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El gran Giuliani

El alcalde de Nueva York multiplica su estatura política tras los ataques

Enric González

Rudolph Giuliani era un hombre debilitado por el cáncer de próstata, un alcalde que en los meses finales de su mandato tendía a extremar sus defectos hasta la caricatura: intolerante, antipático, despectivo con la prensa y risible por el vodevil en que había convertido los continuos conflictos entre su esposa y su amante. Hasta el martes. De los escombros del World Trade Center emergió un gigante, el gran líder con que los neoyorquinos -quizá todos los estadounidenses- podían contar en unos momentos terribles.

Escapó por unos metros del desplome de las Torres Gemelas (se encontraba a dos esquinas del lugar) y, aun cubierto de polvo, hizo un llamamiento a la calma. Está en todas partes, lo sabe todo, mantiene la serenidad, y sus zapatos embarrados son el símbolo de la resistencia. El diario The New York Times, que le criticaba ferozmente, dice ahora de él que es 'Winston Churchill con una gorra de béisbol'. Entre la sangre, el sudor y las lágrimas, ha prometido la victoria. Y nadie es capaz de dudar de su palabra.

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En las horas críticas del martes, mientras George W. Bush permanecía oculto, Rudy Giuliani parecía un bombero más. Asumió riesgos, consoló personalmente a los heridos extraídos de las ruinas y fue el primero en lanzar un mensaje balsámico: 'Todo es ya seguro en la ciudad. Que cada uno', dijo, 'se dedique a lo suyo. Quiero que Nueva York constituya la demostración, ante el resto del país y el resto del mundo, de que el terrorismo no puede detenernos'. Eso era exactamente lo que una ciudad y un país conmocionados necesitaban escuchar. Las palabras de Giuliani sonaron con una fuerza especial porque las pronunciaba alguien que, como los heridos o las fuerzas de rescate, estaba manchado de humo y polvo.

El miércoles fue capaz de comparecer ante las cámaras de televisión en intervalos de una hora, durante toda la jornada, para ofrecer información. Vestía una chaqueta de los servicios de emergencia y una gorra del departamento de bomberos. Su afición a disfrazarse había sido objeto de burla en innumerables ocasiones, pero ese miércoles de ceniza le sirvió para demostrar que era el jefe directo de las tareas de rescate. 'No hay ninguna duda sobre quién es el hombre al mando. Nos hemos enfrentado mucho con él por cuestiones salariales, pero en este momento es el mejor líder que podemos desear', dijo el sargento de bomberos Michael Narran.

Giuliani no necesita notas, ni nadie que le susurre datos en sus comparecencias. Lo sabe todo, conoce la ciudad hasta el último detalle y está al corriente de las últimas noticias: quién carece de electricidad, cuántos cadáveres han aparecido, en qué hospital hacen falta jeringuillas. Ha sido alcalde durante casi ocho años y antes fue el fiscal que quebró el poder de la mafia en Nueva York; nada se le escapa.

Era un republicano tan sectario que ni siquiera sus compañeros de partido, como el gobernador George Pataki, podían soportarle. Pero Pataki se ha convertido en su sombra y le acompaña en silencio a todas partes, reconociendo que Giuliani es el jefe indiscutible.

Hillary Clinton, con quien estuvo a punto de competir por un puesto en el Senado (su salud y sus conflictos matrimoniales se lo impidieron ) y a quien durante meses dedicó los epítetos más crueles, se abrazó largamente a Rudolph Giuliani tras una reunión privada. La senadora demócrata no tiene más que palabras de admiración para el hombre que está sacando a Nueva York del abismo.

Giuliani atiende a la prensa cerca de los restos del World Trade Center.
Giuliani atiende a la prensa cerca de los restos del World Trade Center.AP

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