las dos mansiones que habitó en las afueras de Londres hasta su muerte, siempre con una caterva de perros y gatos husmeándole los pantalones de faena. Mucha vida y una gran parte del trabajo transcurría, me consta personalmente, en la cocina, y las mujeres de la familia no estaban al fogón, sino opinando y ayudando en la tarea artística. Ya lo he dicho alguna que otra vez: Kubrick creaba con la cercanía y el espíritu artesanal del pintor renacentista, devolviéndole al cine opulento que hacía una humana dimensión de artefacto precioso y detallado. Un ex presidente de la Warner entrevistado en el documental refiere su sorpresa cuando vio, en uno de los rodajes últimos más caros y complejos, el reducido equipo de técnicos que al director le bastaba.También se cuentan anécdotas de su intolerancia estética, que en el arte es una virtud. La mejor es la que le pasó con Lucien Ballard, un afamado director de fotografía, marido entonces de la estrella Merle Oberon, que trabajó, siendo Kubrick un principiante, en Atraco perfecto. Para ahorrarse tiempo de iluminación en un plano, Ballard acortó los raíles del travelling y le cambió a la cámara el objetivo pedido, pero el director, precoz fotógrafo profesional antes de entrar en el cine, cayó en la cuenta y paralizó el rodaje hasta que Ballard hizo las cosas como él las pedía.

Fue un genio intransigente y tenaz, hermético, profético e inconmovible. La voz que narra el documental de Harlan (la de Tom Cruise) lo dice de otra manera: 'Era un hombre que guardaba silencio tanto si se le aplaudía como si se le vituperaba'. Impasible a las inclemencias del medio y los caprichos del gusto común, pudo hacer el cine que hizo, todo sustancia y carne de primera, aunque, eso sí (y es nuestra desdicha), cocinado a un fuego lentísimo.

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