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Columna
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Rabal y el sexo

Vicente Molina Foix

La mejor anécdota de estos días de duelo es la del nieto Liberto, quien ha contado que de pequeño tomaba carrerilla para lanzarse de un salto sobre su abuelo, y, antes de recibirlo en sus brazos, Paco le decía: '¡Cuidado con los huevos!'. Los huevos han estado siempre presentes en la carrera de Francisco Rabal. Ni yo ni la mayoría de ustedes lo alcanzamos a ver de galán en el teatro, que es donde mejor se aprecian estas cosas, pero dicen los que lo vieron que daba gusto. La belleza española en su vertiente ruda y bandolera; el andar poderoso sobre las tablas,propio del hombre que los tiene bien puestos; la voz. La voz sí que la hemos oído todos, y era de las que no se olvidan. Pero unas amigas mías mayores me cuentan que a las butacas de los teatros llegaba con la voz del joven Rabal declamando el verso una señal de seducción irresistible, y parece que muchas señoras cerraban los ojos en la función, satisfechas sólo de oírle. (Es un indicio de refinamiento que siempre he admirado en las mujeres; mientras nosotros vamos primero a la curva o al buen montón de carne, ellas detectan líneas eróticas ocultas en la voz masculina).

Treinta años llevando encima el símbolo del sexy es mucho, incluso para un insaciable conquistador. En una temporada veraniega a mitad de los años setenta coincidí bastantes veces con Rabal en unos bares de última hora de la calle Almirante de Madrid, donde, compitiendo duramente a alcohol limpio con los escritores y escritoras senior a quienes yo y otros junior seguíamos en la cultura de la juerga, el actor ganaba siempre. Primero nos convencía para acabar la noche en un tablao flamenco de las afueras, y luego, entre las eses y los sonidos borrosos del mundo de las letras, él andaba firme hasta la puerta del bar, buscaba el coche en la acera, nos conducía recto por los descampados, llamaba al postigo de un caserón sin luz ni rótulos. Entonces preguntaban al otro lado quién era. 'Somos nosotros', decía Paco Rabal, y su voz, con dos palabras, nos abría las puertas del duende. Él seguía bebiendo y hablando, como si la bebida fuese el suministro de aquel órgano oral suyo tan milagroso. Y nunca declinaba el sex symbol. Trataba de llevarse a la cama a todo bicho viviente en la madrugada, y cuando dos personas seguidas de nuestro séquito le dijeron que no, él, tan acostumbrado al sí, en vez de un corte de mangas les dedicó unos pareados. Lo bueno que tenía es que, si con la parte de abajo no podía ser, le quedaba siempre la garganta para arrasar.

Una exigencia del simbolismo sexual que entonces aún acarreaba como un fardo era el peluquín. Muy bien llevado también, por lo que la sorpresa fue verle una grandiosa calvicie en la película Cabezas cortadas. Estuve en el rodaje alguna vez con Augusto M. Torres, que escribía un libro sobre la película, y lo que más feliz hacía al director Glauber Rocha era haber convencido a Rabal de lucir ante la cámara por vez primera ese cráneo privilegiado al que noche a noche, polvo a polvo, se le habían ido cayendo, como hojas de calendario, los pelos.

Sin peluquín, sin temor a mostrar los kilos, la cicatriz,las vergüenzas del hombre mayor, Rabal fue aún mejor actor, o una persona ya entregada completamente a nosotros, su público. La voz iba cambiando, enronqueciendo, aunque está claro que Paco no renunciaba, ahora sin símbolo, al sexo. Me ha parecido bien que en las necrológicas se hablase por un lado del gran amor de su vida, esa también extraordinaria actriz que es Asunción Balaguer, y que por otro nadie quisiera ocultar sus progresos de gran libertino fuera del matrimonio. Hay en España la manía de santificar a los pecadores en la hora de su muerte. Pero me ha quedado un resquemor. ¿Habrían sido igual de francos quienes glosaban la abundante vida amatoria de Rabal si el actor hubiese hecho gala de otra sexualidad? ¿Se podría, se podrá decir aquí, llegado el caso, que una gran figura nacional, como lo fue Laurence Olivier en Gran Bretaña, se acostaba con hombres como lo hacían Olivier, o Charles Laughton, o Gielgud, o Dirk Bogarde, y como allí se ha dicho públicamente, normalmente? La herencia que nos dejan los genios como Rabal ha de llegar, para hacernos auténticamente ricos a todos, sin cláusulas secretas.

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