Se acabó lo que se daba
Hoy es un día triste en que el protagonismo se lo llevan los servicios de intendencia: la Aste Nagusia ha terminado. Durante los días de fiesta, calladas brigadillas municipales, ejércitos de camareros, han sostenido abnegadamente el desafuero de los demás. Hoy ya no quedan más que ellos: todos esos operarios y comparseros que desmantelarán en cuestión de horas el complejo de la fiesta. Nada habrá hoy por la noche que recuerde los efectos de la Aste Nagusia.
El día siguiente a unas fiestas siempre es triste, como tristes son los días con resaca. Sin embargo quedarán unos breves sentimientos de nostalgia, que la ciudad disipará sin duda, llevándonos de nuevo a su cruel cotidianidad de semáforos, horarios y despertadores. Hay que temerse lo peor de lo que nos espera: los largos meses de trabajo por delante. Como el cierre de la Aste Nagusia se acompasa con la inminente llegada de septiembre, el fin de la fiesta entre nosotros adquiere tintes trágicos.
Se avecina un otoño caliente en lo político y tarde o temprano volverán a actualizarse los índices económicos. Volverán las competiciones deportivas y los fines de semanas convencionales. Volverán las oscuras golondrinas (que nunca cuelgan nidos en el balcón) y los jefes, a tu puerta, jugando llamarán. De modo que conviene tomarse las cosas con buen ánimo y buscar ya los calendarios del año próximo, en busca de nuevas esperanzas.
El ocio siempre es privado (quizás lo único privado que aún podemos permitirnos) y estos son momentos de arrostrar un problema estrictamente personal: qué va a ser de nosotros. La ciudad se moviliza para retomar sus movimientos de costumbre, y la costumbre, en general, tiene que ver con los trabajos, las obligaciones cotidianas, el regreso a los problemas que abandonamos, impunemente, cuando sonó el chupinazo inaugural. Habrá que volver la cara hacia lo de siempre y en esta tarea poco pueden ayudarnos los demás. Las fiestas son un rito, tienen algo de ceremonia, y nos gusta oficiar en ellas. Lo que ocurre es que falta fuelle, y quizás no tanto a nosotros como a la mera sociedad, que nunca podría soportar una fiesta continua. Quizás hasta el columnista echará de menos estas crónicas, habida cuenta de que los problemas que vienen (que nos vienen) son los de siempre, y habrá que recordarlos de nuevo por escrito.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.