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Tribuna
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¿El ciclista nace o se hace?

Desde que el Tour es Tour se ha planteado siempre un debate. Por un lado, los deterministas: los grandes campeones ciclistas nacen con unas cualidades innatas (heredadas genéticamente) y el entrenamiento no hace más que pulir estas cualidades. En el lado opuesto, los más románticos y esperanzados: los grandes campeones se hacen sobre todo a fuerza de entrenarse, y la genética no es tan importante. ¿Quién tiene razón?

Los factores fisiológicos principales que determinan el rendimiento de un ciclista son tres. El primero es el consumo máximo de oxígeno o VO2máx, o, lo que es lo mismo, la capacidad de sus músculos de consumir la mayor cantidad posible de oxígeno en los momentos de máximo esfuerzo. Para ser profesional hay que pasar de 70 mililitros por kilo de peso por minuto. Y difícilmente se puede ganar el Tour con menos de 80. El segundo es el umbral anaeróbico: la potencia (en vatios) que un ciclista es capaz de generar antes de que la acidosis láctica intoxique sus músculos: unos 400 vatios por lo menos. Si es un escalador, más que la potencia absoluta, lo que importa es la relación entre vatios (W) y kilos de peso (unos siete W/kg). El tercer factor es la eficiencia y economía de pedaleo, que refleja a grandes rasgos la capacidad de disponer de un buen motor diesel: consumir la menor cantidad posible de combustible, incluso a altas velocidades de crucero. ¿Hasta qué punto la genética es importante en estos tres factores? Gracias al grupo del científico canadiense Claude Bouchard y al estudio que dirige desde hace unos años (Héritage) empezamos a saber lo importante que es la genética en al menos dos de los citados factores: el VO2máx y el umbral anaeróbico. No sólo se nace -en gran medida- con estas cualidades: también se hereda en parte la capacidad de mejorarlas con el entrenamiento. Los científicos intuyen que la influencia de la herencia genética en la entrenabilidad del VO2máx y del umbral anaeróbico es aún mayor en deportistas de alto nivel, sometidos a durísimas cargas de entrenamiento. Por último, parece que el potencial para rendir en deportes como el ciclismo se hereda más de la madre que del padre.

Pero a todo argumento se le puede dar la vuelta. Todavía no hay estudios publicados que analicen lo que un entrenamiento tan duro como el de un ciclista profesional (35.000 kilómetros al año durante 10 años) puede conseguir en un organismo teóricamente no muy bien dotado genéticamente. Quizás nos llevásemos sorpresas: a lo mejor, el VO2máx sí que puede aumentar en más de un 10%, o la mayoría de fibras musculares tipo II (rápidas, pero poco resistentes a la fatiga) se convierten en fibras musculares tipo I (las más resistentes a la fatiga). Por ejemplo, es de suponer que los atletas kenianos, que arrasan en medio fondo y fondo desde hace años, gozan de una genética privilegiada. Así lo intuye el eminente fisiólogo Saltin, uno de los padres de la fisiología del deporte. Pero no es menos cierto que los kenianos se entrenan más y mejor que los blancos. Algo parecido podría suceder en ciclistas que se entrenasen muy duro y muy bien desde sus años adolescentes, a pesar de no contar con una genética privilegiada.

También hay que dar gracias a casos ilustres, capaces de revelarse, con su voluntad y entrenamiento, contra determinismos y teorías genéticas. Como Laurent Jalabert. Hasta 1995 era sprinter. Y se supone que los sprinters nacen dotados genéticamente con una alta proporción de fibras rápidas o tipo II, incapaces de soportar esfuerzos prolongados. Después ganó la Vuelta a España y destacó como escalador -vencedor dos veces en los Lagos de Covadonga-. Y para ganar una Vuelta y ser escalador, lo que hace falta es tener muchas fibras lentas y una gran potencia relativa a su peso. En 1996, el colmo de los colmos: campeón del mundo de CRI. Es decir, potencia absoluta. O Lance Armstrong. ¿Qué director hubiera apostado por él como ganador del Tour a principios de los noventa? Si era sobre todo un potente corredor de clásicas con una buena punta de velocidad...

Así que todavía quedan esperanzas para los más románticos. Y todavía nos quedan al menos 10-15 años de ciclismo con restos de aquel espíritu novelesco que tanto le gustaba a Henri Desgrange, inventor del Tour, en 1903. ¿Por qué 10 o 15 años? Porque son los que quedan para conocer específicamente cuáles son los genes responsables del rendimiento deportivo: en los laboratorios de Estados Unidos y Canadá, los científicos ya llevan unos años mapeando los cromosomas en busca de estos genes. Ya han empezado por el cromosoma 22... Y el día que se conozca el mapa genético del deporte, quizás haya que darles la razón a los deterministas, desgraciadamente.

Alejandro Lucía es fisiólogo de la Universidad Europea.

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