Mujeres contra la guerra
Cuatro colaboradoras de ONG vascas participaron en Colombia en una marcha contra la violencia
Viajaron al corazón de Colombia 'a gritar contra la guerra en medio de la guerra'. Durante varios días, sintieron hombro con hombro junto a mujeres colombianas el dolor, el miedo, la crudeza de un conflicto que carcome al país desde hace décadas. Se convirtieron en algo parecido a escudos humanos. Quieren desterrar la cultura de la guerra como un objetivo que antes persiguieron las mujeres de negro de Palestina e Israel o la ex Yugoslavia.
'Nuestra mera presencia era importante. Estar con una internacional, como nos llamaban allá, era una protección para ellas'. Ellas son las integrantes de la Organización Femenina Popular y de la Ruta Pacífica de Mujeres, que aglutina a movimientos femeninos de toda Colombia. Ambos colectivos organizaron la marcha internacional Mujeres contra la guerra que, tras partir de diversos puntos del país suramericano, confluyó entre el 14 y el 17 de agosto pasados en Barrancabermeja. Esta ciudad se vio sacudida en 1998 por una brutal matanza de civiles perpetrada por paramilitares. 'El conflicto está muy presente para ellos, aunque para el extranjero es difícil percibirlo porque no hay casi enfrentamientos directos'.
Quien habla es Cecilia von Sanden, uruguaya que vive en Euskadi y representante de la ONG Hirugarren Mundua eta Bakea. Unas 70 extranjeras acompañaron a casi 3.000 colombianas a Barrancabermeja.
Uno de los propósitos de la concentración internacional de mujeres era 'recuperar espacios públicos', recuerda Dominique Saillard, francesa que trabaja en Unesco Etxea en Bilbao y otra de las que viajaron desde Euskadi. Las otras fueron la colombiana Gladys Giraldo, de la ONG Setem, y la vasca Begoña Dorronsoro, de Mugarik Gabe. Los viajes de tres de ellas fueron subvencionados por el área de igualdad de oportunidades de la Diputación de Vizcaya.
'Una de las actividades que realizamos fue una vigilia nocturna en uno de los barrios populares en los que existe una especie de toque de queda'. Estar allí de noche era un desafío. Muchos vecinos miraban aquella reunión de mujeres 'con cara inexpresiva', cuenta Saillard. Nunca se sabe dónde hay un chivato. 'Otros sí se acercaron a alentarnos, a agradecer nuestra presencia'.
Organizar un concierto en un lugar que hasta los 80 fue un cementerio -'luego lo llevaron a las afueras para que no se viera la cantidad de enterramientos', dice Von Sanden- fue otro de los desafíos en un lugar donde 'parece que el alcalde no existe'. La Organización Femenina Popular, una de las escasas agrupaciones civiles que sobrevive en la ciudad, quiere convertir aquel cementerio en 'un parque de la vida'. Porque, como gritaban las participantes en esta caravana contra la guerra, 'las mujeres no parimos ni forjamos hijos ni hijas para la guerra'. Pero los grupos armados reclutan a los jóvenes fácilmente a cambio de 'un sueldo y un teléfono celular'. Es el círculo que quieren romper.
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