No mezclar las dos cosas
A pesar de lo que digan el 'lehendakari'y el presidente del Parlamento vasco, hacer política tiene mucho que ver con la violencia
ANTES, HACE VEINTE AÑOS, cuando ETA mataba más que ahora, existía la expectativa razonable de que una vez satisfechas las aspiraciones de autogobierno garantizadas por el Estatuto, el nacionalismo democrático habría logrado segar la hierba bajo los pies del nacionalismo terrorista y plantearía su programa máximo en el marco de un país con todos sus ciudadanos gozando de un derecho efectivo a la vida. No ha sido así: a medida que las demandas de autogobierno se veían cumplidas, el programa máximo pasó a convertirse en mínimo sin que los nacionalistas se hayan inmutado poco ni mucho porque ETA hubiera roto su mal llamada tregua y decretado que eran reos de muerte los representantes de los partidos con los que presuntamente tendrían que negociar la superación del actual marco autonómico.
No son únicamente los concejales del PP, PSOE y UPN los amenazados de muerte: profesores de Universidad, periodistas, policías, empresarios que prefieren identificarse por su biografía personal, por decir: soy yo, más que por decir soy vasco o soy español, viven también con sus libertades gravemente recortadas. Todos ellos sienten sobre sus cabezas, especialmente cuando se manifiestan en el debate público, la amenaza real de la muerte. La pregunta es inevitable: alguien como Múgica, último concejal de UPN asesinado, ¿por qué aguantaba, después de las amenazas, de la quema de su vehículo, en un puesto de representación pública?, ¿por qué no se había metido en casa y cerrado las ventanas, como tantos otros?
La pregunta no es retórica ni busca la fácil respuesta en una cuestión de carácter: aguantaba porque era un hombre fiel a sus ideas, alguien que no se hincaba de rodillas ante los tiranos. No se trata de eso ahora. Lo que importa aquí es algo diferente; se refiere a la misma política: ¿hasta cuándo estarán en política, representando a sus conciudadanos, ocupándose de los asuntos públicos, como concejales, alcaldes, diputados unas gentes sobre las que pesa una amenaza real, efectiva, de muerte? Dicho de otro modo: ¿es posible, como pretenden los líderes del nacionalismo gobernante, hacer política cuando por hacerla uno se convierte en diana de una banda de asesinos?
El derecho a la vida no es asunto de debate político, como pueda serlo el derecho de autodeterminación; es un derecho, por así decir, prepolítico. No hay política posible si todos los que concurren al debate público no gozan de idéntico derecho efectivo a la vida. Habrá imposición de una parte, resistencia de otra, pero no habrá política. Sin embargo, el lehendakari y el presidente del Parlamento vasco nos dicen al unísono: no hay que mezclar las dos cosas; sufrir la violencia es una cosa, hacer política es otra. Por supuesto, ni Ibarretxe ni Atutxa son partidarios del terror. Tan no son partidarios, que hasta aseguran que el único favorecido por la violencia es Aznar: Aznar 'tiene un perfecto colaborador en ETA', ha llegado a decir el presidente del Parlamento vasco, el mismo que pone luego cara de víctima para exigir que no se criminalice al nacionalismo. No, no son partidarios, ni él ni Ibarretxe. Ellos, de lo que son partidarios es de no mezclar las dos cosas.
Con ese lenguaje, lo que de verdad están diciendo estos dos líderes nacionalistas a sus adversarios políticos es lo siguiente: dialogar, negociar, debatir, plantear cuestiones, como el derecho a efectuar una consulta sobre la autodeterminación, que permita convocar luego un referéndum sobre la independencia es hacer política. Y eso, hacer política, no tiene nada que ver, no se puede mezclar, con el hecho de que os maten. La vamos a seguir haciendo, aunque os sigan matando. Cierto, no queremos que os maten; lo que queremos es que ETA acabe de una manera civilizada, que se quite del camino. Pero mientras va acabando, mientras se va quitando, no podemos quedarnos quietos y parados. Nosotros tenemos que seguir en lo nuestro. Y lo nuestro, como comprende hasta el más lerdo, no tiene nada que ver, no se puede mezclar, con el hecho de que maten a concejales ajenos.
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