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Una ciudad tocada por los atentados

Desde los atentados, los hoteles y casinos de Las Vegas pierden una media de 30 millones de dólares (unos 5.300 millones de pesetas) al día. Más de 200 convenciones han sido suprimidas. En las tres últimas semanas se ha despedido a 15.000 personas. Pero el Guggenheim, que en verano ya aplazó la inauguración inicialmente prevista para el 16 de septiembre porque los museos no estaban terminados, decidió seguir con el evento, cuyos fastos han sido considerablemente reducidos.

Hasta hace menos de un siglo, Las Vegas era un agujero perdido en el desierto de Nevada. Apareció por primera vez en los mapas ferroviarios del país en 1905. Fue, por supuesto, un religioso español, el padre Francisco Garcés, quien en 1176 le dio su primer atisbo de existencia cuando, de camino a Los Angeles, tomó contacto con las tribus mohaves de la zona. Escala en la ruta entre Nuevo Méjico y California, el pequeño oasis confirmó su nombre de Las Vegas a principios del siglo XIX.

En los años treinta, la construcción de la presa Hoover, en el río Colorado, en aquel entonces la mayor obra de ingeniería del mundo, acabó de infundir vida y población al que seguía siendo un pueblucho de mala muerte.

Aquella época también aportó las dos bases sobre las que Las Vegas construiría su fama: los divorcios rápidos y el juego. Y llegó Benjamin (Bugsy) Siegel, la feroz y despiadada mano derecha de uno de los capos de la mafia neoyorquina, Meyer Larsky. En 1946, empeñado hasta las cejas, inauguró con un rotundo fracaso el hotel Flamingo, precursor de los grandes casinos de lujo. Como recompensa, sus socios le asesinaron y se quedaron con el negocio. El resto es historia: Frank Sinatra y sus amigos del Rat Pack, el originalísimo y peculiarísimo pianista Liberace, Elvis, los domadores Siegfried and Roy, transformaron al oasis en la capital del placer, el pecado y la horterada.

El Guggenheim deberá competir con otro museos: el Museo del Juego, el Museo del Neón, el Museo Liberace y, por supuesto, el Museo Elvis, donde por 7,95 dólares (1.400 pesetas) se puede comprar un trocito de almohada donde el Rey reposó la cabeza. En el Tropicana se encuentran viejas fichas, barajas usadas, ceniceros conmemorativos, vídeos de la visita del presidente John F. Kennedy a este refugio de la mafia, a principios de los sesenta, y demás símbolos del pasado y presente de Las Vegas.

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