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LA GUERRA DEL SIGLO XXI
Columna
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Sociedades frágiles

La retórica apocalíptica es inevitable compañera de las grandes catástrofes y su justificación consiste en la función catártica que la exaltación verbal cumple. Eso es lo que está sucediendo estos días -lucha final, nueva era, bien absoluto contra mal absoluto, justicia infinita, etcétera- y que no debe hacernos olvidar la vigencia de los datos. Comenzando por la primera evidencia que nos imponen los atentados del día 11: nuestra fragilidad colectiva. Abraham Moles fue pionero en advertirlo al presentarnos Las sociedades frágiles. Su característica principal es la condición antónima de sus parámetros constitutivos: la aceleración del desarrollo tecnológico frente a la resistencia al cambio social, el sectarismo de las creencias frente al escepticismo axiológico, la dimensión masiva de los procesos colectivos frente a la reivindicación de la diferencia y de la autonomía de los individuos, la complejidad de lo real frente a la hipersimplificación mediática, la generalización de la violencia frente a la demanda unánime de seguridad, el primado de lo simbólico frente a la mercantilización de la realidad. Contradicciones que quiebran la homeóstasis social hacen que las personas y sus pareceres sean imprevisibles, e instalan la inseguridad en el centro mismo de nuestras vidas.

Las prácticas terroristas, sobre todo en su versión de terrorismo de masa, son el producto, por excelencia, de las sociedades frágiles, cuya difícil exploración y su más difícil manejo excluyen las intervenciones exógenas por el rol decisivo que en ellas tiene el horizonte simbólico. En ese sentido, parece claro que el propósito principal de los últimos atentados no fue matar a mucha gente -para ello había objetivos más obvios: grandes concentraciones deportivas, centrales atómicas, grandes diques, etcétera-, sino espectacularizar la agresión a los dos símbolos del poder norteamericano: el económico y el militar. De ahí la elección del momento y la secuencia temporal del ataque, no simultánea, sino sucesiva, para asegurar la efectividad del dispositivo mediático que diera cuenta de él.

Hay que insistir en que el modo más eficaz de combatir el terrorismo es desde su interior. De hecho sabemos que no se puede acabar con los terroristas por explosión, destruyéndolos en lucha frontal, sino por implosión, provocando su autoconsunción. Las acciones terroristas con las que estamos conviviendo desde hace sesenta años -primero, en los fascismos y las dictaduras; luego, en la descolonización; después, desde los terrorismos rojo y negro, y, finalmente, las derivadas de los integrismos nacionalistas y religiosos- sólo han cesado cuando los soportes ideológicos y logísticos en que se apoyaban han dejado de existir, por haber alcanzado su meta o por haber perdido su razón de ser doctrinal y social. Eliminar a Osama Bin Laden no es tarea fácil, como lo prueba el que los Estados Unidos lo estén intentado, sin éxito, desde hace tres años, a pesar de la libertad absoluta que les dan las covert actions (acciones clandestinas). Por lo demás, el éxito de las intervenciones relámpago es muy problemático y la larga lista de fracasos cosechados, desde el frustrado rescate en 1979 de los rehenes en el desierto iraní por parte de los comandos Delta, hasta la debacle de los GI en Mogadiscio en 1994, deben servir de advertencia.

La lucha contra el terrorismo pasa, antes que nada, por el desmontaje de sus tramas financieras y la denuncia de su asociación con los narcotraficantes, las redes de blanqueo de dinero y los traficantes de armas. Recordemos que quien introdujo a Bin Laden en la CIA y le presentó a William Casey, entonces su director, fue Adnan Kashogi. Y ese desmontaje, si hay voluntad política, es posible. Denis Robert y Ernest Backes, en su reciente libro Revelations, describen en detalle el papel de las Clearing Houses de compensación de posiciones y de partidas, en particular de divisas, en las operaciones financieras ocultas. Su investigación centrada en dos grandes sociedades, Cedel-Clearstream, de Luxemburgo, y Euroclear, de Bruselas, cuyo volumen conjunto de operaciones es casi cien veces superior al presupuesto francés, señala el camino de acceso, a través de las cuentas no publicadas de ambas centrales de compensación, a muchos de los movimientos financieros de los vendedores de terror y de sus compañeros de viaje. ¿Por qué no tomamos en serio esta pista?

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