UN MANTO DE SILENCIO
El canónigo del Pilar no quiere hablar de supuestos milagros de la Virgen vinculados con el Ebro.
El momento había llegado. El viajero seguía en Zaragoza y, aunque todavía le quedaba trabajo, no convenía a su ánimo ni al de su relato dilatar por más tiempo el asunto. La constantísima tradición es que en el año 40 de Jesucristo, dominando el Imperio Romano y esta dichosa ciudad, entonces su colonia, Cayo Calígula, y estando predicando en ella el santo evangelio Santiago el Mayor, apóstol, a tiempo que estaba con sus discípulos en las orillas del Ebro, a media noche del día 2 de enero se le apareció, llena de majestad y acompañada de ángeles que cantaban, María Santísima en carne mortal, trayendo aquéllos una columna de jaspe.
Éstos eran los hechos que tenía que encarar. Era temprano, la mañana era muy luminosa y acababa de desayunar. Todo era bello y bueno. Estaba muy cerca del Pilar y se decidió. Además, había que aprovechar que estaba abierto. Una de las virtudes innegables de la vieja España es que sus iglesias estaban abiertas, a cualquier hora y en cualquier lugar: pero ahora se rigen por los horarios del comercio. Cruzó la plaza mientras sonaban las campanas y, dado que iba en busca del canónigo, y que se llevó por delante una bandada de palomas, se sintió de pronto como el hombre fuerte de una película española de provincias. El canónigo, don Antero Hombría, aún no había llegado, pero no podía tardar. El problema de esperarle, sin embargo, era dónde. La basílica estaba demasiado oscura para la mañana y su ánimo; y esperar en la plaza habría estropeado las dos cosas. Así que empezó a caminar por el Coso, y cuando quiso volver ya estaba examinando los problemas de presentarse sin avisar: le dio pereza el camino -el sol ya calentaba más- y que don Antero estuviese ocupado o no estuviese. Le llamaría por teléfono, decidió, y así lo hizo, sin mayor fortuna, ese día y los dos siguientes. La vida de canónigo, más allá de las apariencias, parecía complicada.
Una noche acabó encontrándolo.
- ¿Don Antero Hombría?
- Al aparato.
- Mire, yo le llamaba para concertar una cita y poder hablar de los milagros de la Virgen en el Ebro.
- ¿Y eso para qué?
- Bueno, estoy escribiendo sobre el río y la Virgen es un capítulo importante, claro.
- Pues yo no le puedo decir nada sobre eso. La verdad es que no le puedo decir nada.
El viajero y el canónigo entablaron a partir de aquel momento un leve forcejeo. Al principio, el viajero pensó que en la respuesta del canónigo del Pilar sólo había modestia evangélica. Pero don Antero Hombría zanjó el asunto de manera inequívoca.
- Yo no sé nada. Debe haber milagros vinculados con el río, pero yo no los conozco.
El viajero evoca el episodio con malestar. 'Hay periodistas que cuando no pueden entrevistar a Mick Jagger explican por qué no pudieron entrevistar a Mick Jagger', escribía hace años Bill Buford, el director de Granta. Pero el malestar no viene sólo de ahí: al fin y al cabo, Jagger es mucho más accesible que la Virgen del Pilar, que era con quien en el fondo quería hablar el viajero. El malestar viene de la incompetencia eclesial, tema tabú en España: hacen mal, con inconcebible y automática desgana, las misas, los entierros, las bodas y cualquier otra ceremonia; no protegen, como debieran, su patrimonio; e ignoran, muchas otras veces, lo que son. Entre lo que son, entre sus obligaciones, está la de gestores de milagros. La religión es un milagro. Sucede que en el fondo se avergüenzan de la fe del pueblo. Aunque discrecionalmente: el día de este verano en que los jugadores del Real Zaragoza, llevados en volandas por la multitud, ofrecieron un trofeo a la Virgen del Pilar, el canónigo don Antero Hombría, lego en milagros no estrictamente futbolísticos, estaba allí para recogerlo.
El viajero sabe lo que escribió Vittorio Messori, eminente periodista italiano, en la dedicatoria de su libro El gran milagro (Planeta, 1999): 'De un periodista italiano que trata de convencer a los españoles de que su historia cristiana no es una vergüenza, sino una gloria'. Lo sabe y lo entiende. El gran milagro narra la historia del campesino Miguel Juan Pellicer, al que un día de 1640 atropelló un carro en Calanda. Cojo, sin trabajo y sin posibilidad de tenerlo, se apostó a la entrada del templo del Pilar, limosneando. Por las noches, antes de dormirse, se daba en el muñón de su pierna con el aceite de las lámparas que iluminaban permanentemente a la Virgen. Luego se dormía. Una mañana apareció con las dos piernas. Según Messori, ese milagro tiene un problema: no necesita de la fe para creer en él: 'Si negáramos la existencia de ese milagro tendríamos que negar que Napoleón fue emperador francés'.
El milagro del cojo de Calanda interesó también a Luis Buñuel. Él no creía en Dios, pero sí, absolutamente, en este milagro. Tal vez por eso pudo retratar de la manera escalofriante en que lo hizo la pierna de madera de Tristana. El viajero quería haber hablado de esa pierna con Antero Hombría; y del grito de don Sebastián Cirac, autor de un libro tremendo, en fondo y forma, Apelación en defensa del Ebro, (1959), escrito para salvar Fayón y Mequinenza, y donde las más de 500 páginas de argumentación implacable y espesísima se resuelven al cabo con la invocación: '¡Virgen del Pilar, señora y reina del Ebro, sálvanos, que perecemos!'; o sobre Catalina Rapun, que era doncella en 1662 y que cuando lavaba unos paños cayó al río, y sin saber nadar se aguantaba sobre sus basquiñas. Pero no habrá lugar a ese diálogo. La constantísima tradición ha llegado a don Antero y de ahí no pasa.
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