_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Amores que matan

El arzobispo de Madrid se lamentaba de la suerte de la Iglesia en el escándalo Gescartera y le contaba a Concha García Campoy que su organización es una víctima moral y económica de este escándalo. Cierto es que la inversión no les ha resultado bien y que puede decirse que el tiro les ha salido por la culata. Y menos mal que las órdenes, congregaciones y obispados concernidos pusieron sus huchas en manos amigas; de haberlas puesto en manos enemigas, a saber qué sería hoy de la imagen de esta Iglesia especuladora y cuántas colectas especiales tendría que haber organizado para reponer sus euros. El peor enemigo de la Iglesia no hubiera organizado mejor esta levantada de albas y casullas para poner al descubierto el tráfico de las colectas. De modo que si la Iglesia se hubiera cuidado más, por ejemplo, del amor filial de Pilar Giménez-Reyna, que mezcla en su dietario el nombre del Señor con otros chanchullos y se preocupa de avisar a los filipenses, no se sentiría ahora tan acosada por lo que el arzobispo de Valencia ha descrito como intolerancia laica, ya que cuando no es laica tiene por denominación de origen la de Inquisición. Pero no sólo en estos asuntos de las finanzas la Iglesia vive en sus castas carnes, debido al exacerbado amor de algunos de sus fieles, eso de 'quien bien te quiere te hará llorar'.

Aquí, en Madrid, por ejemplo, uno de sus hijos más preclaros es el alcalde, y a veces la Iglesia se ve obligada a sacarlo en procesión por su afición santurrona a hacerse acompañar de bastón de mando y de rosario al mismo tiempo. Que acompañe en ese trance devoto a san Isidro o a la Virgen de la Paloma, o se haga acompañar por ellos, no añade más que el matiz de su rostro piadoso y sus saludos de reina de las fiestas al sobrio acompañamiento de un agnóstico como Tierno Galván, que también se unía a la comitiva con la misma cara de descreído y paciente que empleaba en todo. Pero no es lo mismo subirse a la carreta de la tradición popular y seguirle al pueblo la corriente de su costumbre, entre la jarana y la devoción, que recuperar tradiciones que no llegaron a tal o inventarse procesiones que los madrileños han dado por liquidadas. Lo primero es lo que han hecho los alcaldes que en Madrid han sido y lo segundo es en lo que se empeña el actual mandatario municipal. Pero el arzobispo, que va a menos procesiones que el alcalde, debe encontrarse más cómodo, ya sea en Corpus o en la Almudena, en la compañía de un fiel que de un infiel, aunque en compañía de fieles se metieran en Gescartera con los resultados conocidos. Y en estas vísperas del Pilar me viene a la memoria el asunto procesional porque en sus fiestas patronales debe hallarse el barrio de Salamanca. Y fue por estas fechas, pero en el 95, cuando, viviendo yo allí, quiso la alcaldía recuperar la procesión del Pilar al cabo de 20 años de que la imagen no hubiera puesto un pie en la calle. De esto dio noticia el periódico del barrio y con la noticia trajo la opinión del profesional en la cuestión, o sea, el cura, que cauto y sensato optaba por consultar a su feligresía si estaba por coger un cirio y acompañar a la Virgen o no se veía en las céntricas calles de esta metrópoli interrumpiendo el tráfico para recuperar costumbres de beatas y seguir así la iniciativa de su alcalde. Me olvidé del asunto, me cambié de barrio y la verdad es que nunca supe si el cura hizo la consulta o no. Pero, llegado el 12 de octubre del 96, vi anunciada la procesión y mi curiosidad me llevó a comprobar personalmente el éxito de la encuesta. Por la mismísima calle del Príncipe de Vergara avanzaba la cortísima comitiva, sin más espectadores que los transeúntes desprevenidos y este curioso observador. Abría el cortejo la guardia municipal a caballo y en traje de gala. Lo integraban unos estandartes portados por anacrónicos personajes sacados de un grupo de comparsas, un grupo de jaraneras vecinas maduras pintadas como puertas que desfilaban con peineta y una especie de carroza municipal con los faldones del Ayuntamiento. No recuerdo si había cura. Pero, al final, y más reluciente que la Virgen, a duras penas empotrada en un pilar enano, resaltaba el alcalde con sus medallas, al que seguía su propia banda municipal. Como para pedirle cuentas a la Iglesia de si estamos o no en un Estado laico. En la capital del Reino vivimos en el siglo XXI el Estado de las beatas con peineta.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_