EL CANTADOR DEL DELTA
El delta del Ebro ha vivido ajeno a las masificaciones turísticas hasta hace poco tiempo, y ahora, frente al resplandor de la riqueza en el Sur, la desembocadura del gran río ha empezado a encontrar el argumento de que necesita el agua para ser.
El viajero llega al restaurante de Luis García y éste lo somete a un tratamiento inmediato de desintoxicación.
-¿Usted sabe dónde está?
-Sí, claro que sí.
-¿De verdad?
-¿He llegado hasta aquí, no le parece?
-Cálmese. Hay que frenar. Respire, abra los ojos y las orejas. Todo irá bien.
-Oiga, ¿por qué no iba a ir bien?
-Coja la bici. Es bueno para empezar a aclimatarse.
Al viajero, las instrucciones siempre le pican en lugares del cuerpo que van variando. Pero, concretamente, las instrucciones para la calma lo sumen en un escozor agónico, localizado. Aun así, puede subirse a la bicicleta que le ofrecen y cruzar el puentecillo, camino del toro. Observa el cielo y, dado que allí sólo ve adjetivos, se recita, con grave semblante, unas palabras de Jules Renard: 'Cielo dice más que cielo azul. El epíteto cae por su propio peso como una hoja muerta'. El cielo, los campos de arroz recién sembrados, verdes, el silencio rasgado del ciclista. Respira hondo, piensa en Luis García, tiene ganas de volver a verle. Al cabo de unos cinco kilómetros, en lo más alto de la laguna de la Encanyissada, chapotea una manada de toros. El viajero deja caer la bicicleta y se dispone a investigar una vez más, con la alegría en la cara, por qué el paso de ese animal entre las aguas es una de las imágenes más fascinantes que existen, y si tal fascinación no tendrá que ver con los sueños y la posibilidad de que fuera un sueño el que primero los reuniera.
El viajero escribe sobre su último paseo por el delta con un raro libro a mano llamado Costa Ibérica, que trata sobre la ciudad de Benidorm. El libro es un discurso inteligente y complejo sobre las razones por las que millones de personas de todo el mundo se sienten atraídas cada año por ese lugar. En el libro hay una pregunta muy pertinente: '¿Debemos exigir aún una mayor explotación de la vulgaridad?'. Nadie, incluidos los que lo defienden, niega que el trasvase del Ebro al Mediterráneo sea una respuesta afirmativa a esa pregunta. El viajero se ha quedado inmóvil en la laguna, hipnotizado por el baile de los cuernos en el agua. Él, como algunos otros, busca ese tipo de lugares donde el pasado es la forma dominante. Busca ecos de formas de vida desaparecidas, de sabores, de silencios. El viaje, como pura ilusión melancólica: iglesias remotas, pinturas remotas, naturalezas remotas. Algunas grandes culturas turísticas explotan esa ilusión de manera ejemplar: qué importa que el 50% de las villas toscanas pertenezca a los americanos si el viajero ve despuntar en cada loma un condottiero; o que el Périgord sea enteramente un cadre agréable, maestros los franceses en crearlos, aunque sea en el centro de un trébol de autopistas. Siempre se viaja hacia el pasado.
Siempre hacia el pasado, excepto en el caso de Benidorm: el único lugar del turismo mediterráneo sin museificación, sin representaciones, allí donde el ocio se consume en puro presente. Un lugar donde nadie vive como si lo estuvieran filmando, donde nadie ve a nadie y el primer invisible es, por supuesto, uno mismo. Un río, ¡es verdad!, por donde nunca pasa dos veces el mismo sudor. El mayor número de pernoctaciones hoteleras de Europa. El símbolo del sostenimiento real de la economía española. Un lugar poderoso y sediento.
La lucha por el agua está cargada de elementos simbólicos. Hasta hace muy pocos años el delta del Ebro vivía ajeno al turismo. Sin hoteles, sin restaurantes, sin caminos, con una dejadez siciliana por lo que no fuera imprescindible ni propio, por la belleza y por lo común. Sin un guión de autorrepresentación plausible. Sin posibilidad, tampoco, de venderse la piel. Algunos kilómetros al Sur, ofendía el resplandor de la riqueza. Ahora, el delta ha empezado a encontrar un argumento. Puede que en Benidorm y en el Mediterráneo necesiten el agua para beber, pero aquí la necesitan para ser.
El viajero, hecho un buen hombre, emprende el camino de vuelta. Aves, pájaros, insectos, mamíferos y batracios saludan su paso. Silba una polka y se maravilla que toda la naturaleza circundante la conozca, pero es así, la están silbando. Llega hasta la puerta de lo de Luis García derrapando como un joven. El amo, que luce una coleta muy cómoda para los grandes calores, observa sonriente su maniobra, le hace pasar al comedor, lo sienta en el lugar más fresco y luminoso, le repite que respire hondo y le anuncia anguila estofada y un arroz de caldero, todo de las acequias. Para hacer boca, más anguila, en chapadillo, una preparación que en todo el delta provoca un amor muy parecido al del hijo tonto.
Al poco entran varios hombres, armados con trompetas, clarinetes y guitarrones. Los conduce el mayor de todos ellos. Al viajero le habían hablado de los cantadores del delta -improvisados copleros- y he aquí que aparecen. El cantador se acerca a su mesa, mientras las guitarras jotean, y lo mira fijamente, con unos ojos que parecen de vidrio, pero que sólo buscan rimas. Cumple muy bien con su obligación y se marcha a otra mesa donde come un señor de Valladolid adalid.
A media tarde, la distensión del viajero es casi peligrosa. Luis García sale detrás de él y le indica:
-Ahora iremos en barca. En la barca de perxar.
-Naturalmente que iremos. ¿Y hasta dónde?
-Haremos la laguna de la Cuixota. Una laguna artificial que inauguramos hace poco.
-Me interesa ese nombre.
-Respire, respire hondo.
La barca es frágil y puntiaguda como una góndola. Luis García no canta, pero conduce admirablemente el ingenio, hundiendo la perxa en el cieno. La barca se desliza entre estrechos pasadizos de juncos donde parecen brillar los ojos de un torvo malayo. Quizá sea el cantador. El viajero no sabe. El sopor es dulce. Llegan hasta el final de la laguna, vallada de juncos. Van a dar la vuelta. El viajero, que ha despertado, tiene la tentación de apartarlos y ver lo que hay detrás. Pero no lo hace. Se acuerda de Jim Carrey Truman y teme dar con el plástico.
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