Accesorios
La otra mañana, en el bar de siempre, observaba de reojo a dos atractivas señoras maduras que charlaban de sus cosas. Ambas fumaban, lo que ha prendido con fuerza en el antiguamente llamado sexo débil, y distraídamente noté algo chocante que tardó en llegar a mi entumecido cerebro. La más rubia empuñaba un encendedor de oro. Ahí estaba la rareza, porque están prácticamente proscritas las cerillas y los mecheros de marca, arrollados por los de plástico de usar y tirar. Alargaba a sorbitos la copa de vino y me di en tirar del hilo, reviviendo asuntos que nos fueron familiares. De la remota y abandonada condición de fumador recupero la imagen de los Dunhill de oro o de plata, esbeltos, elegantes, ergonómicos, primero de gasolina, luego con cargas de gas, un regalo agradecido para dar o recibirlo. La dama disponía de uno de ellos.
Los hombre hemos perdido un montón de cosas que fui convocando en la memoria. Otro objeto que desaparece es la pluma estilográfica, en sus variadísimos modelos, desbancada por el bolígrafo, generalmente de anuncio, que esgrimimos sin pizca de vergüenza. También decayó la costumbre de llevar un pañuelo doblado, más o menos insolente, en el bolsillo superior izquierdo de la chaqueta. En realidad, están condenados el pañuelo y la chaqueta. Cada día, en el metro, compruebo ser el único en el vagón que gasta traje, salvo en verano. La gente joven sólo lo lleva en las oficinas de los brokers importantes. Más detalles: prácticamente desaparecen los gemelos en el puño de la camisa, la corbata se hace rara a todos los niveles y exótico el alfiler o el pasador, cuando nos adornábamos con esas fruslerías que resolvían el problema el día del padre, de los enamorados, la onomástica o el cumpleaños. Hoy quizá se utilicen títulos al portador, valores cotizables, televisores o frigoríficos, nada portable, en fin.
Uno de los primeros accesorios en caer, quizá, fue el bastón, seguido del sombrero, cosas ambas indispensables en el ajuar de los hombres de la clase media. 'Dele al señor su sombrero y el bastón y acompáñele hasta la puerta', era la frase que aparecía en la mayor parte de las comedias y en la vida misma para despachar al individuo indeseable. Sus variedades eran infinitas, para apoyarse, para caminar con arrogancia y, llegado el caso, romperlo en las costillas del adversario. Recuerdo haber tenido sombrero desde los 18 o 19 años, uno flexible y otro de más vestir, pues formaban parte inexcusable del guardarropa varonil. Con él se marcha, también, el abrigo, el gabán, tan cálidos en el invierno, y decae la bufanda que preservaba de la gripe y los catarros infantiles. El cinturón suplanta a los imaginativos tirantes, aseguradores del pliegue del pantalón hasta las botas.
Por increíble que parezca, usábamos ligas, antiestéticas, risibles, pero mantenían estirados los calcetines, lo que no me ha vuelto a ocurrir, tras el segundo o tercer lavado, algo que aseguran los fabricantes faltando a la verdad. No hablemos de los cuellos postizos sobre las camisas de tirilla, duros, almidonados o blandos. Si alguien exigiera hoy, en el hogar, tal manipulación, la esposa iría de inmediato al Defensor del Pueblo. Cualquier madrileño, incluso en las esferas menestrales, disponía, por lo menos, de un par de ternos, uno oscuro, el de vestir o de los domingos.
El mundo femenino ha encajado importantes cambios. Como antiguo aficionado, rememoro la camisa, un pretexto de seda o de hilo, prendido con tenues hombreras, que llegaba desde los senos hasta las ingles, supongo que para aliviar la presión del corsé en la cintura, altamente estimulantes. También se ha esfumado la combinación, que permitía a la ropa exterior deslizarse. El güito, imprescindible, cualquiera que fuese el status de la mujer, se bate en retirada. Una gran amiga, bella, inteligente y distinguida, me dijo, en los precarios años cuarenta, que una mujer podía ser elegante si sabía escoger el sombrero y los zapatos. Nada más. Mi decrepitud hace llevadera la supresión de las medias -dos- y el liguero en el atuendo interior femenino. Afirman que han ganado en comodidad, como si eso fuera todo en la vida. Para finalizar, el bolso, sustituido por la mochila o la bolsa deportiva, clave de la personalidad femenina. Allí el lápiz de labios, el perfilador, la cajita de rimmel, la polvera, el pomo de perfume, el pañuelo de encaje, las llaves, intendencia ambulante, fuente de tantos puestos de trabajo... De todo aquello ¿qué se hizo?
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