Ética, realismo y pragmatismo
Decidir cuál debe ser la implicación de España en la Operación Libertad Duradera (lo de 'justicia infinita' era, sin duda, tragicómico) no es tarea simple. Estamos en una época -que Dee Hock llama 'era caórdica', integrando los conceptos de caos y orden- en la que no hay decisiones fáciles. Una vez aceptado que no es tarea simple decidir nuestro grado de implicación, lo primero que hay que hacer es, justamente, ponerse a simplificar la tarea. Primero, porque no hay mucho tiempo para decidirse; segundo, porque en las crisis no hay nada peor que dar la sensación de inseguridad, de ambigüedad y de tibieza, y en tercer lugar, porque nos encontramos en una situación que no tolera demasiadas reservas, ni matices, ni sofisticaciones. No se puede jugar a muchas bandas.
España -como país europeo y occidental, como país integrado en el pacto de la OTAN (incluyendo el artículo 5), como país rico, como país con una frontera sur especialmente sensible, como país con problemas de terrorismo, como país serio y civilizado que quiere contar en el mundo- tiene que alinearse con los países de la OTAN y los europeos, y ofrecer su apoyo inequívoco y decidido a los Estados Unidos, tanto en la utilización de las bases conjuntas y otras infraestructuras como en el envío, si fuera necesario, de personas y fuerzas de combate. Ésa ha sido hasta ahora la actitud del Gobierno español y también la del PSOE (exigiendo, como es lógico, máxima información y transparencia), y ésa es la actitud que debería mantenerse hasta el final -que puede ser largo- de la crisis. Si estamos -y hay que estar-, estemos con todas las consecuencias. Sin pudores, ni complejos, ni sentimientos de culpa.
Podemos partir de la base de que la respuesta norteamericana va a ser una respuesta válida, una respuesta afinada y controlada. De un lado, porque los miembros de la coalición, y entre ellos España, sabrán aconsejar con el debido cuidado e inteligencia, y también presionar, si es preciso, para evitar excesos; y de otro lado -éste es el dato decisivo-, porque la propia sociedad americana ha descubierto ya su enorme fragilidad y vulnerabilidad, y es consciente de que una represalia exagerada y abusiva incrementaría sustancialmente los riesgos de un nuevo golpe terrorista, al exacerbar de nuevo el fanatismo e incrementar el número de fanáticos -que ya es más que suficiente- dispuestos a morir en una guerra santa. Lo que ha pasado el 11 de septiembre puede volver a repetirse incluso con armas mucho más perversas y letales. Es ésta una reflexión que va a permanecer largo tiempo en la mente y en el corazón de unos ciudadanos humillados, heridos e indignados, pero ya irreversiblemente conscientes de la complejidad y la delicadeza de la situación. Es también esta reflexión la que les está llevando a perder sus reflejos y tendencias a la autarquía y al unilateralismo, y la que les ha movido a buscar aliados y amigos que les ayuden a entender lo que ha pasado, porque ha pasado, y cómo reaccionar eficazmente. Podemos dar por seguro que no se va a responder a la barbarie con más barbarie. Esta guerra, según la OTAN 'multidimensional, multifacética y de larga duración'; esta guerra, 'sin enemigo' contra el terrorismo y no contra el islam (a Berlusconi le ha engañado Giovanni Sartori), va a requerir nuevas actitudes y nuevas estrategias. Estamos viendo, y vamos a seguir viendo, juegos políticos de interdependencia y de conveniencia que habrá que vigilar de cerca y con mucho tiento. España -como ya ha hecho en el pasado- puede cumplir labores decisivas de contacto y intermediación, y su protagonismo no se verá debilitado en forma alguna por una alineación clara e inequívoca en el conflicto; será justamente lo contrario: reforzará su capacidad de acción.
A España le interesa, en cualquier caso, mantener la relación con los Estados Unidos de América como un eje prioritario de su política exterior. Tenemos que profundizar en esa relación en todos sus aspectos porque, a pesar de este conflicto y de otros pesares, Norteamérica va a ser un líder decisivo del mundo y un factor clave en una globalización en el que la humanidad se juega un futuro digno y justo. España tiene que participar activamente en ese proceso y tiene ahora la ocasión de demostrar su capacidad para ser buen amigo y un buen aliado. No se trata de 'bajarse los pantalones' ni de humillarse ante los poderosos; se trata de aceptar la terca realidad y actuar con personalidad, con ética, con sabiduría y con pragmatismo. Puede parecer imposible, pero no lo es. Estamos en la era caórdica.
Esta crisis -acepto apuestas- va a acabar mejorando al mundo. Puede provocar, entre otras cosas, una paz -no infinita, pero sí duradera- en el Oriente Próximo, una reducción substancial del terrorismo, incluyendo el español, un profundo movimiento ecuménico que supere los dogmatismos religiosos y, por encima de todo, una nueva relación norte-sur en la que los países ricos se den cuenta de su irresponsable y suicida insolidaridad, y actúen -sin más excusas hipócritas- en consecuencia.
Antonio Garrigues Walker es presidente de la Fundación Consejo de España-EE UU.
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