Hacia la temida recesión
Estados Unidos no consigue superar el trauma de los atentados terroristas y enfría aún más a la economía mundial
La dramática destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York , soberbiamente enhiestas como un totem capitalista en el corazón de Manhattan, así como parte del Pentágono, epicentro de la máquina bélica de Estados Unidos y al que se suponía el edificio mejor protegido del mundo, han arrojado a la primera potencia económica en una recesión, que está contagiando al resto del planeta, de la que se ignora casi todo, especialmente su nivel de profundidad y su extensión en el tiempo.
Nueva York contribuye con 500.000 millones de dólares a la economía nacional, el 5% del total del país
El número de nuevas viviendas en agosto ha caído hasta cotas no vistas desde hace año y medio
Viajes de trabajo y de placer, consumo, construcción e inversión han caído en picado en Estados Unidos ante la incertidumbre e imprevisibles consecuencias de un enfrentamiento de nuevo tipo con un enemigo capaz de autoinmolarse para sacrificar millares de civiles en un desafío sin precedentes. Nueva York contribuye con 500.000 millones de dólares a la economía nacional, el 5% del total, y su knockeamiento temporal tiene a todo Estados Unidos contra la cuerdas.
'Sólo vendo banderas y periódicos', decía esta semana la dependienta de una tienda de un hotel de Washington con más de la mitad de su habitaciones desocupadas, cuando en otras circunstancias estaría cerca de la plena ocupación. Banderas, periódicos, libros de Nueva York con fotos de las Torres Gemelas, teléfonos móviles y pistolas es lo único que parece venderse bien estos días en Estados Unidos. Al igual que los espíritus se han contraído, los norteamericanos se han reconcentrado sobre sí mismos a la espera de lo que ocurra en el otro extremo del mundo y temerosos de las consecuencias en casa de una campaña militar que pudiera acicatear nuevos actos terroristas. No viajan, no gastan y no invierten. El parón en la aviación, un sector estratégico en la economía norteamericana, ha producido un círculo vicioso que empieza con decenas de miles de despidos que reducen la confianza: la incertidumbre incita al ahorro, el ahorro rebaja el consumo, el menor consumo frena la economía, la paralización económica genera paro y así se reanuda el ciclo.
Aumenta el paro
Los expertos en el mercado de trabajo estiman que los alrededor de 100.000 despidos que se anuncian para el sector aéreo harán subir las tasas de paro en cuestión de meses hasta el 5,5% desde el actual 4,9%. La economía global, con su aireada vertiente electrónica, depende en buena medida del transporte aéreo, tanto de bienes como de personas, y no puede dejar de verse afectada por la crisis aérea, dicen los analistas.
El consumo, que supone los dos tercios de la actividad en los 10.000 billones de dólares de la economía norteamericana, es lo que ha salvado al país de la recesión en los pasados meses. Ahora hay grandes dudas de que ese colchón de seguridad siga funcionando. La amenaza del paro llama a la cautela y al ahorro. Los cheques con la jaleada devolución de impuestos de George Bush, que estaban llegando a los hogares con dólares que se esperaba volvieran al mercado para reactivar una mortecina economía, se van a quedar en las cuentas corrientes ante la amenaza de paro y el desplome de una Bolsa en la que habían invertido la mitad de los norteamericanos pensando en garantizarse un futuro económico sin apuros a la hora de la jubilación. Todo se ha volatilizado.
En términos técnicos, la recesión viene definida por dos trimestres consecutivos con crecimiento negativo. La economía estaba ya prácticamente parada en el segundo trimestre, cuando avanzó un escasísimo 0,2%, que aún podría ser revisado a la baja. Algunos analistas auguran una caída del 1% en el actual trimestre, que se precipitará hasta el 5% en el periodo octubre-diciembre, cuando se hagan sentir plenamente los efectos de los atentados del 11 de septiembre. La contracción seguirá en el primer trimestre de 2002 a una tasa que rondará el 2%, según estos analistas, que sólo a partir de entonces creen ver oportunidades de recuperación.
Golpe devastador
El propio Alan Greenspan, la encarnación de la cautela, manifestó el jueves ante el Comité Bancario del Senado que el golpe terrorista fue devastador para la economía. 'Buena parte de la economía frenó en seco la pasada semana', dijo. El coste de ese parón todavía no ha podido evaluarse, como tampoco el coste de volver a poner en pleno fucionamiento el sistema, ahora lastrado con la carga de las pérdidas humanas y de una amenza terrorista para un país obsesionado con la seguridad y que se creía libre de ese azote.
En el distrito financiero de Manhattan, la gente volvió al trabajo el lunes, pero no estaba para trabajar. 'No podemos hacer nada en la oficina, sólo estamos pensando en lo que ha ocurrido', decía una mujer. 'Mientras hay dolor y trastorno, la cabeza está en otra cosa, y no para comprar un coche, arreglar el dormitorio, cambiar la cocina o hacer cosas que se salen de la rutina', comentaba Daniel Yankelovich, presidente de una compañía de sondeos. 'La cuestión es cuánto va a costar superarlo. Si no estás afectado personalmente por la tragedia, pueden ser dos o tres semanas'.
Un frenazo de dos o tres semanas en la economía será demoledor. La situación es de tal desconcierto e inseguridad que las noticias sobre despidos -que en condiciones normales son recibidas son satisfacción por los mercados, por ver en ellas garantías de beneficios empresariales- no han reactivado las cotizaciones y los agresivos cazadores de gangas han desaparecido del panorama. La Reserva Federal ha entrado en liza rebajando los tipos de interés hasta el 3%, el precio más barato que ha tenido el dinero desde la recesión de 1990-1991 provocada por la guerra del Golfo, y los economistas prevén recortes adicionales en lo que queda de año, para mantener a flote el sistema.
El precedente de la guerra del Golfo es desalentador a corto plazo. En la segunda mitad de 1990, el consumo cayó a una tasa anual del 1,2%, al que ahora hay que sumar la tendencia al alza del paro. El espíritu no está para fiestas: siete de cada diez americanos dicen haber sufrido episodios de depresión desde los atentados, cuyas imágenes hipnotizan en televisión.
Los hoteles-casino de Las Vegas, para los que el trasporte aéreo es vital, tienen sólo la mitad de su ocupación regular, y uno de ellos ha ofrecido billetes de ida y vuelta por 25 dólares para atraer clientes. Decía uno de sus directivos que con esta ganga buscaba también vencer la resistencia a volar y convencer poco a poco a los usuarios de que el avión es un medio seguro de transporte. Durante la guerra del Golfo el volumen de negocio cayó en 15% en Las Vegas, pero ahora se espera una caída mucho mayor. Aquella guerra se libró a miles de kilómetros y era una experiencia ya conocida y relativamente previsible. Lo de ahora ha ocurrido en casa y nadie estaba preparado para ello. El enemigo entonces estaba claro y era muy asequible. Ahora no se sabe muy bien quién es el enemigo (¿un hombre?, ¿una banda con múltiples tentáculos?, ¿un país?, ¿varios?, ¿el terrorismo?) ni cómo puede reaccionar. En televisión se presenta el atentado de Nueva York como un mal menor comparado con lo que podría ser un ataque bacteriológico con cientos de miles o millones de muertos. El reforzamiento de las medidas de seguridad en los aeropuertos no disipa los temores, porque el ciudadano norteamericano se siente vulnerable como nunca se había sentido. Una mujer se preguntaba el otro día en televisión si merecía la pena tener hijos en un país donde el promedio es 3,1 por familia.
Quienes tenían previsto viajar, o han cancelado o han cambiado el avión por el coche y la larga distancia, por las cercanías. En la Oficina de Turismo de España en Chicago, Patricia Wood dice que 'lo más chocante es el silencio de los teléfonos'. Donde antes se recibían 50 o 60 llamadas al día, ahora sólo hay la mitad. 'Hay gente que llama preguntando por la seguridad y si se podría volver en caso de conflicto', dice Wood. 'Y también llaman agencias de viajes para anunciar cancelaciones y pérdidas de dinero'.
Gana el miedo
Cuando hay parejas con disparidad de opinión suele imponerse el criterio conservador. Sin cifras exactas de lo que está ocurriendo, Wood dice tener 'la impresión de que más de la mitad de los viajes han sido cancelados'. Las cancelaciones se producen en ambos sentidos, e incluso agentes de viajes españoles que debían participar en una feria internacional de incentivos a celebrar a primeros de octubre han suspendido sus planes. 'Es peor que cuando la guerra del Golfo', señala Wood.
Alerta roja
La ciudad de Chicago, en la que ferias y congresos dejan miles de millones de dólares al año, se encuentra en alerta roja ante la pérdidas de tantos recursos. En Orlando, hogar de Disney World, una representante de la oficina de turismo señala que están pensando en una nueva estrategia de promoción. 'Tenemos que cambiar nuestros planes', dice. 'Las cosas no son como antes'.
La construcción, otro sector que venía sosteniendo la economía, dio el jueves señales de agotamiento, cuando se anunció que en el mes de agosto el número de nuevas viviendas había caído hasta cotas no vistas en año y medio. Las perspectivas a partir de ahora son a la baja, a pesar de los recortes en los tipos de interés. Lo mismo se aplica a la compra de coches, sector que esta misma semana ha hecho sonar las alarmas. En tiempos de incertidumbre, el consumidor no se embarca en grandes gastos.
Nadie se atreve a vaticinar cómo y cuándo va a volver la normalidad. Algunos economistas alertan contra el excesivo pesimismo que se produce al proyectar a medio plazo sensaciones e impresiones pegadas a un momento traumático. Diane Swonk, economista jefe del Bank One en Chicago, aventura que el año que viene acabará por ser magnífico. 'La economía se va a ver estimulada en el 2002 más de lo que nadie pudiera pensar', dice. Su previsión es que el crecimiento negativo que se prevé para los próximo trimestres acabará por convertirse en una euforia que producirá a finales de año una crecimiento en torno al 4% con la ayuda de los estímulos que se plantea la Administración y los venideros recortes en los tipos de interés.Viajes de trabajo y de placer, consumo, construcción e inversión han caído en picado en Estados Unidos ante la incertidumbre e imprevisibles consecuencias de un enfrentamiento de nuevo tipo con un enemigo capaz de autoinmolarse para sacrificar millares de civiles en un desafío sin precedentes. Nueva York contribuye con 500.000 millones de dólares a la economía nacional, el 5% del total, y su knockeamiento temporal tiene a todo Estados Unidos contra la cuerdas.
'Sólo vendo banderas y periódicos', decía esta semana la dependienta de una tienda de un hotel de Washington con más de la mitad de su habitaciones desocupadas, cuando en otras circunstancias estaría cerca de la plena ocupación. Banderas, periódicos, libros de Nueva York con fotos de las Torres Gemelas, teléfonos móviles y pistolas es lo único que parece venderse bien estos días en Estados Unidos. Al igual que los espíritus se han contraído, los norteamericanos se han reconcentrado sobre sí mismos a la espera de lo que ocurra en el otro extremo del mundo y temerosos de las consecuencias en casa de una campaña militar que pudiera acicatear nuevos actos terroristas. No viajan, no gastan y no invierten. El parón en la aviación, un sector estratégico en la economía norteamericana, ha producido un círculo vicioso que empieza con decenas de miles de despidos que reducen la confianza: la incertidumbre incita al ahorro, el ahorro rebaja el consumo, el menor consumo frena la economía, la paralización económica genera paro y así se reanuda el ciclo.
Aumenta el paro
Los expertos en el mercado de trabajo estiman que los alrededor de 100.000 despidos que se anuncian para el sector aéreo harán subir las tasas de paro en cuestión de meses hasta el 5,5% desde el actual 4,9%. La economía global, con su aireada vertiente electrónica, depende en buena medida del transporte aéreo, tanto de bienes como de personas, y no puede dejar de verse afectada por la crisis aérea, dicen los analistas.
El consumo, que supone los dos tercios de la actividad en los 10.000 billones de dólares de la economía norteamericana, es lo que ha salvado al país de la recesión en los pasados meses. Ahora hay grandes dudas de que ese colchón de seguridad siga funcionando. La amenaza del paro llama a la cautela y al ahorro. Los cheques con la jaleada devolución de impuestos de George Bush, que estaban llegando a los hogares con dólares que se esperaba volvieran al mercado para reactivar una mortecina economía, se van a quedar en las cuentas corrientes ante la amenaza de paro y el desplome de una Bolsa en la que habían invertido la mitad de los norteamericanos pensando en garantizarse un futuro económico sin apuros a la hora de la jubilación. Todo se ha volatilizado.
En términos técnicos, la recesión viene definida por dos trimestres consecutivos con crecimiento negativo. La economía estaba ya prácticamente parada en el segundo trimestre, cuando avanzó un escasísimo 0,2%, que aún podría ser revisado a la baja. Algunos analistas auguran una caída del 1% en el actual trimestre, que se precipitará hasta el 5% en el periodo octubre-diciembre, cuando se hagan sentir plenamente los efectos de los atentados del 11 de septiembre. La contracción seguirá en el primer trimestre de 2002 a una tasa que rondará el 2%, según estos analistas, que sólo a partir de entonces creen ver oportunidades de recuperación.
Golpe devastador
El propio Alan Greenspan, la encarnación de la cautela, manifestó el jueves ante el Comité Bancario del Senado que el golpe terrorista fue devastador para la economía. 'Buena parte de la economía frenó en seco la pasada semana', dijo. El coste de ese parón todavía no ha podido evaluarse, como tampoco el coste de volver a poner en pleno fucionamiento el sistema, ahora lastrado con la carga de las pérdidas humanas y de una amenza terrorista para un país obsesionado con la seguridad y que se creía libre de ese azote.
En el distrito financiero de Manhattan, la gente volvió al trabajo el lunes, pero no estaba para trabajar. 'No podemos hacer nada en la oficina, sólo estamos pensando en lo que ha ocurrido', decía una mujer. 'Mientras hay dolor y trastorno, la cabeza está en otra cosa, y no para comprar un coche, arreglar el dormitorio, cambiar la cocina o hacer cosas que se salen de la rutina', comentaba Daniel Yankelovich, presidente de una compañía de sondeos. 'La cuestión es cuánto va a costar superarlo. Si no estás afectado personalmente por la tragedia, pueden ser dos o tres semanas'.
Un frenazo de dos o tres semanas en la economía será demoledor. La situación es de tal desconcierto e inseguridad que las noticias sobre despidos -que en condiciones normales son recibidas son satisfacción por los mercados, por ver en ellas garantías de beneficios empresariales- no han reactivado las cotizaciones y los agresivos cazadores de gangas han desaparecido del panorama. La Reserva Federal ha entrado en liza rebajando los tipos de interés hasta el 3%, el precio más barato que ha tenido el dinero desde la recesión de 1990-1991 provocada por la guerra del Golfo, y los economistas prevén recortes adicionales en lo que queda de año, para mantener a flote el sistema.
El precedente de la guerra del Golfo es desalentador a corto plazo. En la segunda mitad de 1990, el consumo cayó a una tasa anual del 1,2%, al que ahora hay que sumar la tendencia al alza del paro. El espíritu no está para fiestas: siete de cada diez americanos dicen haber sufrido episodios de depresión desde los atentados, cuyas imágenes hipnotizan en televisión.
Los hoteles-casino de Las Vegas, para los que el trasporte aéreo es vital, tienen sólo la mitad de su ocupación regular, y uno de ellos ha ofrecido billetes de ida y vuelta por 25 dólares para atraer clientes. Decía uno de sus directivos que con esta ganga buscaba también vencer la resistencia a volar y convencer poco a poco a los usuarios de que el avión es un medio seguro de transporte. Durante la guerra del Golfo el volumen de negocio cayó en 15% en Las Vegas, pero ahora se espera una caída mucho mayor. Aquella guerra se libró a miles de kilómetros y era una experiencia ya conocida y relativamente previsible. Lo de ahora ha ocurrido en casa y nadie estaba preparado para ello. El enemigo entonces estaba claro y era muy asequible. Ahora no se sabe muy bien quién es el enemigo (¿un hombre?, ¿una banda con múltiples tentáculos?, ¿un país?, ¿varios?, ¿el terrorismo?) ni cómo puede reaccionar. En televisión se presenta el atentado de Nueva York como un mal menor comparado con lo que podría ser un ataque bacteriológico con cientos de miles o millones de muertos. El reforzamiento de las medidas de seguridad en los aeropuertos no disipa los temores, porque el ciudadano norteamericano se siente vulnerable como nunca se había sentido. Una mujer se preguntaba el otro día en televisión si merecía la pena tener hijos en un país donde el promedio es 3,1 por familia.
Quienes tenían previsto viajar, o han cancelado o han cambiado el avión por el coche y la larga distancia, por las cercanías. En la Oficina de Turismo de España en Chicago, Patricia Wood dice que 'lo más chocante es el silencio de los teléfonos'. Donde antes se recibían 50 o 60 llamadas al día, ahora sólo hay la mitad. 'Hay gente que llama preguntando por la seguridad y si se podría volver en caso de conflicto', dice Wood. 'Y también llaman agencias de viajes para anunciar cancelaciones y pérdidas de dinero'.
Gana el miedo
Cuando hay parejas con disparidad de opinión suele imponerse el criterio conservador. Sin cifras exactas de lo que está ocurriendo, Wood dice tener 'la impresión de que más de la mitad de los viajes han sido cancelados'. Las cancelaciones se producen en ambos sentidos, e incluso agentes de viajes españoles que debían participar en una feria internacional de incentivos a celebrar a primeros de octubre han suspendido sus planes. 'Es peor que cuando la guerra del Golfo', señala Wood.
Alerta roja
La ciudad de Chicago, en la que ferias y congresos dejan miles de millones de dólares al año, se encuentra en alerta roja ante la pérdidas de tantos recursos. En Orlando, hogar de Disney World, una representante de la oficina de turismo señala que están pensando en una nueva estrategia de promoción. 'Tenemos que cambiar nuestros planes', dice. 'Las cosas no son como antes'.
La construcción, otro sector que venía sosteniendo la economía, dio el jueves señales de agotamiento, cuando se anunció que en el mes de agosto el número de nuevas viviendas había caído hasta cotas no vistas en año y medio. Las perspectivas a partir de ahora son a la baja, a pesar de los recortes en los tipos de interés. Lo mismo se aplica a la compra de coches, sector que esta misma semana ha hecho sonar las alarmas. En tiempos de incertidumbre, el consumidor no se embarca en grandes gastos.
Nadie se atreve a vaticinar cómo y cuándo va a volver la normalidad. Algunos economistas alertan contra el excesivo pesimismo que se produce al proyectar a medio plazo sensaciones e impresiones pegadas a un momento traumático. Diane Swonk, economista jefe del Bank One en Chicago, aventura que el año que viene acabará por ser magnífico. 'La economía se va a ver estimulada en el 2002 más de lo que nadie pudiera pensar', dice. Su previsión es que el crecimiento negativo que se prevé para los próximo trimestres acabará por convertirse en una euforia que producirá a finales de año una crecimiento en torno al 4% con la ayuda de los estímulos que se plantea la Administración y los venideros recortes en los tipos de interés.
La subida lenta y firme del oro
El oro cerraba la semana a 264,45 dólares por onza. Desde la crisis provocada por los atentados terroristas, el preciado metal ha conseguido una revalorización cercana al 10%, con una evolución alcista lenta, pero firme. Actualmente, el oro y el franco suizo son los dos refugios preferidos por el dinero más conservador, mientras que el grueso de inversores realiza un trasvase desde la renta variable (acciones) hacia la renta fija (bonos, obligaciones). Pese a la ganancia obtenida en estas jornadas, el protagonismo del oro ya no es tan importante como en pasadas crisis donde se producían ascensos mucho más significativos en su precio. Y es que, actualmente existen muchas más alternativas dentro de la propia inversión financiera que hace 20 o 30 años cuando, en momentos de máxima incertidumbre, el dinero tenía en este metal su único refugio. Las coberturas de posiciones que permiten los productos derivados, aunque suponen un coste añadido para los inversores, permiten seguir dentro del mundo financiero y apostar por su mejoría.
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