LA MÚSICA DEL RÍO
El último barquero del Ebro descubre al viajero que una foto de guerra, en la que creía, en realidad es falsa.
El viajero, tenso como un gato al olor de la presa, se sienta en la terraza de un bar del Arenal, a la orilla del río, en Miravet. Había venido aquí para hablar con Enric Fabregat, el último barquero del Ebro, y subir a su llagut y navegar. La mañana era buena para eso y para cualquier otra ocurrencia que consistiera en celebrar la vida. Fabregat estaba libre, y su barco, a punto y el río en calma. Navegaron más de una hora y estuvieron otra más varados en un recodo sombreado hablando de los viejos tiempos, del carbón y la sirga, de los cargamentos de olivas y algarrobas, de las señoritas del río y del arroyo.
De vuelta, y a punto ya de llegar al embarcadero, el viajero giró la cabeza y admiró una vez más la roca del pueblo más bello del Ebro: la iglesia, el castillo templario y las casonas aligeradas por hileras de arcos. En aquel momento, su punto de vista sobre el río y el pueblo debía de ser muy similar al que había tenido el fotógrafo de guerra.
-¿Estaba usted aquí cuando hicieron la foto? -le preguntó al barquero.
-¿Qué foto?
-La famosa, la de los soldados cruzando el río.
-No, no, ya no estaba.
-Miravet debió verse en todo el mundo.
-Sí... Pero esa foto es falsa.
-¿Qué quiere decir falsa?
-En el lugar de la foto el río es profundo y no puede cruzarse a pie. Todo el mundo sabe esa historia en el pueblo. Los republicanos hicieron la foto poco después de entrar. Mandaron a unos cuantos que se colocaran en la playa y que avanzaran. Hace años el río se metía más en el pueblo y la playa era más grande.
El viajero estuvo pensando varias horas en lo que le había dicho Fabregat. Al principio, erizado, como siempre que descubría algo que ignoraba y veía la posibilidad de explicarlo. Luego le entró un malhumor lento y pesado que aún actuaba después de haber dejado de pensar en la foto. Ahora está escribiendo con la foto al lado y el malhumor vuelve. El viajero cuenta quince soldados sobre la playa de Miravet. Hay dos que llevan la carga de verosimilitud de la escena. El del centro, levemente agachado, como esquivando las balas de los facciosos, es el protagonista. Por delante, un compañero erguido parece comandar la suerte con valor y prudencia. Es falsa. Eladi Romero, en su libro Itinerarios de la guerra civil española, un libro tristísimo y valioso, ideal para un viaje de amor entre hispanistas, reproduce la foto sin aludir a su impostura. Edmon Vallès, en cambio, sí la reconoce, en su Història gràfica de Catalunya, aunque sin dar muchos detalles: 'La escena fue preparada para los noticiarios cinematográficos'.
El viajero se la creyó durante 44 años. La toma de Miravet era una de las pocas alegrías que guardaba, cercado por un imaginario donde predominaban la inquietud, el abatimiento y la derrota. Piensa en escribir, y lo haría ahora mismo, sobre las fotos falsas que han marcado su vida: una pareja indiferente ante el cadáver de un magrebí muerto en una playa de Cádiz, un cormorán embadurnado de petróleo en el golfo Pérsico o los baiseurs de Doisneau en el París recién liberado. Hay espíritus relativistas -buenos negociantes- que cuestionan las fronteras entre la realidad y la ficción, qué más da, dicen y beben. Lo cuestionan siempre desde la ficción, naturalmente, sólo desde sus anémicas ficciones; porque, establecidos en la realidad, suelen comprender con facilidad pasmosa la diferencia entre la posibilidad verosímil de que tu mujer se acueste con otro y el que lo esté haciendo verazmente, por ejemplo, mientras ellos relativizan.
El viajero, sin embargo, no va a abandonar Miravet, ni su deseo inicial de calma y belleza. Hay una manera tradicional de escribir sobre viajes que consiste en instalar las ideas en los escenarios sucesivos que el viajero recorre. Pero también puede hacerse al revés. El viajero va a levantarse en busca de un disco de Schumann con canciones españolas. En el surco veintitrés el barítono Olaf Bär canta Flutenreicher Ebro (Ebro caudaloso). Aunque el viajero no conociera ese río, ni estuviera escribiendo sobre él, esa canción seguiría siendo delicada y encantadora. Schumann compuso su música en 1849, sobre unos versos de Emmanuel Geibel. Geibel era un poeta romántico alemán, apreciado entre otros por Karl Marx, que tradujo y adaptó diversos romances españoles, entre ellos Ebro caudaloso, de 1604. El romance español y los versos de Geibel cuentan lo mismo: los prados, las arboledas, los peces, las plantas, los caminos, las aves y la aurora bella reciben el repetido encargo de preguntarle a la amada si de él se acuerda. El estribillo suena muy bien en alemán:
Ob in ihrem Glücke
Sie meiner gedenket.
Y en español:
Si entre sus contentos
de mí se acuerda.
La voz del señor Bär llena la habitación. El río baja vivo por su garganta. El viajero habría querido tener esta música aquella mañana sobre las riberas verdes de Miravet. Traer el coche hasta casi tocar el agua, abrir la puerta y estirarse sobre los asientos, Sie meiner gedenket, sie meiner. Lo dirá al revés: mandará que las riberas crezcan esta noche aquí, en la casa, y que el encanto conjure hasta mañana la inexorabilidad de seguir río arriba en la batalla, encarando las sierras negras de Cavalls y Pàndols.
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