Póquer de manos
El mayor mérito del tan cacareado debate sobre pacificación estriba en que nos ha hecho ver lo bien que hemos pasado el verano sin estar oyendo todo el rato quejas, lamentos, apóstrofes y bravuconadas. Pero se acabó. El debate parlamentario no era más que la previsible vuelta al sonsonete del conflicto -y a los lloros y a los órdagos a pares e incluso a triples- porque, parafraseando a Barandiarán, sólo aquello de lo que se habla existe. De ahí que le toque a Elkarri mantener el pliego de agravios en candelero y candelabro hasta la primavera, porque ya es casualidad que la única condición de un diálogo que se predica sin condiciones pase por el reconocimiento de que existe un conflicto. Menudo juego de manos.
Pero no es el único. Por alguna extraña razón la actualidad no es que esté a mano, que sería lo propio, sino a manos. En el propio Parlamento y durante el mismo debate, el PSE le echó una al PNV sin que se sepa muy bien por qué. Tal vez quería mostrar una actitud -¿una estrategia?- independiente respecto al PP, pero ha sido a costa de que los nacionalistas, apoyados por esa tercera mano que más bien parece de segunda aunque se quiera izquierda, vuelvan a poner en un papel que hay conflicto, con lo que, sin suscribir de hecho el documento, han contribuido a darle curso. Si se trataba de un gesto de distensión o, como quien dice, de tender la mano, no se sabe qué alcance tendrá, habida cuenta de que quienes podrían recibirla suelen querer el codo y saben que cualquier uña de legitimación no hace sino darles alas.
Claro que todo comenzó de otra manera. Más concretamente con aquella finta de Rato que no le dio la mano a Ramallo menos por desaire que por temor a contagiarse y contraer la enfermedad de la responsabilidad política. En esto, Rato no hizo sino aplicar la máxima evangélica de si tu mano te escandaliza, córtatela. Con todo, no parece bastante y muchos le piden el cuello y a Montoro, la montera, cosa justa donde las haya a nada -pero ahí está el quid- que se demuestre la implicación política de uno y otro en ese juego de manos sucias y escamoteo llamado Gescartera. Una oposición responsable debería no sólo perseguir a los carteristas sino ir construyendo al mismo tiempo un discurso alternativo que siempre será mejor baza o mano para desapear del poder al oponente. De lo contrario, todo podría quedar en un corte de mangas.
Porque también la actualidad está a eso, a cortes. Quién lo iba a decir, el propio Arzalluz o la Víscera Vociferante, ha manifestado estar dispuesto a cortarse la mano. Lo dijo en las campas de Salburua con un tonitruante: 'Antes me corto la mano que firmar la Constitución'. Resulta comprensible que entre el calor de los propios se propenda al envalentonamiento y la exageración -incluso el comedido (?) lehendakari se destapó con un exabrupto nacido de una exquisita simetría: el inmovilismo de ETA y del PP- pero no se entiende que quisiera prescindir de un apéndice tan útil por tan poca cosa. Ya que poca cosa o ninguna son las cartas magnas; a ver, ¿hay alguien que conozca la que Arzalluz, Egibar e Ibarretxe pretenden para ese mundo en el que sueñan a falta de vivir en el país que quisieran y que, pese a tantos años mandando, no consiguen modelar ni sustanciarle mayorías?
La última mano de esta extraña partida la jugó ese insulto del Islam y de la humanidad en general llamado Mohamed Atta, que dejó escrito que recogieran sus restos, y más fundamentalistamente sus genitales, con manos enguantadas. Pues bien, será el único de los aquí traídos por la mano -o por los pelos- que habrá visto más que cumplido su sueño, ya que los habrán recogido con algo tan aséptico como una pala. Lo más grande es que todavía pensaba ir al Cielo, y no se entiende, puesto que los ritos del entierro musulmán son muy complejos y no parece que contemplen los casos de cuerpos hechos añicos y mezclados con restos de infieles y otras impurezas. No sé, a lo mejor hay ahí un argumento teológico susceptible de desprogramar a los hombres bomba; la cosa es no quedarse mano sobre mano y darle al manubrio a fin de discutir el monopolio de la verdad a tanto pope aullante y manoseador.
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